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Cacciola - El lado oculto del sol (Spanish Edition)

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Cacciola El lado oculto del sol (Spanish Edition)
  • Libro:
    El lado oculto del sol (Spanish Edition)
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    2015
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El lado oculto del sol (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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Luz

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El lado oculto del sol

Por, Nora Cacciola

El sol emite su último mensaje de luz en un pacífico atardecer… El olor dulzón de los bananos, es intenso. Entra por la nariz, lo sientes en la garganta, lo tragas, sale por la punta de tu lengua, y te queda el gusto intacto en la boca,

Persiste en la piel, como una esencia concentrada .

La nariz ganchuda se orienta hacia la izquierda, como si rastreara… Antes de comenzar a subir, la mujer enjuta y chupada echa un vistazo al pie de la calleja: el camión está maniobrando hacia atrás y adelante para encajar sus dimensiones en la estreches de la rua debajo de un enjambre de cordeles colmado de pantalones, sábanas, camisetas de fútbol, y toallas que el viento va enroscando tendidos entre un edificio y otro… Esquiva el agua jabonosa que ha sido arrojada a la calleja desde una vivienda, y se detiene un segundo ante el reguero que baja burbujeando entre la porquería…

Hace pantalla con su mano y mira hacia arriba…

Colgando del morro aparece la barraca que busca entre las demás casuchas donde los techos de chapa agujereada se soportan borde contra borde con los del frente… Resultaría penoso, para cualquiera, trepar por es t e sendero que se empina casi vertical sin aterrizar varias veces en esta lava que arrastra desechos, latas de cerveza, las hilachas de las bolsas de basura después del festín que se han dado los perros… No lo es para esa flaca que empieza a escalar, como si esto hiciese cada día de su vida.

Cruje la reseca madera apenas la mujer pisa el primer escalón de la escalera.

La ventana de la barraca se abre y asoma un rostro semioculto en la penumbra… El hombre, tambaleándose como embarcación en la tormenta, sale a su encuentro a pecho desnudo , y botella en mano. En el interior, dos sombras se desplazan de un lado a otro, mientras que otras se entrevén espiando a través de las rajaduras de la pared. El ebrio y la mujer no intercambian palabra alguna. Ella saca un sobre de su bolso y se lo pasa. El borracho desaparece dentro de la casucha mientras una de las sombras del interior se ha perfila do en la entrada. E l refl ejo anaranjado rojizo revela un rostro ojeroso con la mirada perdida en la nada, y las manos entrelazadas sobre un vientre abultado en punta que parece consumir toda su energía . El ebrio reaparece a los pocos minutos arrastrando consigo a una menina delgaducha con el pánico retratado en sus ojazos dorados .

Sin previo aviso, la visitante se adueña del brazo de la menina, quien, enmudecida, revolea sus ojos de adulto en adulto, y la encamina escalera s abajo…

Una por una, las otras sombras han ido saliendo al exterior de la casucha. La luz de lo que queda de día enciende las mejillas consumidas en una galopante desnutrición. En silencio, van aproximándose al borde de la deshilachada escalera mientras sus miradas confluyen en esas dos siluetas que se alejan cuesta abajo sorteando el fango, los putrefactos restos de comida y la mierda de los perros…

Son d os formas apenas perceptibles, fundiéndose en los vestigios del ocaso mientras otr as sombras vecinas se perfilan por las aberturas del resto del palomar acompasando con sus ojos el trayecto de las, ahora, dos manchas que se diluyen al fondo…

No se mueve una sola hoja de los bananeros. N i la más inofensiva brisa acompaña el trayecto de la silueta de espiga -cuyo maquillaje no alcanza a camuflar el rostro adolescente de piel café- un perro ladra a su paso , y los demás responden a coro mientras se encamina por una las rua de tierra roja que parecen no nacer ni morir en ningún sitio, colmadas de voces, gritos, un ritmo de samba que brota de algún parlante al tiempo que echa el cuerpo hacia atrás esquivando la moto que muerde la tierra pegada a sus pies haciendo bramar el motor para luego abandonar la calle dejándola envuelta en una nube rojiza…

Ahora , atraviesa un potrero, donde el aroma a banana se mezcla al tufo de las aguas servidas y a las montañas de basura podrida, y se detiene algunos minutos entretenida en el jogo bonito de un cuarteto de meninos descalzos, pelo mota y pecho desnudo que ríen observando al más pequeño de todos levantar la pelota , deslizarla por detrás del cuello , para devolverla a los pies, la dirige al siguiente menino que la recibe en el aire , y este comienza a bailotear de nuevo, y así , pasa al siguiente , y así al otro… S in que, ni una sola vez, ni siquiera, una, roce el suelo, como si de esta danza se hubiesen alimentado en el útero materno.

Mete la mano en su bolso y la saca llena de chupetines que no tardan ni un segundo en desaparecer.

El camión aguarda, motor en marcha, al pié de la empinada calleja. La cabeza del conductor asoma por la ventanilla para escudriñar a las dos que se aproximan… Aspira lo que le resta del canuto de marihuana, lo arroja y, de un salto, se apea con un manojo de llaves, va hacia la parte trasera del vehículo , y hace girar una de estas en la cerradura. La puerta se abre con un chirrido a latas dejando expuesta su negra abertura a la luz del ocaso…

La adolescente, que habla por su teléfono celular, levanta la vista , y se queda perpleja al ver el camión que está descendiendo cuesta abajo por la calle lateral. Impelida por una fuerza inusitada corre hasta alcanzar el vehículo… Como un animal rabioso, arremete contra la puerta del conductor golpeando sin cesar hasta que cae al suelo arrastrada por la aceleración del vehículo. Varias cabezas curiosean a la que ha quedado desparramada en el medio de la tierra arcillosa , y lanza alaridos que se lleva el aire al ver cómo el camión se pierde fundiéndose en el color de la tarde, las lágrimas han diluido la pintura en un manchón negro que se extiende por sus mejillas; se incorpora, y comienza a trepar por el empinado sendero…

Cuando alcanza la barraca , es una gata enceguecida que arremete contra la espalda del hombre prendiéndose con las uñas esmaltadas al rojo a sus brazos, lo zamarrea, echa fuego por la boca, a grito pelado lo maldice con la espantosa muerte que todos los espíritus vengativos reservan para estos casos. De un tirón, el borracho logra arrancar las puntas de las uñas incrustadas a sangre en su carne, y se desploma de bruces en el suelo. Despegando apenas el pecho, apoya las palmas en el piso, voltea su cabeza y en vano trata de enfocarla con la mirada presa de un derrame rojo mientras su boca se curva en una estúpida mueca y, oscilando como un péndulo, consigue por fin incorporarse del suelo. La fisgonea de refilón y se encoge de hombros, apura un trago de la botella, abre la boca y eructa, gira el cuerpo y, tras varios intentos , a trompicones le acierta a la entrada de la casucha perseguido por la adolescente que puños en alto no cesa de vociferar amenaza tras amenaza mientras el cielo ennegrece sin remedio.

Que no queden dudas, la noche ha llegado para quedarse…

Buenos Aires

Madrugada del domingo

Vuelvo a toser. Me doy vuelta. Pataleo debajo de las sábanas. De nuevo la tos que me inyecta un filón de aire. Aprieto los párpados. Intento relajar los músculos de mi pecho y normalizar la respiración para continuar durmiendo… El espasmo aumenta, crece como una pelota dura en mis pulmones. Duele expandirlos para que pase más aire. Y cuando logra pasar, duele, el oxígeno duele, hasta las hinchadas venas del cuello se tensionan como una cuerda de violín a punto de romperse. El aire duele, entra por la boca y lucha por llegar a los pulmones. Pataleo de nuevo debajo de las sábanas, hasta que pasa el hilillo de oxígeno que mis pulmones reciben hambrientos aullando de placer. Y comienza de nuevo el proceso… Inspirar, cortito, lo suficiente para pasar el hilillo de aire, el pulmón, el aullido, la punzada…

Me siento en la cama. Empapada en sudor. El cuello, la cara, la frente. ¡ AJ , AJ , AJ, AJ! E l pecho sube y baja, me ahogo, ¡ AJ , AJ AJ ! M is pulmones gritan, la situación no da para más. Extiendo la mano, lo tanteo sobre la mesa de noche, introduzco el tubo en mi boca, presiono el pulverizador fresco, húmedo, salvador… y se expande y aspiro con fuerza, y otra vez presiono, el pulverizador se expande otra vez, llena mis pulmones, el dolo r se atenúa… ¡Vuelvo a respirar! sí, ¡ estoy respirando bien!

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