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Jennifer L. Holm - El pez número 14

Aquí puedes leer online Jennifer L. Holm - El pez número 14 texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2017, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial España, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Jennifer L. Holm El pez número 14
  • Libro:
    El pez número 14
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial España
  • Genre:
  • Año:
    2017
  • Índice:
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El pez número 14: resumen, descripción y anotación

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Con una buena dosis de humor, enEl pez número catorcepropone a sus lectores observar con atención, desconfiar de las apariencias y, por encima de todo, reflexionar sobre si lo posible es siempre lo más deseable.

A Ellie no le gustan nada los cambios. Echa de menos la escuela primaria, a su mejor amiga Brianna e incluso a Nemo, el pez que había sido su mascota durante años.

Un día, su madre, que es profesora de teatro en el instituto, llega a casa con un chico muy raro. Viste como un adulto y se comporta como un gruñón y un cascarrabias. Pero lo más llamativo es que, por increíble que parezca, se asemeja mucho a Melvin Sagarsky, el abuelo de Ellie, un científico que ha dedicado todo su esfuerzo a estudiar el envejecimiento humano.

¿No será que ese adolescente desgarbado es en realidad el abuelo Melvin? ¿Es posible que haya descubierto el secreto de la juventud eterna?

Ganadora de tres Menciones de HonorNewbery, Jennifer L.Holm invita a los niños a asomarse al mundo de la ciencia de forma amena y accesible.

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Contenido Para Jonathan Will y Millie mis científicos locos A un hombre no - photo 1

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Contenido

Para Jonathan, Will y Millie,
mis científicos locos

A un hombre no se le puede enseñar nada; sólo se le puede ayudar a descubrirlo por sí mismo.

GALILEO GALILEI

1
Nemo

C uando estaba en preescolar, tenía una maestra que se llamaba Starlily. Llevaba vestidos hippies teñidos de muchos colores y siempre nos traía galletas de cereales y lino que no sabían a nada.

Starlily nos enseñó a sentarnos quietos para merendar, a taparnos la boca para estornudar y a no comernos la plastilina, algo que casi todos los niños parecían considerar opcional. Y un buen día nos trajo a cada uno un pececito de colores. Los había comprado en una tienda de animales, diez por un dólar. Antes de mandarnos a casa con él, les dio una charla a nuestros padres.

—El pececito les enseñará a vuestros hijos el ciclo de la vida —explicó—. Un pez de colores no dura mucho tiempo.

Yo me llevé a mi pez a casa y le puse de nombre Nemo , como todos los niños del mundo que se creían muy originales. Pero resultó que Nemo sí era original.

Porque Nemo no se murió.

Incluso después de que todos los peces de mis compañeros se hubieran ido a la gran pecera del cielo, Nemo seguía vivo. Y seguía vivo cuando terminé preescolar. Y también cuando cursé primero. Seguía vivo en segundo, en tercero y en cuarto. Y por fin, cuando estaba en quinto, entré una mañana en la cocina y me encontré a mi pececito flotando panza arriba en la pecera.

Mi madre soltó un gruñido cuando se lo conté.

—Pues no ha durado mucho —comentó.

—Pero ¿qué dices? —exclamé—. ¡Si ha durado siete años!

Ella sonrió y dijo:

—Ellie, ése no era el Nemo original. El primer pez sólo duró dos semanas. Cuando se murió, compré otro y lo metí en la pecera. A lo largo de los años ha habido un montón de peces.

—¿Éste qué número era?

—El trece, el de la mala suerte —me contestó con expresión irónica.

—Todos tuvieron mala suerte —observé yo.

Organizamos un funeral para Nemo 13 en el váter, y le pregunté a mi madre si podíamos tener un perro.

2
Puzles

V ivimos en una casa que parece una caja de zapatos. Tiene dos habitaciones y un baño, con un inodoro que siempre está atascado. Creo que está embrujado por los fantasmas de todos los peces que hemos tirado ahí dentro.

El patio es diminuto: sólo una losa de cemento en la que apenas caben una mesa y unas sillas. Por eso mi madre no me deja tener perro. Dice que no sería justo para él, que un perro necesita un jardín de verdad para correr.

Mi canguro, Nicole, entra en la cocina, donde yo estoy haciendo un puzle que prácticamente ocupa toda la mesa.

—Llevas con ese puzle una eternidad, Ellie —me dice—. ¿De cuántas piezas es?

—De mil.

Es una imagen de Nueva York: una escena de la calle, con taxis amarillos.

Me encantan los puzles. Me gusta imaginar cómo encaja todo. Cómo una curva se ajusta a otra curva y el ángulo perfecto de una esquina.

—Algún día voy a actuar en Broadway —me dice.

Nicole tiene el pelo largo, precioso, como de anuncio de champú. Hizo de Julieta en la producción de Romeo y Julieta que mi madre dirigió en el instituto. Mi madre es profesora de teatro en el instituto y mi padre es actor. Se divorciaron cuando yo era pequeña, pero siguen siendo amigos.

Me dicen siempre que tengo que encontrar mi pasión. Concretamente, les gustaría que me apasionara el teatro. Pero no es así. A veces me pregunto si nací en la familia equivocada. Estar en el escenario me pone muy nerviosa (he visto a demasiados actores meter la pata), y tampoco me entusiasma trabajar entre bambalinas (al final siempre acabo planchando trajes con vapor).

—Ah, sí. Ha llamado tu madre. Va a llegar tarde —dice Nicole. Y casi como si acabara de acordarse, añade—: Por lo visto ha tenido que ir a la policía a buscar a tu abuelo.

Por un momento pienso que he oído mal.

—¿Qué? ¿Le ha pasado algo?

Ella se encoge de hombros.

—No me lo ha dicho. Lo que sí ha dicho es que podemos pedir una pizza.

Una hora más tarde, tengo la barriga llena de pizza, pero sigo sin entender nada.

—¿Mi madre no ha dicho por qué estaba mi abuelo con la policía? —pregunto.

Nicole también parece perpleja.

—Pues no. ¿Es que suele meterse en líos?

Niego con la cabeza.

—No creo. Quiero decir que es viejo.

—¿Qué edad tiene?

No lo sé muy bien. La verdad es que nunca se me había ocurrido pensarlo. A mí, sencillamente, siempre me ha parecido «viejo»: con arrugas, el pelo gris, un bastón... El típico abuelo.

Sólo lo vemos dos o tres veces al año, normalmente en un restaurante chino. Siempre pide moo goo gai pan y roba sobrecitos de salsa de soja para llevárselos a su casa. Muchas veces me he preguntado qué hará con ellos. No es que vivamos muy lejos, pero mi madre y él no se llevan del todo bien. Mi abuelo es científico y dice que lo del teatro no es un trabajo de verdad. Todavía está enfadado porque mi madre no fue a Harvard, igual que él.

A lo lejos se oye la alarma de un coche.

—Quizá haya tenido un accidente de tráfico —aventura Nicole—. No sé por qué los adolescentes tienen tan mala fama, cuando los viejos conducen mucho peor.

—Mi abuelo ya no conduce.

—Puede que se haya perdido. —Nicole se da unos golpecitos en la cabeza—. Mi vecina tenía alzhéimer y no hacía más que escaparse. La policía tenía que llevarla siempre de vuelta a su casa.

Parece que esté hablando de un perro.

—Eso es muy triste —comento.

Nicole asiente con la cabeza.

—Tristísimo. ¡La última vez que se escapó la atropelló un coche! Qué fuerte, ¿verdad?

Me la quedo mirando con la boca abierta.

—Pero seguro que tu abuelo está bien —añade luego.

Entonces se echa el pelo hacia atrás y sonríe.

—¡Oye! ¿Quieres que preparemos palomitas y veamos una peli?

3
El anillo

P or la ventana de mi cuarto entra un aire caliente. Vivimos en el Área de la Bahía, a la sombra de San Francisco, y las noches de finales de septiembre pueden ser frescas. Pero esta noche hace calor, como si el verano se negara a marcharse.

Antes me encantaba la decoración de mi cuarto, pero últimamente no estoy tan segura. Las paredes están cubiertas con las huellas de mis manos pintadas y con las de mi mejor amiga, Brianna. Empezamos a hacerlas en primero y cada año añadíamos más manos. Se puede ver cómo las huellas se van haciendo más grandes, como si fuera una cápsula del tiempo de mi vida.

Pero este curso todavía no hemos dejado ninguna, ni siquiera este verano, porque Brianna ha encontrado su pasión: el voleibol. La verdad es que ya ni siquiera sé muy bien si sigue siendo mi mejor amiga.

Es tarde cuando por fin la puerta del garaje se abre con un chirrido. Oigo a mi madre hablar con Nicole en el recibidor y voy con ellas.

—Gracias por quedarte —le está diciendo.

Mi madre parece agotada. Tiene todo el rímel corrido bajo los ojos y el lápiz de labios casi borrado. Su color natural de pelo es rubio oscuro, como el mío, pero ella se lo tiñe. Ahora lo lleva morado.

—Ningún problema —contesta Nicole—. ¿Está bien tu padre?

Una expresión inescrutable cruza el rostro de mi madre.

—Sí, sí. Está bien. Gracias por preguntar. ¿Necesitas que te lleve a casa?

—¡No hace falta! Por cierto, Lissa, ¡tengo una buena noticia!

—¿Ah, sí?

—¡Me han dado trabajo en el centro comercial! Genial, ¿no?

—No sabía que buscaras trabajo —dice mi madre, desconcertada.

—Pues sí. No creía que me lo fueran a dar. Es una oportunidad fantástica. ¡En el taller de piercings del centro!

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