Índice
PRIMERA PARTE
EL ACCIDENTE DEL SABIDURÍA DE CHOHARO
SEGUNDA PARTE
LA CORONACIÓN DE EDREHASIVAR VII
TERCERA PARTE
EL EMPERADOR DE INVIERNO
CUARTA PARTE
INVERNOCHE
QUINTA PARTE
EDREHASIVAR EL CONSTRUCTOR DE PUENTES
A mis padres,
Katherine a un lado, Addison al otro.
PRIMERA PARTE
EL ACCIDENTE DEL
SABIDURÍA DE CHOHARO
1
LAS NUEVAS LLEGAN
A EDONOMEE
M aia se despertó con los fríos dedos de su primo clavados en el hombro.
—¿Primo? Pero ¿qué…? —Se incorporó y se frotó los ojos con una mano—. ¿Qué hora es?
—¡Levantaos! —gruñó Setheris—. ¡Daos prisa!
Maia obedeció y se arrastró torpemente fuera de la cama, muerto de sueño.
—¿Qué ocurre? ¿Hay un incendio?
—Poneos la ropa —le ordenó Setheris lanzándole las prendas del día anterior.
A Maia se le escapó toda la ropa mientras intentaba abrirse los cordones de la camisola de dormir, y Setheris, exasperado, se inclinó para recogerla, refunfuñando.
—Un mensajero de la corte. Eso es lo que ocurre.
—¿Un mensaje de mi padre?
—¿No es lo que he dicho? Por la compasión de las diosas, chico, ¿es que no podéis hacer nada vos solo? ¡Vamos!
Le quitó la camisola de un tirón, sin importarle ni los cordones enredados ni sus orejas, y le lanzó de nuevo las prendas. Maia se esforzó por ponerse los calzones, los pantalones, la camisa y la chaqueta, consciente de que todo estaba arrugado y manchado de sudor, pero no quiso decirle nada para no tentar al mal genio de Setheris. Este lo observaba serio al lado de la luz de la única vela que había, con las orejas pegadas a la cabeza. Maia no encontró las medias, y Setheris tampoco le dejó tiempo para buscarlas.
—¡Vámonos ya! —dijo en cuanto Maia se abrochó la chaqueta.
Maia lo siguió descalzo fuera de la estancia y, gracias a la luz más intensa, se dio cuenta de que, aunque Setheris estaba todavía perfectamente ataviado, tenía la cara enrojecida. Así pues, no lo había despertado el mensajero del emperador, sino que todavía no se había acostado. Maia deseó, nervioso, que Setheris no hubiese bebido demasiado hidromiel especiado como para echar a perder sus brillantes y formales modales de la corte.
Maia se pasó la mano por el cabello con nerviosismo y los dedos se le enredaron en los nudos de sus espesos rizos. No sería la primera vez que uno de los mensajeros de su padre lo viese con el mismo aspecto descuidado que el hijo de un chatarrero medio bobo, pero eso no le ayudaba a olvidar esas horribles imaginaciones en mitad de la noche: «Y, dinos, ¿qué aspecto tenía nuestro hijo?». Se recordó a sí mismo, para empezar, lo improbable que era que su padre preguntase por él, e intentó mantener la barbilla y las orejas erguidas mientras seguía a Setheris hasta la pequeña y mugrosa recepción del edificio.
El mensajero tendría uno o dos años más que Maia, pero mostraba un aspecto elegante incluso con su ropa de cuero manchada por el polvo de los caminos. Era claramente un elfo purasangre, no como Maia; su pelo era blanco como el algodón y sus ojos del color de la lluvia. Miró primero a Setheris y luego a Maia, antes de hablar.
—¿Sois el archiduque Maia Drazhar, hijo único de Vorenechibel IV y Chenelo Drazharan?
—Sí —respondió Maia, desconcertado.
De repente, el desconcierto inicial se convirtió en un desconcierto aún mayor cuando el mensajero se postró hasta tumbarse, de forma deliberada y digna, sobre la desgastada alfombra.
—Su Serenidad Imperial —dijo.
—Venga ya, hombre, ¡levántate y deja de farfullar! —soltó Setheris—. Tenemos entendido que traes un mensaje del padre del archiduque.
—Entonces tenemos entendidas cosas diferentes —replicó el mensajero mientras se ponía de nuevo en pie con la misma elegancia que un gato—. Traemos nuevas de la Corte Untheileneise.
—Por favor, explicaos —dijo Maia apresuradamente, para impedir que la discusión se intensificase.
—Su Serenidad —dijo el mensajero—. La aeronave Sabiduría de Choharo se estrelló ayer, en algún momento entre el amanecer y el mediodía. El emperador Varenechibel IV, el príncipe Nemolis, el archiduque Nazhira y el archiduque Ciris iban a bordo. Regresaban de la boda del príncipe de Thu-Athamar.
—Y la Sabiduría de Choharo se estrelló —repitió Maia lenta y cuidadosamente.
—Sí, Serenidad —respondió el mensajero—. No hubo supervivientes.
Durante cinco tremendos latidos del corazón, las palabras no tuvieron sentido. Nada tenía sentido; nada había tenido sentido desde que Setheris le había despertado lastimándole el hombro con la fuerte sacudida de su mano. Y, de repente, la claridad del asunto resultó implacable. Como si estuviese muy lejos, escuchó a su propia voz hablar.
—¿Qué ocasionó el accidente?
—¿Acaso eso importa? —respondió Setheris.
—Su Serenidad, todavía no se sabe, pero el lord Canciller ha enviado a varios testigos y se está investigando —le explicó el mensajero inclinando la cabeza hacia Maia.
—Gracias —dijo Maia.
No sabía ni lo que sentía ni cómo debía sentirse, pero sí sabía lo que debía hacer; lo que era necesario.
—¿Habéis dicho antes que… traíais un mensaje?
—Así es, Su Serenidad.
El mensajero se volvió y recogió su cartera de la mesilla. En su interior solo había una carta, y el mensajero se la tendió. Setheris se la arrebató y rompió el sello con violencia, como si creyese aún que el mensajero estaba mintiendo.
Ojeó el documento frunciendo el ceño, como siempre, más y más, hasta convertirlo en un gesto sombrío para luego lanzárselo a Maia y abandonar la estancia. Maia intentó agarrarlo torpemente mientras caía al suelo haciendo vaivenes en el aire.
El mensajero se arrodilló para recuperar la carta antes que él y se la dio sin mostrar la más mínima expresión.
Maia sintió que la cara se le enrojecía y que bajaba las orejas, pero había aprendido a no intentar explicarse o disculparse por Setheris. Concentró su atención en la carta. Era de Uleris Chavar, el lord Canciller de su padre:
Nuestro más sentido pésame en estos momentos de tanto dolor para el archiduque Maia Drazhar, heredero del trono imperial de las Ethuveraz.
Somos conscientes de que Su Serenidad Imperial deseará que se muestren todos los honores y respetos por su difunto padre y hermanos, y, por lo tanto, hemos ordenado que se inicie la organización de un gran funeral formal dentro de tres días, es decir, en el vigésimo tercer instante. Se lo comunicaremos a los cinco principados y también a la hermana de Su Serenidad Imperial en Ashedro. Ya hemos pedido a la oficina de mensajeros que ponga aeronaves a su disposición, y no nos cabe duda de que se apresurarán tanto como sea necesario para llegar a la Corte Untheileneise a tiempo para el funeral.
Por supuesto, no sabemos cuáles serán los planes de Su Serenidad Imperial, pero estamos preparados para llevarlos a término.
Con verdadera tristeza e inquebrantable lealtad,
Uleris Chavar.
Maia levantó la vista. El mensajero lo estaba mirando, tan impasible como siempre; solo el ángulo de sus orejas delataba su interés.
—Yo... debemos hablar con nuestro primo —dijo, y la construcción en primera persona formal le resultó incómoda y desacostumbrada—. ¿Estáis...? Es decir, debéis estar cansado. Vamos a llamar a un criado para atender vuestras necesidades.
—Su Serenidad es muy amable —contestó el mensajero, y si sabía que solo había dos criados en toda la casa de Edonomee, no dio señal alguna de ello.
Maia tocó la campanita, a sabiendas de que Pelchara, con su aspecto de pájaro, estaría esperando ansiosamente la oportunidad de descubrir lo que estaba sucediendo. Haru, que hacía todas las tareas del exterior, probablemente todavía estaba dormido; Haru dormía como un muerto, y toda la casa lo sabía.
Pelchara apareció rápidamente, con las orejas levantadas y los ojos brillantes e inquisitivos.