1. En la Zona Restringida, al Individuo Exiliado (IE) se le permite un radio máximo de desplazamiento de quince kilómetros, con epicentro en su residencia oficial. Esa residencia solo se puede cambiar mediante recurso ante la Oficina Disciplinaria de la Seguridad Nacional en el Exilio (ODSNE).
2. Al IE se le prohíbe cuestionar, impugnar o desobedecer en modo alguno a cualquier autoridad local de la Zona Restringida. Al IE se le prohíbe identificarse, excepto de la manera establecida por la ODSNE. Al IE se le prohíbe proporcionar «conocimiento del futuro» en la Zona Restringida o buscar o tratar de localizar «parentela».
3. Al IE se le proporcionará un nombre nuevo, que es innegociable, y una «partida de nacimiento» apropiada.
4. Al IE se le prohíbe iniciar relaciones «íntimas» o «confidenciales» con ningún otro individuo. Se le prohíbe igualmente procrear.
5. Al IE se le identificará como «adoptado» por unos «padres adoptivos» que ya habrán «fallecido». Al IE se le identificará como desprovisto de cualquier otro familiar. Esa información constará en su registro oficial en la Zona Restringida.
6. Al IE se le vigilará en todo momento durante su Exilio. Queda entendido que la ODSNE puede revocar en cualquier instante los términos del Exilio y de la condena.
7. El incumplimiento de cualquiera de estas Instrucciones por parte del IE se traducirá en su Aniquilación inmediata.
Aniquilación
IA: Individuo Aniquilado.
Si te aniquilan, dejas de existir. Se te «vaporiza».
Y si te aniquilan, se aniquila además todo recuerdo tuyo.
Tus efectos personales y tu herencia pasan a ser propiedad de los EAN (Estados de América del Norte).
Una vez que hayas dejado de existir, a tu familia, incluso a tus hijos si los tienes, se les prohibirá hablar de ti o recordarte bajo ningún pretexto.
Como se trata de un tabú, no se habla de Aniquilación. Sin embargo, todo el mundo sabe que, además de ser el más cruel de los castigos, la Aniquilación siempre pende sobre uno.
Ser Aniquilado no equivale a ser Ejecutado.
La Ejecución es un tema de educación pública. No es un secreto de Estado.
Cierto porcentaje de ejecuciones, bajo los auspicios del Programa Federal de Ejecuciones Educativas (PFEE), se retransmiten por televisión al pueblo, con el propósito de educarlo moralmente.
(En la cámara de ejecución, diseñada para que parezca un quirófano, los agentes carcelarios atan a una camilla al IC [Individuo Condenado]; luego, miembros de la dotación de la cárcel, con uniformes blancos de «enfermeros», administran al IC una dosis letal de veneno, mientras, desde sus hogares, millones de espectadores contemplan el espectáculo por televisión.)
(Nosotros no veíamos las ejecuciones. Aunque la situación de mi padre era ya de IM [Individuo Marcado], y de vulnerable por su Clasificación de Casta [CC], ni papá ni mamá permitían que se encendiera el televisor durante las Horas de Ejecuciones que solían programar varias veces por semana. En sus tiempos de instituto, Roderick, mi hermano mayor, ponía objeciones a aquella «censura», alegando que, si sus profesores analizaban en clase el aspecto educativo de una Ejecución, no estaría en condiciones de participar y destacaría como «sospechoso»; pero su argumento no convenció a nuestros padres para que encendieran el televisor en esos casos.)
La Aniquilación es algo completamente distinto, por que, si bien la Ejecución está abierta a un debate público, el simple hecho de aludir a una Aniquilación es un delito federal tan digno de castigo como la Incitación a la Traición.
Eric Strohl, mi padre, había sido un IM desde antes de que yo naciera. En su calidad de joven médico residente en el Centro Médico de Pennsboro, se había visto sometido a observación como persona de mentalidad científica, porque se daba por sentado que individuos como él «pensaban por sí mismos», una notoriedad que nadie hubiera querido para sí. Por añadidura, a papá se le acusaba de asociación con un IS (Individuo Subversivo) bajo vigilancia, que más adelante sería detenido y juzgado por Traición. Aquel individuo hablaba a un pequeño grupo en un parque público; papá se había limitado a escucharlo comprensivo cuando una «redada» de la Seguridad Nacional los capturó a él y a otros allí presentes… y la vida de mi padre cambió para siempre.
Se le apartó de su puesto de residente en el centro médico donde trabajaba. Aunque poseía una licenciatura en medicina, con formación especial en oncología pediátrica, solo encontró trabajo mal remunerado como auxiliar de enfermería en el mismo centro, donde lo mantuvieron en cuarentena permanente para que nunca se le permitiera ya «ejercer» de médico. Aun así, mi padre nunca se quejó (en público); solía decir (en público) que se consideraba afortunado por no estar en la cárcel y por seguir vivo.
De cuando en cuando los IM estaban obligados a repa sar sus delitos y el castigo correspondiente y a expresar (en públi co) gratitud por su exoneración y empleo actual. En tales ocasio nes, papá respiraba hondo y, como él decía, canjeaba su alma una vez más.
¡Pobre papá! Tenía tan buen humor en casa que no creo que me diera cuenta de lo mal que lo pasaba. De lo destrozado que se sentía.
En nuestra familia se daba por hecho que no hablábamos de la situación per se de papá, pero al parecer se nos permitía —es decir, no se nos prohibía expresamente— aludir a su estatus de IM de la manera en que se podría mencionar una dolencia crónica de un miembro de la familia, la esclerosis múltiple, por ejemplo, o el síndrome de Tourette, o una tendencia a los accidentes raros. Ser IM era algo vergonzoso, embarazoso, potencialmente peligroso, pero dado que se trataba de una categoría delictiva (relativamente) menor comparada con otras mucho más graves, no se consideraba delito de Traición reconocer su existencia. Pero, incluso así, papá corría peligro.