La libertad no es el orden «natural» de las cosas. En la mayoría de lugares y en la mayoría de casos, los fuertes han dominado a los débiles y la libertad humana ha sido anulada por la fuerza o por las costumbres y normas. O los estados han sido demasiado débiles para proteger a los individuos de estas amenazas, o los estados han sido demasiado fuertes para que las personas se protejan contra el despotismo. Únicamente cuando se logra un equilibrio delicado y precario entre el estado y la sociedad, logra emerger la libertad.
De los autores del bestseller internacional Por qué fracasan los países, llega un nuevo libro crucial que responde a la pregunta de cómo florece la libertad en algunos estados, mientras cae en el autoritarismo o la anarquía en otros.
En medio de un momento de desestabilización desgarradora, necesitamos la libertad más que nunca, y, sin embargo, el corredor hacia la libertad se está volviendo más estrecho y más traicionero.
Prefacio
Libertad
Este libro trata sobre la libertad y de cómo y por qué las sociedades humanas han sido capaces o no de lograrla. Trata también sobre las consecuencias que tiene esto, en especial para la prosperidad. Nuestra definición se basa en la del filósofo inglés John Locke, quien sostuvo que una persona tiene libertad cuando tiene
un estado de perfecta libertad para ordenar sus acciones y disponer de sus pertenencias y personas según consideren conveniente [...] sin necesidad de pedir licencia ni depender de la voluntad de otra persona.
En este sentido, la libertad es una aspiración básica de cualquier ser humano. Locke hace hincapié en que
ninguno debe dañar a otro en lo que atañe a su vida, salud, libertad o posesiones.
Pero es evidente que a lo largo de la historia la libertad ha sido un bien escaso y continúa siéndolo en la actualidad. Cada año, millones de personas en Oriente Próximo, África, Asia y América Central huyen de sus casas, y en ese recorrido se juegan la vida, no porque estén buscando ingresos más altos o mayores comodidades, sino porque intentan protegerse a sí mismos y a sus familias de la violencia y el miedo.
Los filósofos han propuesto muchas definiciones de libertad. Pero en el nivel más básico, como reconocía Locke, la libertad comienza cuando la gente se libera de la violencia, la intimidación y otros actos degradantes. Las personas deben ser capaces de adoptar libremente decisiones sobre su vida y tener los medios para llevarlas a cabo sin la amenaza de un castigo inaceptable o unas sanciones sociales draconianas.
El mal en el mundo
En enero de 2011, en el mercado de Hareeqa de la ciudad antigua de Damasco, en Siria, tuvo lugar una protesta espontánea contra el régimen despótico de Bashar al-Asad. Poco después, en Daraa, una ciudad del sur, varios niños escribieron en un muro «La gente quiere que caiga el Gobierno». Fueron arrestados y torturados. Una multitud se reunió para exigir su liberación y la policía mató a dos personas. Estalló una manifestación masiva que en seguida se propagó por todo el país. Resultó que mucha gente quería que cayera el Gobierno. Pronto estalló una guerra civil. Como era de esperar, el Estado, sus fuerzas militares y de seguridad desaparecieron de gran parte del país. En lugar de conseguir la libertad, los sirios acabaron sufriendo una guerra civil y una violencia incontrolada.
Adam, un organizador de medios de Latakia, reflexionó sobre lo que ocurrió después:
Pensábamos que íbamos a lograr un presente, y lo que obtuvimos fue el mal en el mundo.
Hasayn, un dramaturgo de Alepo, lo resumió así:
Nunca pensamos que esos grupos oscuros entrarían en Siria; los que ahora se han hecho con el juego.
El más importante de estos «grupos oscuros» fue el llamado Estado Islámico, o lo que entonces se conocía como ISIS, que aspiraba a crear un nuevo «califato islámico». En 2014, el ISIS tomó el control de Raqqa, una importante ciudad siria. En el otro lado de la frontera, en Irak, se hizo con las ciudades de Falluja, Ramadi y la ciudad histórica de Mosul, con su millón y medio de habitantes. El ISIS y muchos otros grupos armados llenaron el vacío de Estado que había dejado el colapso de los gobiernos sirio e iraquí con una crueldad inimaginable. Las palizas, las decapitaciones y las mutilaciones se convirtieron en algo habitual. Abu Firas, que luchó con el Ejército Libre Sirio, describió la «nueva normalidad» en Siria:
Hace tanto que no oigo que alguien muere por causas naturales. Al principio, asesinaban a una o dos personas. Luego a veinte. Luego a cincuenta. Luego se convirtió en algo normal. Si perdíamos a cincuenta personas, pensábamos: «¡Gracias a Dios, sólo son cincuenta!». No puedo dormir sin el sonido de las bombas o las balas. Es como si faltara algo.
Amin, un fisioterapeuta de Alepo, recordaba:
Uno de los chicos llamó a su novia y le dijo: «Cariño, me he quedado sin minutos en el teléfono. Te volveré a llamar desde el teléfono de Amin». Pasado un rato, ella llamó preguntando por él y le dije que lo habían matado. Lloró, y mis amigos me dijeron: «¿Por qué le has dicho eso?». Yo respondí: «Porque es lo que ha ocurrido. Es lo normal. Murió» [...]. Abrí mi teléfono y miré los contactos y sólo uno o dos aún estaban vivos. Nos dijeron: «Si alguien muere, no borréis su número. Cambiad su nombre por el de Mártir» [...]. Así que abrí mi lista de contactos y todos eran Mártir, Mártir, Mártir.
El colapso del Estado sirio provocó un desastre humanitario de enormes proporciones. De una población de unos dieciocho millones de personas antes de la guerra, se estima que han perdido la vida quinientos mil sirios. Más de seis millones se han desplazado dentro del país y cinco millones han huido de él y viven en la actualidad como refugiados.
El problema de Gilgamesh
La calamidad desencadenada por el colapso del Estado sirio no resulta sorprendente. Durante mucho tiempo, los filósofos y los científicos sociales han mantenido que para resolver conflictos, hacer cumplir la ley y contener la violencia es necesario un Estado. Como dijo Locke: