La Cruz del Sur
Mike Sims
“ La Cruz del Su r ”
Escrito por Mike Sims
Copyright © 2018 Mike Sims
Índice
Miguel
Un día normal
El rival
Un día en la vida de Héctor
Un día en la vida de Zora
Un día en la vida de Sara
Un día en la vida de Zane
Un día en la vida de Laura
Un día en la vida de Raúl
El hombre de la ciudad
Me rindo
La separación de Carlos
Se necesita hacer un gran esfuerzo para ser tonto
La oscuridad que precede al amanecer
Un nuevo amanecer y un nuevo día
Detrás de las cortinas
Allá lejos
Las estrellas no mienten
Los niños deben escuchar y obedecer
Desprotegidos
Llega un nuevo amanecer
Las noticias
El viaje de regreso a casa
Hora de pagar el precio de la estupidez
De nuevo en casa
Diplomático
Cae el martillo
Destino D. F.
Descanso liberador
Se siente bien estar de regreso en casa
Suenan las campanas en el valle
Equinoccio
Miguel
Cuando hacemos planes bajos las estrellas, ellas nos parecen inmutables.Una vez que el sol abandona la tarea de regir sobre el día, los cielos son la prueba de que, más allá de nuestro intento por manejar los asuntos en la Tierra, ellas permanecen inalterables. Las estrellas nos reconfortan en la noche oscura. Mientras el sol da vida a todos los seres del planeta, los soles lejanos se hacen presentes en nuestras vidas y en la naturaleza por medio del ritmo y de sus señales. Es bajo esa brisa nocturna que un niño de doce años llamado Miguel Ortiz se sienta sobre las rocas y contempla las estrellas mientras piensa:
—Las estrellas, algunas cercanas y otras lejanas, forman figuras. Si las constelaciones son reales, tienen que ser la prueba de que Dios está aquí con nosotros y que Él las crea para que así todos podamos verlas así —murmura para sus adentros.
—¡Miguel! —se escucha que grita Manuel, su padre, a lo lejos—. ¡Regresa a casa!
—¡Ya voy! —grita Miguel, sin dejar de contemplar el cielo oscuro. Piensa y se pregunta: «¿Qué más habrá allí arriba?».
Miguel corre de regreso a casa, una localidad situada en una meseta coronada a lo lejos por montañas. Ellos viven en el estado de Michoacán, México, y la pequeña aldea recibe el nombre de Las Oilas y es casi una comunidad primitiva de treinta y cuatro habitantes. Llevan una vida simple sin dispositivos modernos, nada de teléfonos móviles ni de televisores, nada que los conecte al mundo que tú y yo conocemos en los 90. Han permanecido allí durante siete generaciones, viviendo en una zona árida y desértica que no se destaca por nada ni posee ninguna referencia que permita ubicarse. Incluso las montañas a lo lejos parecen desdibujadas. Las tareas diarias consisten en cultivar vegetales y cuidar las gallinas, las vacas y las ovejas como medio de sustento y para la venta. Un pozo en el centro del pueblo les provee de todo el líquido de vida que necesitan. Es simple, pero de alguna manera, paradisíaco ya que nadie los molesta desde el exterior.
Su vida puede ser simple, pero eso no significa que sean ingenuos. Eligen vivir una vida libre de deudas y del descontrol del mundo moderno. Saben que las ventajas de ese tipo de vida tienen un precio, un precio que preferirían no tener que pagar, por eso disfrutan de vivir la vida con verdadera libertad, sin ataduras.
Incluso las tensiones que surgen de las tareas diarias, producto de su estilo de vida, los relajan y los hacen más fuertes y sanos, al contrario de lo que sucede con una vida confortable. No necesitan suplementos alimentarios ya que su comida tiene todos los nutrientes que necesitan. Todo en sus vidas está en equilibrio. Muchas personas en el mundo contemporáneo luchan por conseguir ese equilibrio o al menos sueñan con él, pero el tiempo es su enemigo y su pretexto a la hora de hacerlo realidad. No sucede así con la gente de la aldea. Su estrategia consiste en resolver la tarea en cuestión y disfrutar del tiempo para hacer las cosas que la mayoría del mundo moderno restringe a dos semanas al año. Es una prédica conocida por muchos pero que pocos practican. Aunque sea difícil, la gente de la aldea cree que vale la pena. El ritmo de una buena vida es música para el alma y la hace crecer de una forma desconocida. Solo aquellos que tienen la suerte de acceder a este estilo de vida pueden disfrutar de los beneficios de esta suave melodía. Una canción que se hace oír lo suficiente como para que todos sepan que existe. Esta es su vida y su historia.
La mayoría de la gente de la aldea es analfabeta aunque algunos maestros itinerantes suelen llegar para ofrecer sus enseñanzas a los más jóvenes. Sin embargo algunos de ellos, como Carlos, el tío de Miguel, se han ido con el fin de encontrar otra forma de vida en la ciudad. Él logró asistir a la Universidad y trabaja como geólogo para una empresa local que provee combustible y gas. Visita su aldea natal cada tanto y le lleva cosas a Miguel para incitar a su sobrino a buscar otro tipo de vida, lejos de la aldea. El papá de Miguel no está de acuerdo y siente que todo lo que necesitan lo pueden encontrar en la forma de vida de la aldea. Todos los habitantes de la aldea abrazan la misma filosofía que el padre de Miguel y ven en él liderazgo y confiabilidad.
Al llegar a casa, Miguel ve a su padre trabajando en un artilugio de madera.
—Llegas tarde otra vez, hijo —lo reprende su padre.
—Discúlpame, papá. Las estrellas me hacen pensar mucho y pierdo noción del tiempo.
—No hay nada malo en pensar, pero necesitas dormir. Tienes tareas que cumplir mañana, lo sabes.
—Sí, señor. —Miguel mira a su papá y le pregunta—: ¿Qué es eso?
—Es un abofeteador.
—¿Un abofeteador? —pregunta Miguel entre risas.
Manuel se ríe también junto a Miguel.
—Sí, hijo, un abofeteador. Verás, las cabras se comen todo, incluso la comida de las gallinas. Así que ponemos el alimento para las gallinas en el canasto como siempre pero ubicamos el abofeteador encima. Las gallinas pueden comer sin problemas, pero las cabras, que son más grandes, lo tienen que mover para llegar al alimento. Al hacerlo, este artefacto gira y les da una bofetada, lo que las asusta. Con un poco de suerte, las podremos mantener alejadas.
—De todas maneras, las mantenemos separadas.
—No siempre, hijo
—Bien, papi. —Miguel trepa por la escalera hacia la plataforma que hace de habitación mientras Manuel guarda su proyecto.
—Es hora de dormir para mí también —dice Manuel mientras ambos se encaminan hacia la cama.
—Papi.
—Sí, hijo.
—¿Crees que algún día seré astrónomo?
—Pienso que es posible, pero eres lo suficientemente grande para entender que tu vida está aquí y que lo más probable es que te conviertas en un granjero como yo.
—El tío pudo salir de aquí.
—Esto no es una cárcel, hijo. Solo que no quiero que te desilusiones. Se necesita estudiar mucho para llegar a ser astrónomo.
—Yo aprendí a leer.
—También yo, hijo, pero aquí soy muy feliz.
—Yo seré astrónomo algún día, papá.
—Admiro tus ambiciones. Veremos qué piensas en un par de años. Ve a dormir ahora.
Miguel gira en la cama para contemplar el cielorraso de su hogar, formado por ramas y barro. Se siente abrumado por la perspectiva de ser astrónomo, pero a la vez esperanzado. Sin embargo, no puede reprimir la espantosa sensación de que su papá pueda tener razón. Cierra los ojos para dormir con un sentimiento de tristeza cuando un pedazo de barro que se cuela entre las maderas cae desde el cielorraso y lo golpea en la cabeza. Abre los ojos y nota que se ha formado un agujero por el cual se puede contemplar una estrella que brilla. Sonríe y no deja de mirarla hasta que, por fin, se queda dormido.
A la mañana siguiente, su padre, de pie en la escalera del dormitorio, lo llama.
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