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Mohamed_ Nadifa - La mamba negra

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Mohamed_ Nadifa La mamba negra

La mamba negra: resumen, descripción y anotación

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Ambientado en los años treinta, el relato nos cuenta la historia de un niño somalí que recorre toda África en busca de su padre. Guerra y destrucción, solidaridad y esperanza esperan al pequeño Jama a lo largo de su camino, además del amor y de un hijo al que ha prometido no abandonar jamás. Un recorrido de más de diez años que representa un camino vital entre luces y sombras desde Somalia hasta Gales.

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Ambientado en los años treinta, el relato nos cuenta la historia de un niño somalí que recorre toda África en busca de su padre. Guerra y destrucción, solidaridad y esperanza esperan al pequeño Jama a lo largo de su camino, además del amor y de un hijo al que ha prometido no abandonar jamás. Un recorrido de más de diez años que representa un camino vital entre luces y sombras desde Somalia hasta Gales.

NADIFA MOHAMED
La mamba negra
Traducción de Montse Triviño
Emecé
Sinopsis
Ambientado en los años treinta, el relato nos cuenta la historia de un niño somalí que recorre toda África en busca de su padre. Guerra y destrucción, solidaridad y esperanza esperan al pequeño Jama a lo largo de su camino, además del amor y de un hijo al que ha prometido no abandonar jamás. Un recorrido de más de diez años que representa un camino vital entre luces y sombras desde Somalia hasta Gales.
Título Original: Black Mamba Boy
Traductor: Triviño, Montse
Autor: Mohamed, Nadifa
©2010, Emecé
ISBN: 9788408102113
Generado con: QualityEbook v0.84
Nadifa Mohamed
La mamba negra
T ÍTULO original: Black Mamba Boy
© Nadita Mohamed, 2010
por la traducción, Montse Triviño, 2011
© Editorial Planeta, S. A., 2011 Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
Primera edición: mayo de 2011
Depósito Legal: M-15.494-2011
ISBN 978-84-08-10211-3
ISBN 978-0-374-11419-0,
.
Para Nadiifo,
Dahabo,
Axmed,
Xasan,
Shidane,
y para todos los que ya no están.
Te marchas y, si tu camino te conduce
a través de densos bosques poblados de árboles,
escarpadas y secas laderas de calor asfixiante,
donde respirar es difícil y la fresca brisa no llega nunca.
Que Dios coloque un escudo hecho del aire más puro
entre tu cuerpo y el sol implacable.
Poema de Maxamed Cabdulle Xasan
Vagabundillos del universo, tropel de seres pequeñitos,
¡dejad la huella de vuestros pies en mis palabras!
De Pájaros perdidos, Rabindranath Tagore
Aden, Yemen, octubre de 1935
L A llamada del muecín interrumpió el sueño de Jama, que se levantó para contemplar el sol que se elevaba entre las cúpulas en forma de pastel de las mezquitas. Las azoteas de los edificios de apartamentos de Adén resplandecían como si tuvieran una capa de azúcar glasé. Los pájaros revoloteaban en un cielo oscuro y, convertidos en negras siluetas, trazaban círculos en tomo a la luna preñada y las pocas estrellas que aún quedaban. Jama recorrió Adén con los planetas negros de sus ojos: el puerto de los buques de vapor, siempre concurrido y bullicioso; Cráter, el barrio antiguo, con sus casas de piedra arenisca y sus esculturales edificios de tonos pardos, que se confundían con los volcanes de la sierra de Shum Shum; los distritos de Ma’alla y Sheikh Usman, de edificios blancos y modernos, entre las colinas y el mar... Cuando las mujeres interrumpieron la preparación del desayuno para rezar las plegarias matutinas, sin que para ello les hicieran falta las exhortaciones del viejo muecín, se elevó por toda la ciudad el humo de los fuegos de leña y el llanto de los niños. Un nido de buitres rodeaba el antiguo minarete; de las ramas quebradas colgaban guirnaldas de porquería, mientras que el hedor a carroña del nido contaminaba el vecindario. La atenta madre, con las recias alas desplegadas e inmóviles a los costados, alimentaba con bocados putrefactos a las ruidosas crías. La madre de Jama, Ambaro, se hallaba al borde de la azotea, cantando dulcemente una canción con su voz profunda y melodiosa. Solía cantar antes y después del trabajo, no porque se sintiera feliz, sino porque las canciones se le escapaban de los labios y porque su espíritu joven remoloneaba en tomo a su cuerpo para coger aire antes de sumergirse de nuevo en las pesadas tareas cotidianas.
Ambaro se sacudió los fantasmas del pelo y dio comienzo a su soliloquio matutino:
—Hay mucha gente que no sabe el trabajo que supone llenar sus desagradecidas panzas y se creen sultanes que pueden pasarse el día haraganeando sin ninguna preocupación en la vida. Tienen la cabeza llena de pájaros y no sirven más que para perder el tiempo tonteando. Pues ni hablar. Yo no me parto la espalda trabajando para luego sentarme a ver a esos mocosos tumbados todo el día a la bartola.
Todas las mañanas, Jama se despertaba escuchando los poemas cargados de desdén que su madre recitaba, sus letanías de descontento. De los labios de Ambaro brotaban increíbles e incoherentes ríos de insultos, que arrastraban a un infierno de condenación no sólo a su propio hijo, sino también al mujadim de la fábrica, a parientes desaparecidos tiempo atrás, a enemigos, hombres, mujeres, somalíes, árabes e indios.
—¡Levántate, so tonto! ¿Te crees que estás en casa de tu padre o qué? ¡Levántate, idiota! Tengo que ir a trabajar.
Jama siguió holgazaneando tumbado boca arriba, hurgándose el ombligo.
—¡Para ya, marrano, que se te va a hacer un agujero!
Ambaro se quitó una de sus sandalias rotas de piel y se dirigió hacia su hijo. Jama trató de huir, pero su madre se abalanzó sobre él y le propinó varios golpes dolorosos.
—¡Levanta! ¿Yo tengo que caminar más de tres kilómetros para ir a trabajar y a ti te fastidia tener que levantarte? —le gritó, enfurecida—. ¡Pues hala, ya puedes perderte, que no sirves para nada!
Jama culpaba a la ciudad de Adén del mal humor de su madre y ansiaba regresar con ella a Hargeisa, con la esperanza de que allí su padre consiguiera tranquilizar a Ambaro con canciones románticas. Al despuntar el día era cuando Jama más echaba de menos a su padre. La luz pura del amanecer avivaba los recuerdos: la risa de su padre, las canciones en tomo a una fogata, las manos suaves y de largos dedos que acariciaban las suyas... Jama no estaba muy seguro de si eran recuerdos reales o tan sólo sueños que se colaban en sus horas de vigilia, pero atesoraba esas imágenes frágiles para que no se alejaran de él, como había hecho su padre. Jama recordaba haber cruzado el desierto sentado sobre unos fuertes hombros, contemplando el mundo desde lo alto como si fuera un príncipe; y, sin embargo, ya no conseguía ver el rostro de su padre, oculto entre tercas nubes.
Por la oscura escalera de caracol le llegó el aroma del anjeero, el pan somalí; los Islaweyne estaban desayunando. ZamZam, una adolescente feúcha, solía llevarle a Jama las sobras de las comidas. Jama las había aceptado durante un tiempo, hasta el día en que había oído a los chicos de la familia referirse a él como haashishki, cubo de la basura. Los Islaweyne eran parientes lejanos, miembros del clan de su madre. El hermanastro de Ambaro les había pedido que la acogiesen cuando ésta había llegado sola a Adén. Y los Islaweyne habían cumplido con lo prometido, pero pronto había resultado evidente que lo que en realidad pretendían era convertir a la prima beduina en una especie de criada; esperaban de ella que cocinara y limpiara y, ya puestos, que otorgara a la familia un aire más refinado. En menos de una semana, Ambaro había encontrado trabajo en una fábrica de café, con lo cual había privado a los Islaweyne de su nuevo símbolo de prestigio y, de paso, había desencadenado el resentimiento de la familia. Los Islaweyne la habían obligado entonces a dormir en la azotea y no le permitían comer con ellos a menos que tuvieran invitados, en cuyo caso se deshacían en sonrisas y gestos de generosidad familiar: «Oh, Ambaro, pero ¿qué quiere decir eso de “Con permiso”? ¡Todo lo nuestro es también tuyo, hermana!»
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