© Rafael Pardo Rueda, 2022
© Editorial Planeta Colombiana S. A., 2022
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Primera edición (Colombia): marzo de 2022
ISBN 13: 978-628-00-0095-4
ISBN 10: 628-00-0095-8
Desarrollo E-pub
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PRESENTACIÓN
Palabras del autor
Difícil escoger entre una multitud de hechos uno más importante que otro. Luego de revisar veinticuatro décadas, tener el criterio de llevar a los lectores con rigor histórico las decisiones y medidas que han cambiado la historia de nuestro país. El resultado inicia con la Revolución de los Comuneros —penúltima década de 1700—; los grandes hombres como Nariño, Bolívar, Miranda; las constituciones que nos han regido; los fundamentos y principios de los partidos políticos, hoy casi olvidados; las primeras restricciones a la prensa; la llegada temprana de la doctrina internacional que marca nuestra mirada al norte desde entonces; hablar de paz desde los años cincuenta cuando las guerras han sido columna vertebral para liberarnos o condenarnos; el nacimiento de las guerrillas; un toque de queda de entonces que revivimos por otras razones hoy; los magnicidios de la droga y la corrupción de los narcos; las grandes reformas del 36 y luego la del 91; las vocaciones dictatoriales de los años cincuenta que tomaron forma de reelección en el 2004; para terminar firmando una paz con las Farc que aún estamos luchando.
No pretendo nada distinto que ofrecer a las nuevas generaciones una mirada de treinta hechos indispensables para conocer nuestra historia, con una descripción o contexto para cada uno y el documento respectivo tal cual fue publicado.
Y, sin embargo, es necesario aportar algunas reflexiones sobre cada uno de estos acontecimientos y cómo marcan nuestra cotidianeidad; lo que es imposible sin mirar el contexto mundial en que ocurrían para Colombia. Mientras en nuestro país vivíamos la Revolución de los Comuneros, Estados Unidos atravesaba su guerra de la independencia, y solo fue treinta años —tres décadas después— que se dio el proceso de independencia para Hispanoamérica.
Vendrían después, para mitad del siglo XIX, lo que conocemos en Europa como las revoluciones obreras, mientras que en Colombia se fundaban los partidos liberal y conservador. Y ya para 1851 se firmaba la libertad de los esclavos, que para Estados Unidos llegó hasta 1865 durante la guerra de Secesión.
Me resulta fundamental mirar cada momento de nuestra historia desde la perspectiva mundial, desde los sucesos que ocurrían paralelamente por fuera de nuestras fronteras y que pudieron impactarnos directamente o como consecuencia de hechos específicos. Es así como la pérdida de Panamá, y nuestra decisión de mirar al Norte con el restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos en los años en que se desarrollaba la Primera Guerra Mundial, resultan un punto de quiebre. Desde entonces la disparidad de nuestras relaciones exteriores se profundiza cada día más, sobre todo en la lucha contra las drogas, que nos tiene sumidos en una violencia que nació por otras razones.
Vivimos una dictadura de la cual las nuevas generaciones no tienen memoria: la de Rojas Pinilla, y es menester traerla a estos tiempos de tentaciones autoritarias y validar en los acuerdos de coaliciones como las de entonces, para que las instituciones se fortalezcan con el favor ciudadano, si no de la democracia amplia que corresponde a estos tiempos.
La herencia de la guerra no nos fue indiferente. La división del mundo en los ejes de la Guerra Fría para nuestros países fue el nacimiento de las guerrillas y en medio de estas un grito de libertad en el mundo con el movimiento hippie, la píldora anticonceptiva, paz y amor que para los años siguientes fueron marcando en los territorios colombianos una historia de degradación de los entonces héroes de la revolución. De la mano de los revolucionarios se instauraron las dictaduras del Cono Sur: Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia.
Los ochenta fueron los años de la Guerra Fría y hablamos de narcoterrorismo en el mundo mientras que en Colombia las mariposas amarillas de Gabriel García Márquez sobrevolaban la violencia paramilitar y los narcos hacían estallar su ira contra la población más indefensa. Pero el mundo daba un vuelco en la última década de 1990 con el fin del apartheid en Sudáfrica y el inicio —entre tanto— de los primeros diálogos de paz en Colombia. Y como para lograr una paz verdadera son necesarias las reformas y la validación de los derechos, Colombia estrenó la Constitución que nos rige hasta ahora, treinta años después, para seguir guiando al país por una senda de cambios pendientes y de acuerdos por cumplir. Solo así el próximo hecho que marque la historia del país podrá ser el de la reconciliación verdadera.
CAPÍTULO 1
Las Capitulaciones de Zipaquirá
Ocurrió en lo que hoy es el departamento de Santander, entonces llamada provincia del Socorro, sede de la más grande manufactura que en esa época había en el Nuevo Reino de Granada. Las denominadas Reformas Borbónicas, los Borbón, habían ascendido al trono de España, y en una escasez por estar agotadas las fuentes de recursos para la Corona, se acudió al antiguo impuesto de la Armada de Barlovento que gravaba mercancías, especialmente manufacturas. El impuesto al tabaco y al aguardiente eran los objetivos preferidos. Esto causó malestar en la colonia de la Nueva Granada, especialmente en Santander, con la mayor población del virreinato. En El Socorro y Girón se empezaron a reunir pobladores. Se dieron los primeros levantamientos de las gentes del común, de ahí que la insurrección se llamara de los Comuneros.
La llegada del visitador regio, Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, a la región provocó un levantamiento en Santander. En marzo de 1781, Manuela Beltrán descolgó uno de los avisos en que estaban anunciados los nuevos impuestos, al grito de “Viva el rey y abajo el mal gobierno. No queremos pagar la Armada de Barlovento”. Entonces se formó una junta del Común encabezada por Juan Francisco Berbeo, regidor del Cabildo de El Socorro que pertenecía a la élite. Salvador Plata, Francisco Rosillo, Diego de Alvira y Antonio Monsalve, con Berbeo, formaron la primera Junta del Común.
Ambrosio Pisco, indígena que se reclamaba descendiente de los zipas, fue también líder de la revuelta desde Güepsa, Boyacá. Había seguido el ejemplo del líder inca Túpac Amaru, decapitado apenas un año atrás.
Después de enviar comisiones a caballo a todos los pueblos de la provincia del Socorro, los Capitanes de Común organizaron una marcha hacia Santa Fe. Veinte mil comuneros se dirigieron a la ciudad. Llegaron a Puente Real, después llamado Puente Nacional, y siguieron a Chiquinquirá, hasta Zipaquirá. En cada pueblo sus habitantes se les unían con entusiasmo. Los comuneros reclamaban que El Socorro había sufrido una epidemia de viruela que dejó azotada la provincia, dejando muchos muertos. Los Capitanes Comuneros lograron tener influencia en más de sesenta municipios.
Las negociaciones empezaron el 5 de junio de 1781. Su pliego estaba compuesto por 36 capitulaciones que contenían la eliminación de los impuestos que habían incitado a la revuelta y un vuelco al gobierno de la Colonia: reformas económicas, administrativas, políticas e incluso religiosas, remitidas a la Real Audiencia que las aceptó todas, pero pidió que la comisión encabezada por el arzobispo Caballero y Góngora las tratara una a una. Todas fueron aceptadas y el 8 las ratificaron. Ese mismo día el arzobispo dio una misa campal en la plaza de Zipaquirá y se inició el retorno de los comuneros a sus pueblos. Berbeo fue nombrado corregidor, con un sueldo anual de mil pesos.
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