• Quejarse

Alberto Rueda - Orissa (Parte I)

Aquí puedes leer online Alberto Rueda - Orissa (Parte I) texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Alberto Rueda Orissa (Parte I)
  • Libro:
    Orissa (Parte I)
  • Autor:
  • Genre:
  • Año:
    2016
  • Índice:
    3 / 5
  • Favoritos:
    Añadir a favoritos
  • Tu marca:
    • 60
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

Orissa (Parte I): resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Orissa (Parte I)" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Alberto Rueda: otros libros del autor


¿Quién escribió Orissa (Parte I)? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Orissa (Parte I) — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Orissa (Parte I) " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

© Alberto Rueda, 2016

Ilustración de portada y diseño de cubierta por Patricio Clarey

Corrección del manuscrito original por Lucía Adam

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright . La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Más información en:

www.albertorueda.com

https://www.facebook.com/AlbertoRuedaOficial

https://twitter.com/Alberto__Rueda

PARTE I

Lúgubre es el candelabro de nuestra vida

sin una llama que lo ilumine…

  1. Poder ser feliz

Golfo de Bengala . Año 256 a . C.

«Quisiera poder ser feliz, ahora que moriré junto a ellos. Poder evadirme de los pensamientos impíos que me atosigan y acudir renovado al samsara, lejos del cuerpo exiguo y decadente en el que me escondo asustado. Juro también que quisiera poder sepultar el sufrimiento acumulado bajo esta corteza sin miera, como el fruto envenenado por el ámbar de pretéritos años marchitos. Mas el rencor viscoso que supuran sus heridas se adhiere a mis anhelos como negra pecina; y bajo esa mácula traslúcida, inalcanzables por los rayos del sol, los contamina con su tacto y su aliento hasta pudrirlos por dentro.

»Quisiera a todos ellos ayudarles a cerrar los ojos y desterrar de su piel el miedo. Guiarles hacia un nuevo despertar en un lugar lejano donde puedan olvidar por siempre quiénes fueron y lo que han sido. Que miren atrás y solo les persiga el vacío.

»Quisiera poder hacerlo, pero no puedo.

»Mentiría si dijera que no afronto la muerte con el mismo temor que reside tras la mirada de los desamparados con los que comparto esta húmeda ratonera. Igual que ellos, aun siendo indigno para alguien de mi condición, me oculto como una rata acobardada de los ojos del Creador, tratando de escarbar un agujero tan profundo que dé cabida a mi congoja.

»Quisiera que me importase poder hacerlo, pero no es así.

»En esencia, he empleado mi vida en transmitir a iletradas mentes como estas las mismas doctrinas que he preservado con mi escritura. Recuerdo con precisión aquellas palabras sagradas con las que aspiraba a convencerles de no temer a la muerte, de aceptar esa catarsis rejuvenecedora como el rito ancestral que les ha de conceder nueva vida. Los justos cruzarán el umbral bendecidos por el karma y podrán recoger los frutos de su actual existencia. Los renegados, por contra, verán degradado su estatus vital en honor a su vileza, soportando nuevas penurias que tal vez les hagan, esta vez, recapacitar.

»Vacuas oraciones en las que pudiese aflorar su penitencia.

»En la mayoría de los casos logré convencerles con mi retórica; no es difícil elegir cuando no hay más de un camino. Pero justo ahora que llega el momento, ahora que debo alentarles con la fortaleza de mi fe, la voz de los dioses reverbera en mi mente como el eco pasajero de un credo que ni yo mismo comparto. En el fondo de mi cabeza, la duda se agita, salvaje, y me pregunta, mordaz y provocadora, si estoy realmente preparado.

»¿Lo estoy?

»Me aterra disolverme en el cosmos infinito como un simple grano de sal en el mar. Expandir mi alma entre nebulosas y regresar al mundo sin haber alcanzado aún la iluminación. El temor a no haber hecho méritos para engrandecer mi existencia me oprime el pecho hasta secarme el aliento. Si los dioses consideran que pude obrar mejor, me harán juzgar sin mesura y habré de pagar el alto precio que dictamine su ley.

»Puedo jurar que jamás quebranté norma moral alguna y siempre me mantuve alejado de lo impuro, mas hoy me cuestiono si en verdad fue suficiente. Rezar abrazado al arte de la escritura enriquece el espíritu y el intelecto, pero ninguno de ellos me ha enseñado a ser feliz. Y mi tiempo de aprendizaje se agota aguardando aquí sentado a los primeros guerreros, mientras estos ascienden por la escalinata del templo, ansiosos por rubricar con acero mi final.

»El emperador nos ha arrinconado en los confines del mundo, un lugar donde la tierra arenosa se arropa con el manto negro del mar para evitar las pisadas del hombre. Un universo de aguas bravías que no distinguen al invasor del invadido, que tan pronto llenan las redes de los pescadores como hunden para siempre sus barcos en el abismo en que se asoman sus viudas.

»Entre nosotros hay pastores que han abandonado su rebaño y, con suerte, aún conservan la muda compañía de un perro y sus liendres. Músicos itinerantes que retratan con notas desafinadas su triste melancolía, entre rameras y charlatanes con los que alguna vez han compartido los sucios callejones de la ciudad. A su lado, viejos herreros se recuestan en los muros, exhaustos por haber exprimido sus brazos forjando romas espadas tras las que sus hijos perderán la vida. Y entre todos ellos, campesinos y mercaderes reparten el escaso remanente de sus despensas para evitar que con la salida del sol sirvan de alimento al ejército invasor. Algunos beneficiarios son, probablemente, pillos y ladrones que en alguna ocasión les habrán hurtado o engañado, pero nadie se molesta a estas alturas en juzgar a cuantos tiene al lado.

»Es curioso ver cómo la angustia nos desnuda. Purga de nuestro interior todo indicio de prejuicio y nos revela que, en esencia, todos compartimos el mismo origen humano. Aguardamos juntos, ajenos por primera vez al orden social que siempre nos ha separado, pendientes más de lo que nos deparará el futuro que de nuestro pasado. Puede que nuestras vidas hayan discurrido de forma dispar, pero todas confluirán hermanadas en el mismo cauce fatal.

»Desde hace un largo rato nadie se acerca a hablar conmigo. Tal vez nadie conserve ya ningún atisbo de esperanza, o quizás se estén aferrando a ella con todas sus fuerzas, celosos de compartirla con los demás. No les culpo por ello. No podría. En la mayoría de los casos les han enseñado a vivir sin esperanza, dejándoles aprender por sí mismos que a veces un poco de ella alimenta más que el pan.

»No lejos de mí veo a una madre amamantando a su hijo un niño de pocas semanas que hasta hace poco lloraba y que quizá aún no haya tenido tiempo de contemplar la tierra en la que ha nacido. Tanto mejor para él. No sería justo dejarle vivir y que abra los ojos por primera vez para ver el mundo que nos rodea. Probablemente no lo hayamos construido pensando en él ni tampoco pensando en nosotros mismos. Recuerdo a su madre llevando frutas y verduras en alguna ocasión al templo, siempre amable y sonriente. Una mujer fiel y generosa como ella no se merece engendrar un esclavo.

»Sobre mis rodillas descansan aún los pocos pergaminos que he podido traer conmigo en mi huida. Son mi única pertenencia, la única cosa de valor que he rescatado de entre las llamas del incendio. Los he escrito con mi puño y letra a lo largo de veinte años, transcribiendo en ellos mantras védicos que, de boca en boca, han llegado hasta nuestros días. Hoy morirán conmigo, entre iracundas llamaradas que devolverán sus palabras al lugar del que un día las logré rescatar. A menudo, los hombres olvidamos que ciertas cosas no pueden ser arrebatadas a los dioses, por más empeño que pongamos en ello.

»Nunca más lo olvidaré.

»Como yo, otros también han dedicado su vida a preservar esta suerte de conocimiento divino, ya sea en pinturas, melodías o tallas de madera y piedra. Esto hace que me preguntar si acaso el arte solo alcanza tal estatus cuando es capaz de canalizar la esencia de lo divino. Algunas de estas destrezas requieren años de esfuerzo mediante una entrega exclusiva. ¿Qué otras artes existirán cuyo dominio precise más dedicación de la que puede abarcar una sola vida?

»En las muchas paredes de este templo, cinceladas en granito, perviven las imágenes que los maestros canteros de la zona extrajeron de algunos versos recitados. Pueblan los pasillos, dando forma a nuestra historia. La historia de destrucción que estamos viviendo y la que aún está por venir. En la pequeña sala en la que me encuentro, lejos de ventanales que conecten con el mundo, moran entre las sombras las escenas que narran la gran oda al joven libertador, aquel que surgiría de entre nosotros para acabar con el invasor y devolvernos la paz. Un muchacho aguerrido, con más ímpetu que envergadura, luchando, decidido, contra unas fuerzas enemigas que pretenden usurpar su pueblo y su libertad.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Orissa (Parte I)»

Mira libros similares a Orissa (Parte I). Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «Orissa (Parte I)»

Discusión, reseñas del libro Orissa (Parte I) y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.