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Marlon James - Breve historia de siete asesinatos

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Marlon James Breve historia de siete asesinatos
  • Libro:
    Breve historia de siete asesinatos
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    LIBRANDA OTROS
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  • Año:
    2016
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Breve historia de siete asesinatos

Marlon James

Traducción de Javier Calvo
con la colaboración de Wendy Guerra

Barry Diflorio Fuera sólo cuelga un letrero pero es tan grande que hasta - photo 1

Barry Diflorio

Fuera sólo cuelga un letrero, pero es tan grande que hasta desde dentro se ve cómo se balancean del tejado las curvas amarillas del logo. Es tan enorme que un día se caerá, seguramente cuando esté entrando algún niño al que hayan dejado salir antes de tiempo de la escuela. Así pues, el niño se plantará en el umbral justo cuando el logo empiece a crujir; él ni siquiera lo oirá de tanto ruido que le hacen las tripitas, y cuando intente abrir la puerta se le caerá todo encima. El fantasma del pobre niñito soltará unas palabrotas dignas de un puto marinero cuando se entere de qué es lo que lo ha mandado al otro barrio: «King Burger: Pruebe nuestro Whamperer».

También hay un McDonald’s bajando por Halfway Tree Road. Tiene un logo azul y la gente que trabaja en él jura que el señor McDonald está en la trastienda. Pero yo estoy en el «King Burger, pruebe nuestro Whamperer». Por aquí nadie ha oído hablar nunca del Burger King. Las sillas son de plástico amarillo, las mesas son de fibra de vidrio roja y las letras del menú recuerdan a esas de los cines que ponen «Próximamente». A las tres de la tarde el local nunca está lleno y, claro, por eso vengo aquí. Las manadas de gente me ponen nervioso; les basta una chispa inoportuna para convertirse en multitudes enardecidas. Me pregunto si será ése el motivo de que la fachada esté cubierta de rejas. Llevo en Jamaica desde enero.

Detrás de la caja registradora hay un letrero que anuncia que si tu hamburguesa tarda más de quince minutos, no te la cobran. Hace dos días les mostré mi reloj de pulsera pasados dieciséis minutos y me dijeron que la norma sólo se aplica a las hamburguesas con queso. Ayer, cuando se retrasó mi hamburguesa con queso, me dijeron que la norma sólo se aplica a los bocadillos de pollo. La pobre chica debe de estarse quedando sin hamburguesas a las que echar la culpa. Pero aquí no viene nadie. Una de las cosas que me tocan los cojones de mis compatriotas americanos: siempre que viajan a un país extranjero, lo primero que hacen es intentar encontrar todas las cosas americanas que puedan, aunque sea la comida de una cafetería de mierda. Sally, que lleva aquí desde la administración Johnson, no ha probado jamás el akí con bacalao, a pesar de que seguramente ya somos dos millones de personas las que le hemos dicho: cariño, es como los huevos revueltos pero mejor. A mis hijos les encanta. A mi mujer le gustaría que aquí tuvieran salsa Manwich o Ragú, o hasta Hamburger Helper, pero lo lleva claro para encontrarlas en el supermercado. Lo lleva claro para encontrar cualquier cosa, en realidad.

La primera vez que probé el pollo con salsa picante jamaicana fue porque un tipo se acercó a mi coche en un cruce de Constant Spring Road y, antes de que yo pudiera encontrar la manecilla rota que subía la ventanilla, me gritó: jefe, ¿ya probó nuestro pollo picante? Era un tipo alto y flaco, vestido con camiseta blanca, un afro enorme, dientes brillantes y músculos igual de brillantes, demasiados músculos para un solo hombre, ¡pero joder!, el tío olía tanto a pimienta de Jamaica que salí del coche y lo seguí hasta su local, una chabola de madera rematada con un tejado de zinc y pintada a rayas azules, verdes, amarillas, anaranjadas y rojas. El tío agarró el puto machete más grande que yo había visto en mi vida y me cortó un pedazo de pata de pollo como si estuviera cortando mantequilla caliente. Me la dio y yo ya estaba a punto de comérmela cuando él cerró los ojos y me dijo que no con la cabeza. Tal cual: firme, sereno e inflexible. Antes de que yo pudiera abrir la boca, me señaló un frasco con el cristal un poco opaco, como si llevara allí mucho tiempo. Pero, eh, yo soy un tío intrépido, mi mujer hasta dice que estoy chiflado. Era un frasco de cristal gigantesco y lleno de pasta de pimiento molido. Bañé el pollo en la pasta y me tragué el trozo entero. ¿Os acordáis de esa parte de los dibujos animados del Correcaminos en la que al Coyote le explota una bomba justo después de tragársela y le sale humo por las orejas y por la nariz? ¿O del típico memo que entra por primera vez en un local de sushi y cree que puede tragarse una cucharada entera de wasabi? Pues así me quedé yo. Creo que el tipo no se imaginaba que la gente blanca pudiera adquirir tantos tonos distintos del rojo. Se me escapó una lágrima y me pasé al menos un minuto con hipo. Alguien me había rociado la boca de azúcar y gasolina, había encendido una cerilla y fuuum. ¡Me cago en la puta madre que los parió a todos, aquella puta salsa era el puto elixir de la vida! Recuerdo que tosí.

Un día le pregunté a la cajera del King Burger si no se habían planteado nunca hacer una hamburguesa a la pimienta jamaicana. ¿Estilo gueto?, me dijo, y soltó un soplido de esos que sueltan las mujeres jamaicanas; a continuación cerró los ojos, levantó la barbilla y se dio la vuelta. Vengo aquí casi a diario y no hay día en que no me diga lo mismo. Me dice: ¿Qué desea el señor? Hamburguesa con queso. ¿Quiere limonada o batido con su hamburguesa? No, quiero un D&G de uva. ¿Desea algo más, el señor? No. El Whamperer sabe igual que el Whopper pero sin el sabor. Hasta el sabor de la lechuga deja mucho que desear, de tan remojada y amarga que resulta sobre esa hamburguesa que me pido cada día sólo para dar la nota, sólo para poder decirles a mis hijos: ¿Sabéis qué he comido hoy? Pues papá se ha comido un Whamperer, y ellos piensan que papá simplemente se ha vuelto tartamudo.

El sol abandona el barco y se acerca el anochecer. Pero a este país le falta una buena discoteca. Ahora mismo lo único que impide que me vuelva loco es cambiar de país cada tres o cinco años. Aunque la verdad es que nadie pasa por la Compañía sin perder el juicio. Algunas de las mayores chifladuras que he oído en la vida me las dijo mi antiguo director, bastante antes de que tuviera una crisis de conciencia de las gordas. Ahora está aquí su hijo, que llegó a bordo de un DC-301 americano procedente de Nueva York. Lleva tres días aquí y no tiene ni idea de que yo sé que está aquí. Tampoco es que me conozca; el «Día de tráete a tu hijo al trabajo» no fue una de las ideas que su padre propuso. No es ningún secreto por qué ha venido, pero si el hijo del exdirector de la Compañía se presenta de repente en Jamaica, hasta alguien de dentro como yo empieza a preguntarse si hay algo que no sabe.

Dicen que es director de cine, o bien uno de esos chicos ricos que tienen dinero para comprarse su propia cámara. Ha venido con una panda de fotógrafos y gente del cine para grabar un concierto por la paz de ese músico de reggae que se ha hecho más famoso que el pan en rebanadas. Se supone que va a ser un gran acontecimiento, y aunque sólo llevo aquí desde enero, hasta yo me doy cuenta de que a este país le hace falta un poco de paz. No la va a traer ese primer ministro que han puesto, eso está claro. Así que la estrella del reggae está montando un concierto que además organiza el partido del primer ministro, lo cual prácticamente pone a la estrella del reggae en nuestro punto de mira. La embajada ha recibido noticia de que va a venir Roberta Flack, y de que Mick Jagger y Keith Richards ya están aquí. Los putos Rolling Stones.

No, yo no escucho a la estrella del reggae. El reggae es monótono y aburrido y sus baterías deben de tener el trabajo más relajado del mundo junto con el de cajera del King Burger. Prefiero el ska; prefiero a Desmond Dekker. Ayer mismo le pregunté a la cajera del King Burger si le gustaba «Ob-La-Di, Ob-La-Da» y me miró como si le estuviera pidiendo que me vendiera jaco. Yo no sé de eso, respondió. Entonces ¿qué música escuchas? ¿Qué está sonando en la jam? Ella me dijo que Big Youth y los Mighty Diamonds. Sí, le dije yo, los Mighty Diamonds y Big Youth molan y tal, ¿pero acaso alguno de los dos ha sido mencionado alguna vez en una puta canción de los Beatles, como Desmond Dekker? Y ella me dijo: por favor, cuide su lenguaje, señor, en este establecimiento respetamos la ley.

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