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El jurado de la tercera edición del Premio Lipp estuvo conformado por:
Cristina Rivera Garza, Gastón Melo, Rafael Pérez Gay, Silvia Molina,
Xavier Velasco, Eduardo Antonio Parra, Alberto Chimal, Mónica Lavín.
DIRECCIÓN EDITORIAL: Cristina Arasa
COORDINACIÓN DE LA COLECCIÓN: Mariana Mendía
EDICIÓN: Libia Brenda Castro
DISEÑO: Javier Morales Soto
ILUSTRACIÓN DE PORTADA: Sol Undurraga
Tal vez vuelvan los pájaros
Texto D. R. © 2013, Mariana Osorio Gumá
PRIMERA EDICIÓN DIGITAL: septiembre de 2017
D. R. © 2017, Ediciones Castillo, S. A. de C. V.
Castillo ® es una marca registrada.
Insurgentes Sur 1886, Col. Florida.
Del. Álvaro Obregón.
C. P. 01030, México, D. F.
Ediciones Castillo forma parte del Grupo Macmillan.
www.grupomacmillan.com
www.edicionescastillo.com
Lada sin costo: 01 800 536 1777
Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana.
Registro núm. 3304
ISBN Digital: 978-607-621-897-6
Prohibida la reproducción o transmisión parcial o total de esta obra por cualquier medio o método, o en cualquier forma electrónica o mecánica, incluso fotocopia o sistema para recuperar la información, sin permiso escrito del editor.
La transformación a libro digital de este título fue realizada por Nord Compo.
A Mariana Gumá y José Manuel Osorio,
mis padres, por toda una vida
A Pepe y Jochi Osorio, mis hermanos, por otro tanto
El crematorio se cerró ayer les digo. Nunca más habrá
humo en el paisaje. ¡Tal vez vuelvan los pájaros!
JORGE SEMPRÚN
La escritura o la vida
CUANDO EL MUNDO SE VOLVIÓ
NEGRO, PERO MUY NEGRO
“ L os pájaros mago tienen ojos de durazno, huelen a castañas asadas y toman pisco por las tardes.”
Ésa es la voz de Celia, pero más ronca. Va volando, agita las alas, se mete entre las nubes y sube tan alto que cuesta seguirla. Es choro volar. Los rayos del sol me caen encima y alrededor vuelan otros pájaros que van y vienen entre las nubes. Y la voz de Celia no para de decir: “Aletea, Mar, muchisitropo, no pierdas el equilibrio… aletea… Mar… Marsigreta”. Pero las plumas se desprenden cuando las muevo. Una, dos, tres, van quedando atrás. Caen entre las nubes, que no paran de risurotearse. Aleteo más fuerte, porque me estoy cayendo, y el aire se vuelve hueco; me cuesta mantener el equilibrio, como dijo el pájaro Celia, y las plumas se me despegan y caen.
Yo entera me estoy cayendo.
Me caigo.
Y Celia me grita, con esa voz ronca: “¡Marsigreta, aletea, Mar, no te caigas, Marsigreta… Maaar!”.
Los comandos militares patrullarán distintas zonas de la ciudad, con el fin de restablecer el orden.
Chuta, qué fome fue soñar eso. Y me cuesta abrir los ojos. La lámpara de círculos de colores que está sobre mi cama se mueve. Entra un aire fresco por la ventana entreabierta. Marsigreta. Lindo el nombre que me puso la Celia del sueño. De verdad que parecía una pájara maga. O una voladora. Igualita a las de sus cuentos. De grandes plumas oscuras, abiertas como volantines inmensos.
El Pato está dormido en su cama. Y Jo hace ruidos en su cuna, porque chupa con fuerza la mamadera.
Las personas que no lleven consigo el carnet de identidad serán consignadas a las autoridades castrenses.
Esa voz viene del living, no sé de quién es.
—¿Mamá?
—…
—¿Papá?
Ésas son las últimas noticias. Ahora les ofrecemos el concierto para piano y orquesta, opus…
Ah. La radio. Creí que eran los amigos de papá. Menos mal que no. Es fome cuando vienen y no me dejan estar en el living con ellos y escuchar las cuestiones de grandes. Aunque ahora hay algo que no me tinca y no sé qué es.
Por la ventana se asoma el sol y se escucha el canto de los pájaros que hicieron nido en el alerce de enfrente. Lindo cómo entonan. Alegres como si rieran. Igualito que en el sueño, antes de ponerse brutto.
No es sábado, no son vacaciones y, qué raro, ni Celia ni mamá han venido a decirme que me vista para ir al colegio. Huele a humo y la guata me suena de hambre. Me levanto. Hace frío. Atravieso el living, donde mamá está sentada oyendo las noticias de la radio.
—Mamá, tuve un sueño un po’ brutto.
—Ahora no, mijita. Despuesito me lo cuenta, ¿ya?
—Tengo hambre.
Mamá no me da pelota. A través de la puerta de vidrio que da al patio, veo a papá. Tiene puesto el chaleco que le trajo Celia de Chiloé. Lo tejió su abuela Maca en una sola tarde. Celi dice que la abuela Maca se pasa el día moviendo la lana entre las agujas, con sus manos arrugadas que se ven como algas secas, y no para de contar historias mientras da chupaditas al mate. El chaleco es gris, de esa lana gruesa que pica, y es recalientito. Celia le dijo a papá que su abuela Maca se lo tejió en agradecimiento por haberle dado trabajo. A mamá la abuela Maca le mandó un collar de caracolitos que ella nunca se pone y que a veces me presta.
Papá está echando al fuego unas revistas, fotos y papeles que saca de un cajón. Tiene en las manos la boina con la estrella roja que me trajo de un viaje. Salgo y me paro a su lado.
—Pucha la huevá. Tengo que deshacerme de esto —dice sin mirarme, antes de echar mi boina al fuego.
Veo cómo las llamas se la comen.
—Papá, ¿por qué quemas mi boina? Y además me debes un escudisoldo por el garabato.
—Mar, aléjate por favor. Y no se dice escudisoldo, se dice escudo. ¡Esas mezclas que haces! Habla en español, ¡por favor! —y vuelve a entrar a casa, sin decirme por qué quemó mi boina, que se hace polvo entre las llamas.
Parece enojado. No sé por qué. No me tinca su mala cara. Si no he sido porfiada. No que me acuerde.
Mamá lo ayuda a sacar del librero y de los cajones con llave otros libros y más papeles. También los tiran al fuego. Las letras se ponen a bailar rapidísimas, hasta desaparecer. Hacia el cielo sube una nube oscura y me acuerdo de la pájara maga que fui en el sueño y me miro los brazos sin plumas.
El fuego suena fuerte cuando papá echa la foto donde está con el tío Andrés, el tío René, el tío Tavo y los otros tíos que no sé sus nombres, porque no son mis tíos de verdad, pero que vienen a casa a cada rato. Pasan la noche tomando mate, fumando que no dejan respirar, discutiendo sobre los libros que leen (y leen montón). Las llamas se devoran sus caras y al tiro suben en humo. Junto a la fogata hay una montaña de libros. Cojo el de arriba, pero papá me lo quita y lo mira. Como si no supiera qué hacer con él.
—Éste… —dice y le da vueltas, lo abre, y se lo queda mirando fijo— éste mejor devuélvelo a la biblioteca, Mar. No creo que haya lío en dejarlo a la vista.
Luego amontona otros en la montaña de al lado y tira al fuego el Ma-ni-fies-to del Par…
Antes de que termine de leer se lo comen las llamas.
Al tiro coge uno chico, rojo, con la cara de un chino, y lo echa también. El fuego lo deshace.
El libro que papá me acaba de dar dice en el título Nunca más esta tierra. En la portada tiene una foto de una torre de donde sale humo. La torre está rodeada de alambres de pinchos y en el cielo se ven pájaros que se van volando. Con el libro en las manos, doy un paso hacia el fuego, para sentir el calorcito.
—Mar, aléjese que se puede quemar. Al tiro, por favor. No moleste, ¿no ve que estamos ocupados? Llévele ese libro a la mamá para que lo guarde. Ayúdela a traer cosas, lo que está sacando, pero no se acerque de más —y me da la vuelta poniendo la mano sobre mi espalda, para obligarme a entrar a casa.
Qué fome papá, que no me deja ver cómo se queman las cosas.
Aprieto el libro de los pájaros contra la guata, y recuerdo que papá nunca quiso leérmelo cuando le pedí. Dijo que era de grandes, que tenía que esperarme, que no podía andar metiendo la cabeza en cualquier cuestión. Que había libros para niñas de mi edad. Pero los libros que leen las niñas de mi edad son refomes. Por eso lo leí yo sola, a escondidas. Me demoré caleta, pero no me importó. Me esperaba a que papá se fuera de casa por la tarde y buscaba el libro en su cómoda, que era donde lo dejaba, porque a él le gusta leer por las noches. Me lo metía en el chaleco o la blusa y me lo llevaba a mi pieza.