En los días claros cantábamos
Primera edición: septiembre 2018
ISBN: 9788417505219
ISBN eBook: 9788417505813
© del texto:
Jeannette Grunhaus De Gelman
© de las imágenes de cubierta:
Jeannette Grunhaus De Gelman
© de esta edición:
, 2018
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A mis padres, que tuvieron la fortaleza para afrontar todas las adversi dades que el des tino les deparó y reconstruir sus vidas.
Y a mis nietos Gabr iela , Alexandra, A riel , Dan iela , Jaime, Yael y Leah, para que se sientan orgullosos de pertenecer a una familia y a un pu eblo que ha logrado pe rpetuarse.
«Hay una única cosa que no puede arrebatarse a un hombre: la última de las libertades humanas, la de elegir cuál será su actitud en un conjunto dado de circunstancias; la de elegir su camino».
Viktor Frankl, sobreviviente de Auschwitz (1946)
Mapa actual de Polonia con las ciudades mencionadas en el texto
Capítulo I
Tan solo nosotros
Desde muy niña, me embargaba con frecuencia una profunda sensación de soledad. Tenía a mis padres y a mis hermanos, pero, inmersa en nuestro minúsculo núcleo familiar en Maracaibo, miraba con envidia a mis amigos con sus primos, tíos y, sobre todo, sus abuelos. Durante muchos años, me atormentó esta diferencia. Aunque tuve una infancia feliz, yo, Jeannette, la mayor de tres hermanos, no lograba entender por qué éramos tan solo nosotros. Con el tiempo comprendí que este vacío, siempre tan presente en mi casa, tenía una explicación: todos mis parientes, cercanos y lejanos, habían sido asesinados en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial y mis padres eran los únicos sobrevivientes.
A partir de ese momento comenzó a perseguirme de manera sutil, pero constante, una sombra gris que se proyectaba sobre mi vida y se manifestaba irracionalmente a través de una animadversión hacia todo lo que tuviese relación con Alemania o los alemanes; ellos eran los culpables de mi desasosiego. Extrañamente, ese rechazo no se extendió ni a Polonia ni a los polacos, quizás porque mamá contaba con nostalgia anécdotas de su infancia y su temprana juventud, rememorando especialmente los momentos gratos de esas etapas de su vida. De las historias o relatos de papá tengo pocos recuerdos. A veces, sentía con fuerza que la melancolía de mamá y el carácter serio e introvertido de papá eran el resultado de las terribles experiencias que habían vivido. Sabía que antes de la guerra mis padres eran diferentes y que, a pesar de los sufrimientos y las pérdidas, extrañaban su vida pasada y no estaban verdaderamente adaptados a su nueva realidad. Estoy segura de que a ellos, aún más que a mí, les pesaba la pérdida de su familia.
Fui creciendo y la sombra se fue disipando; en realidad, dejé de prestarle atención. En casa no hablábamos sobre la guerra. Yo evitaba hacerlo por temor a herir a mis padres y reabrir heridas dolorosas; tampoco lo hacía con mis hermanos, realmente con nadie, y, sin embargo, cuando leía o veía películas sobre el Holocausto, lloraba mucho. Nunca profundicé en mis sentimientos, huía del hecho de tener que enfrentar las emociones que todo esto despertaba en mí, ya que por razones que no lograba identificar, o quizás no deseaba conocer, sentía que el pasado de mis padres estaba separado de mis vivencias por una barrera que no me atrevía a derrumbar.
Con el correr del tiempo, la sombra gris continuó debilitándose, se hizo apenas perceptible. Muy ocasionalmente, afloraba, como ocurrió durante un corto viaje de estudiantes que me llevó de paso por Varsovia y, en especial, cuando acepté pasar cuatro días en Alemania. Estando allí, reaccioné de manera irracional ante lo que veía: escuchar alemán me atemorizaba, los gestos de la gente se transformaban en muecas siniestras, la música me sonaba a marcha marcial, la comida me disgustó y fui totalmente incapaz de centrar mi mente en los lugares turísticos que visitamos. La angustia que me invadió en esos momentos me perturbó de tal manera que me dije que jamás volvería a Alemania ni a Polonia. Muchos años después, para mi gran sorpresa, mamá manifestó el deseo de regresar a Polonia en un viaje organizado por un grupo de sobrevivientes de Wlodawa, su ciudad natal, entre los cuales se encontraba su mejor amiga y hermana de adopción, Sara Omelinski. Mis hermanos, Leo y Rosa, y yo decidimos acompañarla y esta vez, aun antes de pisar Polonia, la sombra gris resurgió con fuerza avasallante y mi ansiedad fue en aumento. Me decía que ya no estábamos solos, que, aunque papá había fallecido en 1997, mamá con sus tres hijos, ocho nietos y hasta una bisnieta había construido una verdadera familia, unida, triunfante. Pensaba poder afrontarlo dominando el miedo que me embargaba, a la vez que temía la reacción de mamá, pero la veía tan dispuesta a emprender ese viaje hacia el pasado, su terrible pasado, que me armé de valor ante su valentía.
* * *
En septiembre del año 2000 comienza el viaje. Cada uno de nosotros viene de un lugar distinto. Desde el avión, inquieta, contemplo el paisaje: árboles verdes, muy verdes, campos, pequeñas ciudades. No puedo enfocar. Pienso: un gran cementerio. En mi cabeza revolotean imágenes de terror y muerte. Aterrizamos en Varsovia. En el aeropuerto escruto la expresión de cada polaco mayor, sus miradas, sus gestos, y no puedo dejar de pensar en lo que pudo haber hecho cada uno de ellos durante la guerra. No siento ninguna empatía. En el taxi me obligo a mirar por la ventana y veo otra vez mucho verde, árboles cuidados, edificios reminiscentes de un pasado comunista, también construcciones modernas, avisos luminosos. Para mí, Polonia siempre ha sido y seguirá siendo gris, solo gris.
Llego al hotel y mi hermana Rosa ya está allí. La abrazo, feliz porque finalmente veo una cara amiga. Nos vamos a cenar a la ciudad vieja, que fue reconstruida totalmente después de la guerra. Hace fresco, sopla una ligera brisa y a nuestro alrededor polacos y turistas alegres conversan, ríen y gesticulan. Por esa zona no se ve ningún vestigio de vida judía. Turbada, me pregunto qué queda de los tres millones trescientos mil judíos que vivían en Polonia en 1939 y que son parte de la historia de este país. Su legado y su recuerdo, sencillamente, se han evaporado. Pareciera que Polonia es ahora otra: libre, pero sin judíos.
Pienso en mis antepasados y me invade una gran confusión porque es como si no hubiesen existido. Deseo encontrarme a mí misma, saber de dónde provengo, de dónde vienen mis padres, conocer cómo fueron sus vidas. Nunca, hasta ese momento, había reflexionado sobre ello, pero durante esa primera noche en suelo polaco decido buscar respuestas a mis interrogantes sin siquiera imaginar que iba a nacer en mí la imperiosa necesidad de relatar la historia de mis padres y de toda mi familia.
Capítulo II
Wlodawa en el tiempo
Siempre supe que la población de donde procedía mi familia se llamaba Wlodawa. Para mí este nombre no evocaba más que un punto lejano en un mapa, al este de Polonia, en la frontera con Rusia, sobre un río llamado Bug. Antes del viaje la busqué en el mapa y la ubiqué al lado de sus nuevos vecinos, en un triángulo entre Polonia, Ucrania y Bielorrusia, siempre a orillas del misterioso Bug. Y fue en esta pequeña ciudad o shtetl