Edgar Lira - Inconforme

Desde niña, mi hija Demi suele hacer preguntas muy complicadas. Tenía cinco años cuando nos mudamos de la ciudad de México a Las Vegas, NV, para pastorear una congregación. Realizamos todo el trayecto conduciendo un automóvil. Fue un viaje larguísimo y pesado. En ese entonces éramos solo Mardia, mi esposa, Demi y yo. Mi otra hija aún no había nacido. Tuvimos más de veintiocho horas para conversar. En el camino Demi venía preguntando de todo. Es su naturaleza.

«Papá, si el mundo gira y gira, ¿por qué cuando el mundo da vueltas no nos caemos?». Me moría de la risa con los interrogantes y ocurrencias de esa niñita. Ella lo preguntaba muy en serio. No había manera de explicarle. Y como esa, mil y una preguntas.

Veo que se parece mucho a mí. Me da la impresión de que es algo genético. ¡Pobrecita! Oro para que cuando crezca se parezca más a su mamá.

No sé si alguna vez te has preguntado: «¿Por qué creo lo que creo?». Yo sí. Muchas veces.

Con mi trasfondo cristiano puedo decir con toda franqueza que crecí escuchando la Palabra de Dios. Mis maestros de Escuela Dominical hicieron un gran trabajo y dejaron una huella que hasta el día de hoy sigue dando frutos en mi propia vida. Y a pesar de que me enseñaron lo que sabían, ha habido un deseo de conocer más a fondo las Escrituras y descubrir por qué creo lo que creo, y no solo quedarme con lo que otros afirman que dicen. Quiero saber lo que Dios piensa y opina.

¿Por qué reunirnos el domingo? ¿Por qué usar corbata? ¿Por qué tener más de dos horas de reunión (y a veces hasta cuatro)? ¿Por qué hablar al estilo Reina Valera si no soy español? ¿Por qué se utiliza una música tan irrelevante? ¿Por qué esta manera de hacer iglesia? ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué no seguir la corriente cristiana y evitarse la molestia? ¿Por qué pienso estas cosas? ¿Por qué me incomodan? ¿Por qué?

Mi espíritu se muestra insaciable por encontrar la verdad. No me basta con que alguien me quiera convencer. Necesito saber.

Dentro del cristianismo hay muchos mitos que nos roban la posibilidad de alcanzar lo que Dios tiene para nosotros. Uno de esos mitos, por ejemplo, es que el evangelio es gratuito. Nada se aleja más de la realidad. El evangelio no es gratis. A alguien le costó la vida. Uno pagó el precio por todos. Que a nosotros no nos haya costado, no quiere decir que no cueste.

El problema con eso es que pensamos que de ahí en adelante todo tiene que ser gratis, cuando en realidad alcanzar lo que Dios tiene para nosotros conlleva un precio. El costo es alto. El precio es la propia vida. A menos que perdamos, no ganaremos.[] Es lo que dijo Jesús.

En mi travesía en busca de la verdad, ha habido varios momentos en los que se me han abierto los ojos. Varios «despertares», por decirlo de alguna manera. Son esos instantes en los que uno se da cuenta de que lo que creía no es verdad.

Esos momentos duelen. Uno se siente traicionado por los que le enseñaron mal. Se produce una sensación de «me engañaron». Pero, a la vez, esos momentos resultan liberadores. Producen libertad. Jesús lo dijo: «Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres».[]

En este punto de mi caminar con Dios, creo que el cristianismo es más sencillo de lo que inicialmente me habían planteado. Lo que escribo en estas líneas son algunas historias y vivencias que me han llevado a cuestionarme a mí mismo, mi cristianismo y mi propósito en esta tierra. Experiencias que me han hecho cuestionar la vida cristiana que me enseñaron, que he vivido y practicado. De alguna manera me han convertido en alguien inconforme.

Tampoco proclamo tener la verdad absoluta o haber encontrado todas las contestaciones. No sé las respuestas, pero quiero seguir a aquel que sí las conoce. Eso es más importante.

Si de algo estoy seguro es de que Dios tiene un plan para mí. No soy un designio de la casualidad. Tengo un propósito y un destino. Mi trabajo en esta tierra quizás no tiene que ver con conocerlo al cien por ciento, sino con seguir, una vez más, a aquel que lo conoce. Lo mismo es cierto para ti.

Lo que Dios tiene para ti es algo increíble. Jesús lo describe como una «vida abundante».[] ¡Qué asombroso! Una vida abundante que muchas veces se ve ensombrecida por mitos y creencias.

¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué no puede ser diferente? Son las preguntas incómodas que han nacido dentro de aquellos que han cambiado el mundo y se han atrevido a moverse y a pagar el precio por modificarlo. Es esa inconformidad la que los mueve. Es esa inconformidad la que los hace crecer.

El hombre que se conforma, se adapta al mundo que lo rodea. El hombre inconforme hace que el mundo se adapte a él. Las personas inconformes transforman el mundo.

De antemano les confieso que sufrí mucho al escribir este libro. He tratado de ser lo más sincero posible al plasmar algunas de las ideas, temores y dudas de mi propio caminar cristiano. No puedo negar que ha habido cierto temor al hacerlo. «¿Estaré siendo demasiado franco como para ser malinterpretado?». Es posible que eso suceda.

Muchas de las historias tienen que ver con esos momentos peculiares de «abrir los ojos». Sé que algunos se podrán sentir identificados con ellas. Soy consciente del dolor y la oposición que implica pensar diferente.

Es como la historia del niño que vendía diarios. Un granjero estaba sentado afuera del porche de su casa cuando un pequeño se acercó en su bicicleta a venderle el periódico. El chico vio un letrero que decía: «Vendo cachorrillos». Le preguntó al granjero cuánto costaban. «Veinticinco dólares, hijo», le contestó. El niño se entristeció sabiendo que no tenía esa cantidad. «¿Aunque sea los puedo ver?», solicitó. «¡Claro que sí!», dijo el hombre. Caminaron hacia la parte trasera de la casa y detrás de una esquina venía caminando la mamá perra con sus crías. Los perritos saltaban y movían la cola despreocupados de la vida mientras la seguían. Detrás de ellos, a cierta distancia, venía un cachorrillo que rengueaba de una de sus piernas, tratando de alcanzar a los demás. «¿Qué tiene ese cachorrito?», preguntó el niño. «El veterinario nos dijo que nació sin parte de su cadera. Nunca podrá caminar». El niño pronto dejó su bicicleta a un lado, metió su mano en el bolsillo y sacó veinticinco centavos. Luego le dijo al granjero: «Le compro ese perrito. Le puedo dar veinticinco centavos de aquí hasta que termine de pagarlo. ¡Lo prometo!». «Pero niño, este perrito no llegará muy lejos sin una pierna. Nunca podrá caminar. Nunca podrá correr. Siempre será un inválido», respondió el granjero. Entonces el pequeño levantó la pierna derecha de su pantalón y exhibió una prótesis donde debería haber una pierna. «Por eso señor, necesitará alguien que lo comprenda y que pueda ayudarlo en esta vida».

Este libro es mi humilde intento de levantarme el pantalón y enseñar mi propia prótesis donde debería haber una pierna. Espero que le sirva a alguien.

Te invito a que hagas lo mismo que yo he hecho. Te invito a que en cada párrafo cuestiones lo que escribo. Mi deseo es que a través de estas páginas tengas varios momentos en los que tus ojos se abran. Mi anhelo es que salgas de tu zona de comodidad, lejos, a la aventura que Dios tiene para tu vida, y te conviertas en uno de aquellos inconformes que cambian la historia. No estoy seguro de lograrlo. Solo déjame intentarlo.

Bendiciones

Edgar Lira

[] Marcos 8.35, Mateo 10.39, Lucas 17.33, Juan 12.25.

[] Juan 8.32.

[] Juan 10.10.