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Clara Voghan - Yo también te amo (Spanish Edition)

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Clara Voghan Yo también te amo (Spanish Edition)
  • Libro:
    Yo también te amo (Spanish Edition)
  • Autor:
  • Editor:
    Reading & Relax
  • Genre:
  • Año:
    2016
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Clara Voghan

YO TAMBIÉN TE AMO

Voghan Clara Yo también te amo - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires - photo 1

Voghan, Clara

Yo también te amo . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Reading&Relax, 2015.

E-Book.

ISBN 978-987-45827-5-1

1. Narrativa Argentina. 2. Novela.

CDD A863

© Reading&Relax, 2015

Edición digital. ISBN 978-987-45827-5-1

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Se reservan todos los derechos, incluyendo el derecho de reproducción total o parcial por cualquier medio o procedimiento.

ÍNDICE


CAPÍTULO I

Rubén observó su propia imagen en el reflejo del ventanal. ¿Qué era eso? ¿Acaso le habían salido canas?... ¡Ridículo! Nadie tenía canas a los treinta y cuatro años. Peinó sus rizos oscuros buscando otra vez el destello grisáceo que tanto lo había inquietado. Pero no. Eran ideas suyas.

Ese viaje lo tenía mal. Desde que Susana lo había forzado a aceptarlo no hacía más que imaginar cosas.

¿Estaría haciendo lo correcto? Irse así. Dejarlo todo atrás: su madre, su hermana, sus amigos... ¿Cómo sería pasar una tarde de domingo lejos de los muchachos, sin ver el partido? ¿Cuál era el sentido de gritar los goles de River, si no estaba Francisco para poder gozar de su humillación? ¿Y qué de las cenas de los jueves, con Tomás y Juan?

¿Estaría haciendo lo correcto? Era cierto que en la Argentina no tenía futuro, y sus hijos bien merecían uno. Pero de no haber sido Susana tan insistente, ni loco hubiera pensado en seguir los pasos de su cuñado y mudarse a Milán. ¿Qué había allí para él? Vivir de prestado, rogar por un buen trabajo. Compartir con su esposa y los niños todas y cada una de las horas de su vida. Y no es que tuviera quejas de los mellizos. Por el contrario, amaba a esos pequeños condenados.

Pero Susana...

Junto a ella las horas se volvían eternas.

¿Por qué esa maldita noche, casi diez años atrás, no había seguido su instinto, eligiendo la dulzura de Jazmín por sobre la voluptuosidad de su mujer?

¡Sí! Jazmín... Pura ternura.

¿Acaso se le ocurría a ella obligar a Juan a emigrar, sólo porque ya llevaba dos años desempleado? ¿Forzarlo a dejar todo atrás por un sueño estúpido?

Sí... Jazmín.

Y con el tiempo sólo había mejorado. Ya no era la chiquilla flacucha de sus veinte años. Ahora se había transformado en una mujer sensual y deslumbrante. Una castaña que hacía girar la cabeza a más de uno con el movimiento de su melena ensortijada hasta la cintura. ¡Y qué cintura! Quizás era cierto lo que decía Susana. Quizás sus formas sólo se habían mantenido gracias a la feroz resistencia de Juan a convertirse en padre. Pero lo cierto era que, de las tres amigas, Jazmín era la única que todavía valía la pena mirar dos veces.

¿Para qué engañarse? No era su cuerpo sensual lo único que lo atraía de ella. Era mucho más... Buenos Aires estaba llena de mujeres hermosas. Pero pocas tan sensatas como la mujer de su amigo, o así de comprensivas y tolerantes.

Sí, de haber elegido mejor esa noche, de seguro nunca lo hubieran obligado a dejarlo todo por una fantasía.

—Se cayó el sistema.

Rubén despertó de su ensimismamiento. Por un segundo observó confundido a la cajera que le estaba hablando.

—¿Qué significa eso?

—Que se cortó la comunicación con la central y no podemos operar.

—Yo tengo cuenta en esta sucursal.

—Y a esta sucursal la maneja la central. Sin sistema no tengo acceso a su cuenta y no puedo operar.

—¿Y cuándo va a volver el sistema?

—¿Acaso me ve cara de mentalista? ¿Le parece que trabajo en un circo? ¡Qué sé yo cuándo va a volver!

—Pero hace veinte minutos que estoy esperando.

—Y el señor de adelante suyo una hora. ¿Y a mí, qué?

—Usted es una guaranga, señorita.

—No. Soy realista... Si quiere esperar es cosa suya. Yo igual no me puedo ir hasta que el sistema vuelva, así sean las diez de la noche, porque me es imposible cerrar la caja si no me comunico con la central. Si quiere esperar, me da lo mismo...

Rubén se alejó bufando.

Una viejita con ánimo de charlar se acercó hasta él.

—“Resina”, querido... Todo se arregla con un poco de “resina”...

—¿Resina?... ¿De qué está hablando?

—Resina... ción. Un poco de resignación.

—Maldito país... ¡No veo las horas de irme de esta mierda a un sitio civilizado, adonde estas cosas no ocurran!

—El sistema se cae en todas partes.

—Pero aquí cuando no es el sistema es una huelga, o...

La llegada de otra cajera con vasos en una mano y una caja de bollos en la otra lo interrumpió en medio de su queja.

—Se cortó la luz en el centro... Hasta que no vuelva, no hay sistema —informó a todos con la boca llena.

De inmediato las dos empleadas se relajaron. Como si hubiera caído un telón que ocultara el malhumor de los sacrificados clientes que padecían del otro lado del mostrador, se dispusieron a hacer un picnic allí mismo.

—¿Y, señorita? —se ofuscó Rubén—. ¿Qué hacemos?

—No sé usted, señor, pero yo voy a aprovechar para tomarme mi hora de almuerzo.

—¡Pero necesito hacer esta operación antes de que el Banco cierre!

—Vuelva mañana.

—Mañana me voy a vivir a Milán, y necesito hacerla hoy.

—Entonces siéntese a esperar, como hacemos todos.

—Pero ya casi es la hora de cierre.

—Usted siéntese, que si el sistema vuelve lo atiendo a cualquier hora.

De mala gana Rubén la obedeció.

Sí... Escapar al primer mundo, un lugar mágico adonde todo funcionara. Donde no hubiera cortes de luz, y los sistemas estuvieran siempre disponibles. Un sitio en el cual sus hijos tuvieran un futuro.

Lástima el partido del domingo.

Lástima los muchachos.

Lástima Jazmín.

Lástima...

—¡Qué le vamos a hacer, querido! Aquí cuando hace calor se corta la luz, y cuando se viene el frío desaparece el gas... y la luz.

¿Era a él? ¿Esa vieja patética se dirigía a él? ¿Además de todo lo que le ocurría iba a tener que enfrascarse en una de esas aburridas charlas de descontento generalizado? ¡Ni loco!

Cerró los ojos y simuló estar dormido.

Pero como si no hubiera necesitado más que eso, de inmediato un sopor profundo lo invadió. Teniendo en cuenta que no había almorzado para poder llegar a tiempo al Banco, quizás tanta modorra pudiera atribuirse al hambre.

El ruido de unos tacones afilados golpeteando el pavimento lo volvió al estado de alerta. Entornó sus ojos con disimulo, aprovechando la densidad de sus pestañas pobladas.

En efecto, tal como lo había imaginado, esos pasos sólo podían pertenecer a unas piernas largas y bien torneadas, encaramadas con gracia a unas sandalias escuetas que desafiaban las leyes de la gravedad.

Abrió un poco más los ojos, de forma de poder recorrer la espalda de la recién llegada sin despertar la locuacidad de su vecina de asiento.

Sí, hermosas piernas, y buen culo... ¿Esperaría también esa belleza la vuelta del sistema? Porque de ser así, bien valía la pena “despertar” de inmediato para cederle el sitio. Y hasta, quizás, iniciar una charla.

Una deliciosa charla.

Desde el nacimiento de los mellizos que no había vuelto a “charlar” así con una desconocida. Pero esta vez podía hacer una excepción.

¡Sí! Sentir de nuevo el placer de la conquista. ¿Llevársela a la cama? Quizás... No sería la primera vez que una mujer se le entregaba luego de una charla breve. Siempre le resultaba fácil cautivar a una desconocida. Pero desde su casamiento con Susana que no había vuelto a intentarlo. ¿Por qué? Estaba seguro de que, aun a pesar de los años, todavía conservaba el mismo encanto que a los veintidós. Su cabello moreno era abundante. Sus ojos claros le ganaban las miradas femeninas, (y más de una masculina también), y sus músculos seguían siendo tan tensos como entonces.

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