Andrea Adrich - La petición del señor Baker
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- Libro:La petición del señor Baker
- Autor:
- Editor:UNKNOWN
- Genre:
- Año:2016
- Índice:4 / 5
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La petición del señor Baker: resumen, descripción y anotación
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LA PETICIÓN DEL SEÑOR BAKER
ANDREA ADRICH
© Andrea Adrich, 2016
Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier modo, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de su autor.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Epílogo.
GUIÑO A LAS LECTORAS.
CAPÍTULO 1
Nada más de entrar en el ático, noto un silencio extraño en la atmósfera. La ausencia de ruidos es casi total. Cruzo el hall y me dirijo al salón. Mis ojos reparan en las llaves que descansan encima de la mesa. Cuando me acerco, veo que también hay una tarjeta de crédito y una nota. Entonces me hago una idea de lo que es todo eso. Alargo la mano, cojo la nota y la leo.
Muchas gracias por todo, Darrell.
Espero de todo corazón
que seas feliz, muy feliz,
y que la próxima vez que nos veamos,
si el destino lo quiere,
puedas decirme que has encontrado el amor.
Lea
Entorno los ojos y releo el mensaje que me ha dejado Lea un par de veces más. Resoplo, me paso los dedos por el pelo y dejo el papel sobre la mesa.
—Ya se ha ido… —musito.
Me siento en el sofá y me quedo un rato mirando a mi alrededor, hasta que mis ojos vuelven a posarse en las llaves, la tarjeta y la nota que están encima de la mesa y me paro a pensar en lo que estos objetos significan.
El sonido de mi teléfono móvil rompe el denso silencio instalado en el lugar. Lo saco del bolsillo del pantalón y miro la pantalla.
—Dime, Michael —digo al descolgar.
—Darrell, buenas noticias —me anuncia en tono animado—. Textline ha sucumbido a tu oferta. Tengo en mi mano el acuerdo firmado.
—Pásamelo por email para echarlo un vistazo.
—¿Eso es lo único que vas a decir? Pásamelo por email para echarlo un vistazo… —me reprocha en tono irónico Michael, amigo, además de abogado de la empresa—. Llevamos meses detrás de esos cabrones, Darrell…
—No estoy de humor.
—Tienes que salir más de fiesta —me aconseja con burla —. A ver si así te cambia el humor.
—Tú todo lo arreglas saliendo de fiesta, Michael —afirmo.
—¿Y qué hay mejor que unas copas, buena música y una mujer?
—¿Una mujer?
—Sí, ya sabes que alguna siempre cae.
Pongo los ojos en blanco y suspiro resignado. Michael no tiene solución. Es tan buen abogado como excelente juerguista.
—Pásame el acuerdo. Quiero echarle un vistazo esta misma noche —atajo.
—Está bien, « don ejecutivo perfecto » . En unos minutos lo tienes en tu email.
—Gracias. Te veo mañana en la oficina —digo.
—Hasta mañana —se despide Michael.
Cuelgo la llamada y suelto el aire que tengo en los pulmones. Me levanto, me quito la chaqueta, me aflojo el nudo de la corbata y me la saco por la cabeza. La dejo en el reposabrazos del sofá junto con la americana.
Mientras voy a la cocina para pinchar algo, me recojo hasta los codos las mangas de la camisa. Al abrir la nevera veo un bol con un poco de pasta que ayer hizo Lea. Lo cojo, echo mano a una cerveza fría, busco un tenedor y me siento en la mesa.
Me llevo un bocado a la boca y entonces caigo en la cuenta de lo bien que cocina y de la devoción con que lo hacía. Es la única persona que ha sido capaz de hacerme abandonar mis habituales restaurantes para venir a casa a comer y a cenar.
—Exquisita —susurro, reafirmándome en lo que estoy pensando.
Lea ha sido capaz de muchas cosas, incluso de hacerme sonreír. Evoco el momento tantas veces al día que voy a desgastarlo, pese a que es un recuerdo. Ver su cara de asombro ha sido uno de los momentos más maravillosos que he vivido con ella.
Abro la cerveza y doy un trago. Me gustaría tanto estar follándomela ahora mismo. Aquí, encima de la mesa. O en el salón, o en mi habitación, o en la suya, o en la ducha, o en los probadores de una de las tiendas de ropa más glamurosas de Nueva York. Donde sea, pero a ella.
Frunzo el ceño.
¿Qué cojones me está pasando?, me pregunto. Nunca he dado demasiada importancia a que las chicas a las que contrataba la habitación se fueran, excepto por las molestias que me causaba tener que buscar otra que ocupara su lugar.
Me termino la ensalada, apuro la cerveza y subo a mi despacho. Sin embargo, mis pasos se dirigen a la habitación de Lea arrastrados por una sensación a la que no logro poner nombre y que me resulta de lo más extraña.
Abro la puerta y entro. Me quedo en mitad de la estancia viendo que ya no hay nada de ella. Ni el escritorio lleno de papeles, ni ropa en la silla, ni sus discos, ni sus libros…
Abro el armario y lo contemplo durante unos segundos. No hay nada, excepto ese aroma a frescor y cítricos que se había convertido en una de sus señas de identidad y que inunda la habitación y parte de la casa.
Me giro sobre mí mismo y me enfrento de nuevo a su ausencia y a esta sensación que no logro identificar. Cuando ruedo los ojos por la estancia, advierto que hay algo en el suelo, a los pies de la cama. Solo necesito un segundo para saber de qué se trata. Me acerco y lo cojo.
—Kitty… —murmuro, mirando detenidamente la vieja gatita de peluche que la madre de Lea le regaló.
Le coloco el vestidito blanco y los bigotes y entonces noto una extraña punzada en el corazón. ¿Es melancolía? ¿Tristeza? No lo sé. Pero no me explico cómo un muñeco puede inspirarme de pronto tanta… ternura, o eso a lo que llaman ternura. Dejo caer los hombros. ¿Por qué me siento de repente tan solo?, me pregunto en silencio. ¿Cómo puede haber dejado Lea tanta soledad tras ella?
El esos momentos mi teléfono vuelve a sonar, cortando el hilo de mis pensamientos.
—¡Maldita sea! —exclamo malhumorado entre dientes—. ¿Es que no van a dejar de molestarme de una puñetera vez? —Dejo a Kitty encima de la cama y saco el móvil del bolsillo del pantalón. Es Paul—. ¿Qué demonios quieres, Paul? —le ladro enfadado cuando descuelgo.
—Señor Baker…, le llamo para decirle que ya he terminado el presupuesto de las nuevas contrataciones, tal y como me dijo —se explica Paul.
Entonces caigo en la cuenta de que antes de irme de la oficina le he dicho que me llamara por teléfono en cuanto tuviera ese presupuesto listo. Me urge. Respiro hondo y trato de calmarme.
—Está bien, Paul —digo, suavizando el tono de mi voz—. Envíamelo por email. Quiero darle un repaso para ver si todo está correcto.
—Sí, señor Baker. Ahora mismo se lo mando —responde él servicialmente.
—Gracias, Paul —le agradezco, en un intento de compensar las malas pulgas que me he gastado con él hace un minuto.
Cuelgo, resoplo y me paso la mano por el pelo. Mis ojos se posan de nuevo en Kitty. Tengo que devolvérsela a Lea, sé el aprecio que tiene a este peluche porque es el único recuerdo que tiene de su madre, pero, ¿cómo? No sé dónde está, ni dónde vive, ni dónde trabaja. Tenía pensado preguntárselo en el momento de la despedida, pero es que ni siquiera se ha despedido de mí.
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