El mito no es una fábula, sino más bien la presentación de unos hechos en un idioma que no es el apropiado. De modo que destruir un mito no supone negar esos hechos, sino restituirlos a su idioma. Y esto es precisamente lo que vamos a intentar hacer.
Introducción
Os lo ruego, no estamos en la escuela ni yo soy vuestro maestro. Dejad que hablen las ideas.
J AMES H ILLMAN , Tipos de poder
Conocemos las enfermedades del cuerpo, con ciertas dificultades las del alma, pero no sabemos casi nada de las enfermedades de la mente. Sin embargo, las ideas de la mente también enferman: a veces se anquilosan, o se adormecen, y en ocasiones se apagan, como las estrellas. Y puesto que nuestra vida está regulada por las ideas, debemos cuidarlas, no tanto para aumentar nuestro saber como para ordenarlo.
Ante todo está la problematización de ciertas ideas que, por razones biográficas, culturales, sentimentales o propagandísticas, están tan arraigadas en nuestra mente que actúan en nosotros como preceptos hipnóticos que no admiten crítica ni objeción alguna. Y no porque seamos rígidos o dogmáticos, sino porque nunca las hemos sometido a discusión, nunca las hemos observado de cerca. A estas ideas las llamamos mitos, y nunca han sido arrastradas por el viento de la desmitización.
A diferencia de las ideas que pensamos, los mitos son ideas que nos poseen y nos gobiernan con mecanismos que no son lógicos sino psicológicos y que, por tanto, están arraigados en el fondo de nuestra alma, hasta donde a duras penas llegan los rayos de la luz de la razón. Y es que los mitos son ideas simples que hemos mitificado porque nos resultan cómodas, no causan problemas, facilitan el juicio; en suma, nos reafirman eliminando cualquier duda sobre nuestra visión del mundo que, al no estar ya presionada por la ansiedad de las preguntas, tranquiliza nuestras conciencias felices que, renunciando al riesgo de la interrogación, confunden la sinceridad de la adhesión con la profundidad del sueño.
Pero es preciso despertar del reposo que nuestras ideas mitificadas nos garantizan, porque muchos sufrimientos, muchos trastornos, muchas desazones no nacen de las emociones de las que se ocupa la psicoterapia, sino de las ideas que, cómodamente agazapadas en la pereza de nuestro pensamiento, no nos permiten comprender el mundo en que vivimos y, sobre todo, sus rápidos cambios, de los que diariamente nos informan los medios de comunicación sin ofrecernos un juicio crítico que nos permita entrever qué nuevas ideas debemos discurrir para comprenderlo. Y todos sabemos que estar en el mundo sin entender en qué mundo estamos, porque solo disponemos de ideas elementales a las que nos mantenemos aferrados para no perdernos, es el medio más fácil y seguro para abstraernos del mundo, o para estar en el mundo tan solo como espectadores atónitos, o distraídos, o desinteresados o incluso deprimidos.
Para recuperar nuestra presencia en el mundo, una presencia activa e interesada, debemos revisar nuestros mitos, tanto los individuales como los colectivos, debemos someterlos a crítica, porque nuestros problemas están en nuestra vida, y nuestra vida exige que se curen las ideas con que la interpretamos, y no solo las heridas infantiles heredadas del pasado que todavía nos arrastran.
Crítica es una palabra que remite al griego kríno, que significa «juzgo», «valoro», «interpreto». Cada juicio, cada valoración implica una crisis de las ideas que hasta ahora han regulado nuestra vida, y que tal vez ya no son adecuadas para acompañarnos en la comprensión de un mundo que se transforma incluso sin nuestra colaboración. El que no tiene el valor de abrirse a la crisis, renunciando a las ideas-mito que hasta ahora han regido su vida, no gana en tranquilidad, sino que se expone a la inquietud propia de quien cuanto menos entiende menos se orienta.
Pero tal vez la orientación exige precisamente una desmitización de los mitos que antes eran funcionales para la comprensión del mundo y hoy son disfuncionales, exige una superación radical de la inercia de la mente, de su pasividad, y exige a cambio un pensamiento audaz que sepa librarse de las ideas arcaicas y encontrar ideas nuevas, que no se consuman al nacer, sino que permitan detenernos en ellas, porque las ideas son frágiles como el cristal, pero a veces están dotadas de una fuerza capaz de destruir nuestros hábitos mentales.
No siempre son «ideas claras y distintas», como pretendía Descartes; a menudo son únicamente esbozos de interpretaciones, pero que permiten a la mente ensanchar sus horizontes y a nosotros volvernos más tolerantes, porque somos más abiertos y más capaces de comprender y, por tanto, de vivir.
Milán, 6 de septiembre de 2009
MITOS INDIVIDUALES
1
El mito del amor materno
Mantén a los hijos todo lo escondidos que puedas y aparte de su madre mientras esté excitada. Pues la he visto mirarles con el aire feroz de querer hacer algo.
E URÍPIDES , Medea
Todos sabemos que el amor materno nunca es tan solo amor. Cualquier madre siente amor por el hijo, pero también experimenta rechazo al hijo. A veces el rechazo se impone al amor y nos encontramos con los casos de infanticidio, cuyo ritmo inquietante ya no nos permite relegar estas tragedias a la casuística psiquiátrica y liquidarlas con el perfecto estilo de la represión.
La recurrencia de este tipo de hechos, que la crónica nos narra casi a diario, nos obliga a todos a una reflexión más seria, que podría empezar con esta simple pregunta: ¿ha cambiado algo en la relación entre madres e hijos, que la retórica de los buenos sentimientos custodia y defiende como la forma más sagrada e indubitable de la relación de amor?
La respuesta es: en parte no y en parte sí, pero hay que explorar ambas partes para saber si, allí donde nada ha cambiado, el amor materno no es siempre ambivalente, y si, allí donde algo ha cambiado, la manera actual de formar una familia no es a veces responsable de gestos que la piedad humana pretende exorcizar incluyéndolos en esos fáciles diagnósticos que hablan de «rapto» o de «depresión».
El rapto no existe. Es psicología de ciencia ficción suponer una vida que transcurre normalmente y sigue transcurriendo normalmente después del exceso. Los raptos son invenciones cómodas para tranquilizarnos a nosotros mismos y aplacar el temor de ser también homicidas en potencia. En cambio, la depresión sí existe, pero por lo general no conduce al homicidio, en todo caso conduce al suicidio. Y no cuando se está deprimido, sino cuando se está a punto de salir de la depresión, porque cuando se está deprimido no se tienen fuerzas ni siquiera para levantarse de la cama o de la silla. Acabemos, pues, con estos diagnósticos fáciles y vayamos a nuestros dos escenarios.
1. L A AMBIVALENCIA DEL AMOR MATERNO COMO EFECTO DE LA DOBLE SUBJETIVIDAD
El sentimiento maternal está caracterizado por la ambivalencia, que solamente nuestro pánico a rozar algo que pertenece a la esfera de lo sagrado nos impide reconocer. Y de este modo acabamos sabiendo muy poco de nosotros y de la fuerza de nuestros movimientos inconscientes. La retórica de los buenos sentimientos es una gruesa capa que tendemos sobre la ambivalencia de nuestra alma, donde el amor se encadena al odio, el placer al dolor, la bendición a la maldición, la luz del día a la oscuridad de la noche, porque en lo más profundo todas las cosas están entrelazadas en una invisible discordancia. Y explorar el abismo que se extiende por debajo de estas cosas es una tarea olvidada ya por nuestra cultura, que distingue con excesiva simplicidad el bien del mal, como si ambos no se hubieran encontrado ni hermanado nunca.