Contents
Título y autor
Créditos
Muerte Negra
Prólogo
Después de la lectura
Contacto con el autor
Otras obras del autor
Mundo sin futuro (TC1)
Centauri, un nuevo futuro (TC2)
Hijos de Centauri (TC3)
Pack Trilogía Centauri
Destino Orión (O1)
El último planeta (O2)
El rostro de la venganza (O3)
Pack El ocaso de los dioses
Diario de un mundo sin futuro
Cuerpo de Asalto
Inundación: El despertar Despedida
MUERTE NEGRA
(LA GUERRA DE LOS DIOSES 1)
©Alberto Meneses, 2018
Todos los derechos reservados
Esta obra está protegida por la Ley de la Propiedad Intelectual.
Queda prohibida su reproducción total o parcial por cualquier método o procedimiento, salvo autorización expresa de su autor.
Diseño portada y maquetación: Alberto Meneses http://www.albertomeneses.es
Versión 1.0: junio, 2018
MUERTE NEGRA
Prólogo
Han pasado varios siglos desde que la humanidad tuvo que abandonar la Tierra.
Tras el impacto de un asteroide que dejó la Tierra inhabitable, los supervivientes se trasladaron a Centauri, un planeta en el que el ser humano tuvo que empezar de cero. No fue fácil. La ambición de aquellos que trataron de hacerse con el poder estuvo a punto de desatar una guerra que habría diezmado a quienes tanto habían sufrido para llegar a Centauri. No obstante, una sola generación bastó para dejar inhabitable el nuevo hogar de la humanidad, obligándole a buscar otro dentro de la inmensa galaxia.
La Federación Interplanetaria, el órgano de gobierno que asumió el poder tras la desaparición de los antiguos países terrestres, tomó la decisión de expandirse a cuantos planetas habitables fuese posible. Eso provocó que tres siglos después la humanidad conociese una expansión como jamás habría pensado que lograría y un bienestar que, a pesar de la diferencia de desarrollo entre unos planetas y otros, proporcionó una época de paz que nunca se pensó que fuese posible. Pero la ambición del ser humano y su propia naturaleza terminó por derribar lo que con tanto esfuerzo se había construido.
El planeta Navj, el único conocido habitado por una raza inteligente, fue uno de los que sufrió esa expansión y sus habitantes vieron impotentes cómo el ser humano agotaba sus recursos, sometidos por una civilización mucho más desarrollada que la suya.
Tuvo que ser un hombre, criado entre los navajos y al que denominaron Niño-dios , quien defendió a su pueblo y llevó a cabo un plan maestro para arrebatar el poder a la Federación, con la ayuda de unos supuestos dioses.
La destrucción de Arcadia fue solo el primer paso. La guerra se extiende y los navajos están decididos a erradicar a la raza humana del universo.
Ese día había amanecido despejado. Los rayos de la enana roja que presidía aquel sistema planetario acariciaban la cima de las altas cumbres situadas en la línea del horizonte. Una idílica visión que hizo que el doctor Larssen recuperase el ánimo mientras tomaba la primera infusión del día sentado ante la ventana de la cocina. Dado que su casa estaba situada al final del pueblo, tenía una perfecta visión de buena parte de las montañas que rodeaban el valle, así como de los extensos campos de genjo próximos a esa parte de la comunidad. Las espigas doradas adquirieron un brillo especial conforme los rayos del nuevo día las bañaron, conformando una visión hipnótica a los ojos del hombre cuya edad había alcanzado ya los sesenta años. Sin embargo, esa sensación de bienestar desapareció en cuanto sintió un ruido a su espalda.
—Buenos días, padre —escuchó la voz seca de su hija.
Durante unos segundos dudó si responder. Aunque quería a su hija más que a su propia vida, las palabras que había escuchado de sus labios el día anterior seguían clavadas en su corazón como si de un afilado cuchillo se tratase.
—Buenos días —respondió finalmente, esperando que eso despertase una palabra cariñosa por parte de ella o al menos una muestra de arrepentimiento, que no se produjo.
Cuando se volvió para mirarla se encontró de nuevo solo en la cocina. Su primer impulso fue salir tras sus pasos para arreglar las cosas de una vez por todas, pero sus pies no se movieron. Algo en su interior le decía que no podía ceder, que debía mantenerse firme si quería que su hija le respetase, aunque en el fondo supiese que ella tenía razón.
En la comunidad no existía demasiada diversión y menos para una adolescente como ella. Estaba situada en Alvia, uno de los planetas más apartados de la Federación, con una única zona habitable de unos veinticinco kilómetros cuadrados en la que sus habitantes se dedicaban exclusivamente a la producción agrícola y ganadera. Vivían de lo que obtenían con sus propias manos y se gobernaban a sí mismos con sus propias leyes y normas. Desde hacía tres generaciones habían adoptado un estilo de vida sencillo, alejado del lujo, las nuevas tecnologías y la vida moderna; siguiendo las normas de una creencia religiosa que había caído en el olvido para el resto de la sociedad.
Quienes habían nacido allí, y por lo tanto no conocían otro tipo de vida, aceptaban de buen grado aquellas normas de convivencia. Sin embargo, para cualquiera que hubiese conocido los avances que ofrecía la vida moderna resultaba muy duro vivir en un lugar así, sin apenas comodidades. Larssen lo había hecho convencido de que solo allí podía mantener a su hija alejada y a salvo de la guerra, aunque pronto comprendió que ella no encajaba con aquella gente ni con el tipo de vida que llevaban. Siempre se había mostrado como una niña rebelde, a la que le costaba cumplir las normas que regían la comunidad, y ahora la cosa iba a peor. Con dieciséis años recién cumplidos y con las hormonas en plena revolución, resultaba imposible dominar su carácter. Las discusiones entre ambos eran cada vez más frecuentes, y lo peor de todo era que no tenía nadie en quien apoyarse. Estaban solos su hija y él, y cada día que pasaba notaba que la perdía un poco más. ¡Si al menos su mujer siguiese a su lado!
Sintió cómo el dolor en su corazón se volvía más intenso al recordar el pasado. Pronto se cumplirían diez años del primer ataque a la Federación y del inicio de la guerra contra los navajos. Por aquel entonces Larssen vivía con su familia en el planeta Arcadia, cuna del gobierno federal. Ese día habían decidido visitar Helenia, la capital, un viaje con el que su hija Amanda, que entonces contaba con seis años de edad, había insistido las últimas semanas. Acababan de llegar cuando las primeras bombas comenzaron a caer sobre ellos, antes de que siquiera comprendiesen lo que ocurría.
Él fue el primero en asimilar la gravedad de lo que estaba ocurriendo, por eso metió a su mujer y a su hija en un taxideslizador, y se dirigieron al espaciopuerto de la ciudad por los túneles que circulaban bajo ella con la clara idea de huir de Arcadia. Al llegar se encontraron con el más completo caos. Mientras algunos trataban de escapar en busca de un refugio seguro, otros intentaban subirse a alguna de las naves que podían sacarles del planeta y que todavía no habían sido alcanzadas por las bombas.
A menudo Larssen se preguntaba si aquel día había tomado la decisión más correcta. Podía haberse llevado a su familia de vuelta a los túneles, como habían hecho algunos, o incluso buscado un autodeslizador con el que salir de la ciudad, pero decidió dirigirse a una de esas naves. Algo en su interior le decía que la única posibilidad que tenían de salvarse era huir del planeta, así que cogió en brazos a su hija y, con su mujer al lado, corrieron en busca de la salvación.
Página siguiente