«Estoy con quien es víctima de una injusticia».
Ciudad de Guatemala - Santa Cruz Canjá
Marzo, 2019
Su Santidad el Papa Francisco
c/o Cardenal Angelo Becciu
00120 Ciudad del Vaticano
Santísimo Padre,
después de mucho reflexionar, tomo —como dicen aquí— mi humilde pluma para dirigirme a Usted, motu proprio, aunque no por causa propia, sino por la de un pequeño grupo de creyentes como los debe de haber pocos en el mundo. (Con la cascada de escándalos que se ha producido en los últimos tiempos, Usted podrá temer que ahora yo toque algún tema escabroso. Pero no va por ahí mi discurso. Durante doce años asistí a un colegio de la Compañía de Jesús, y de alguna manera este hecho ha contribuido a que me atreva a dirigirme a Usted personalmente.)
En lo que va del año he visitado cinco o seis veces el pueblecito kaqchikel de Santa Cruz Canjá, en el altiplano occidental guatemalteco, donde se desarrolla un pleito social y religioso que comenzó hace muchos años, cuyos actores principales son unos cofrades maya kaqchikeles y la diócesis de la Iglesia católica de Sololá y Chimaltenango. En este pueblo viven pocos ladinos o mestizos —algunos comerciantes, algún cura, algún policía— y subsisten varias costumbres, tradiciones que son inseparables de lo que podría llamarse «el-ser-y-estar-en-el-mundo-maya». Salvo algunas excepciones, la gente tiene justo lo que necesita para subsistir, pues como todos sabemos hace siglos los campesinos mayas fueron despojados prácticamente de todo lo que se les podía despojar.
El capitán Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán escribió hacia la última década del siglo XVII en su Recordación florida acerca de esta «vecindad de indios de la estirpe kaqchikel»: Yace a dos leguas de distancia del camino, impedido de áspera montaña y mucha breña, pero su temple frío es más propicio y saludable que el de la cabecera [que fue Comalapa y es hoy Chimaltenango] . Sus tierras, fértiles y acomodadas a toda suerte de cultivo, rinden a beneficio de los dueños grandes provechos y conveniencia. Su iglesia, a proporción de su vecindad, cuenta con suficiente adorno a su culto en sus retablos y alhajas de altar y sacristía…
Tienen estas gentes todavía sus lenguas (ergativas), sus cuerpos (acostumbrados al frío) y sus paisajes (bellísimos): las tres casas del ser, como dice Agamben. Sus paisajes, pero, como se verá, no siempre así sus tierras, que hasta hace no mucho tiempo fueron comunales.
Usted, que ejerció el ministerio en Argentina, conoce la pobreza material. Pero me pregunto si imaginará lo que es ser pobre y kaqchikel hoy en día en un lugar naturalmente rico y hermoso como Canjá, donde la gente trabaja de sol a sol sembrando en la poca tierra que les queda y también en tierras ajenas, las tierras que fueron de sus antepasados y de las que han sido despojados.
Yo lo invito, con humildad y con el mayor respeto, a venir algún día a ver este paisaje, Padre. Todo paisaje es único, claro, como cada cara. ¿Pero dónde vio Usted un lago azul rodeado de volcanes de conos casi perfectos, por un lado, y, por otro, laderas y montañas verdísimas, las más altas de ellas cubiertas de bosques que parece que tocan el cielo? Uno de sus representantes en estas tierras de indios, el obispo de la diócesis de Sololá, lo podría testificar. Él vive a orillas de ese lago azul, en una localidad turística llamada Panajachel. Yo, de venir Usted a visitarnos algún día, le aconsejaría alojarse ahí y no en la cabecera departamental de Sololá, montaña arriba, un pueblón abigarrado y muy ruidoso, que también es uno de los centros más importantes de poder comunitario y religioso maya kaqchikel.
Las llamadas cofradías en Latinoamérica son, como Usted sabe, instituciones impuestas por la corona española para controlar la conducta de las poblaciones indígenas conquistadas y velar por el orden monárquico. La religión maya, practicada en la actualidad a lo ancho y largo de la república de Guatemala y en partes de México, Belice y Honduras, tuvo desde siempre representantes influyentes que lograron negociar con ambas partes (es decir: con los españoles dominadores y con sus propios subordinados mayas) para incluir en su sistema de creencias rituales, íconos y leyendas judeocristianos que se han ido entretejiendo con los de la religión maya para generar nuevas formas de experiencia y expresión religiosas. Varios elementos de la religión maya que fueron prohibidos durante la colonia han subsistido hasta el día de hoy, confundidos o disimulados con tradiciones cristianas, y ahora resulta casi imposible desentrañar o separar, y aun distinguir en ciertos casos, los unos de las otras. Pero aparte del aspecto puramente religioso, las cofradías en toda América se caracterizan por su función múltiple: sirven también como órganos de orden económico y político o comunal, y aquí se han convertido en legítimos reductos de la cultura maya.
Hoy en día, la calidad de las cofradías está sustentada y es reconocida por la Constitución Política de Guatemala (Capítulo Segundo, Sección Tercera, Protección a grupos étnicos ). Y disculpe, Padre, por favor, que me detenga en detalles técnicos que tal vez son de su conocimiento, pero me parece necesario tenerlos presentes para poder apreciar el posible valor de los argumentos que siguen. Pese a su nombre originario, la Cofradía del Sacramento de la Iglesia Católica de Santa Cruz Canjá es en realidad —y ha funcionado como tal durante siglos— una autoridad kaqchikel autónoma, distinta de la Iglesia católica, cuyos representantes son elegidos según sus propias normas por los cofrades y otros principales del pueblo en un orden jerárquico ascendente. Sin embargo, el obispo de Sololá —aunque convendría decir: una sucesión de obispos de Sololá, a partir de mil novecientos noventa y tantos— sostiene, en principio, que «todo bien poseído por las cofradías pertenece a la Iglesia católica». Apoyados en este principio arbitrario (¿tal vez eclesiástico o canónico?), con el fin de apropiarse de unos terrenos (que fueron, desde el siglo XVII , por cédula real, propiedad de las cofradías de Canjá, y que en 1977 quedaron reinscritos en el Registro de la Propiedad vigente a nombre del representante legal de la Cofradía del Sacramento), sus santos ministros, Santísimo Padre, han llevado a cabo una serie de actos que parecen indignos de quienes pretenden seguir la doctrina o la ética cristiana, y que, a nuestro entender, son también anómalos, por no decir fraudulentos.
«El problema en todos estos lugares es la posesión de tierras —opina el sacerdote diocesano que a finales de 1995 expulsó del templo católico de Canjá a varios cofrades. (Pues, como cuenta el abogado representante de la diócesis de Sololá en este conflicto de tierras: “Existieron poco más de treinta personas que fueron expulsadas de la Iglesia católica por desobediencia”.) Y continúa el padre expulsor—: En San Martín Jilotepeque fue lo mismo, y no es que solo yo hubiera sido, ya el problema venía y siguió. Hay un calvario en San Martín que administraba un grupo de cofrades. Y cuando se quiso pasar a nombre de la diócesis este terreno es cuando empezaron los problemas, porque ellos dicen que son los dueños. Se opusieron a que se pasara la escritura a nombre de la diócesis, amenazando con violencia y toda la cosa. Pero si hay una orden de que se pasen esos terrenos a nombre de la Iglesia, uno lo hace.»