Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.
Todas somos Bl ancanieves
Aventuras de dos ancianas ad olescentes
Primera edición: junio 2018
ISBN: 9788417447250
ISBN eBook: 9788417447939
© del texto:
Mercedes Silvestre Segovia
© de esta edición:
, 2018
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Impreso en España – Printed in Spain
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A mi cuñada Margarita
Capítulo I
La cita
Mi teléfono parpadea en la oscuridad de la noche y, medio dormida aún, miro la pantalla y veo que Jannett ha enviado varios mensajes que, junto con los de mi hermana, suman la friolera de veintidós. Apago el teléfono sin leerlos y dando media vuelta en la cama, vuelvo a quedarme dormida.
La luz del día me despierta; suelo dejar las cortinas de las ventanas entreabiertas porque me gusta ese despertar suave y delicado que te ofrece la luz que va cogiendo intensidad mientras se hace de día. Me encanta esa forma de saludar a la vida diaria.
Recuerdo los mensajes de la noche anterior y abro en el teléfono la aplicación WhatsApp. Empiezo por Jannett.
—«Ja, ja, ja. ¿Y por qué no lo violas tú? Serías la heroína de las feministas: Mujer de ochenta y nueve años seduce a un muchacho guapo de cincuenta años, lo lleva a la habitación del hotel y lo viola miserablemente. Después, lo abandona para que pague él la cuenta del hotel. ¡Por fin somos iguales a los hombres en todo! ¡Viva la violadora! Todas las cadenas de televisión y todas las revistas hablarían de ti. ¿Te imaginas? Ya sé que tú lo dices de broma, pero yo no».
No pude dejar de reír durante un buen rato. Mi cuñada Jannett tiene ochenta y nueve años, y este era el mensaje que me enviaba por WhatsApp después de recibir un par de mensajes míos.
Todo empezó con un wassap que yo le envié, en el que le contaba que tenía que ir a Málaga a dar una conferencia sobre el siglo xxi y la edad de la mujer madura. La novedad era que había quedado con un hombre con el que me escribía por Whattsapp desde hacía tiempo y quedamos para conocernos allí.
Su respuesta no se hizo esperar.
«Ten mucho cuidado, no vayas a sitios oscuros. Ve donde haya mucha gente, no des mucha información sobre ti».
La vi tan preocupada que no se me ocurrió otra cosa que gastarle una broma.
«No te preocupes, querida. Yo solo lo quiero para calentarme la cama y ver si cumple».
De inmediato, me di cuenta de que había soltado una barbaridad; a continuación, le escribí:
«Es broma».
Y la respuesta de ella fue ese mensaje que he comentado al principio y que me resultó sorprendente.
Yo tengo setenta y nueve años, casi ochenta; lo digo marcando bien las palabras para conseguir mayor impacto cuando lo digo, porque la verdad es que los llevo bien. La imagen de mi cuerpo y mi cara no se corresponde con mis años cronológicos, ya sea por la genética, por los arreglitos estéticos que me hago periódicamente o bien porque trabajo el cuerpo de forma eficiente desde hace años en el gimnasio.
A mí me gustaría que me dijesen que aparento cuarenta años, pero no; a pesar de que llevo treinta años cuidándome, solo me quitan quince o veinte.
Todo empezó hace mucho tiempo. Tras una revisión general, me diagnosticaron osteopenia, y desde entonces practico ejercicio físico con una gran intensidad; no solo entreno con pesas, sino que también hago natación, baile de salón y alpinismo con gente joven. Todo ello no solo para cuidar mi salud ósea, sino para lucir una figura de impacto, sobre todo cuando digo que tengo casi ochenta años.
Lo de la cita era verdad. Yo había quedado con Pepón, un camionero al que conocí hace bastante tiempo en una red de contactos de Internet y con el que desde hacía meses me comunicaba por WhatsApp. Él es un hombre divorciado; la separación lo dejó sin otro sustento que el camión con el que hace rutas por distintos puntos de España. Da la casualidad de que en la fecha en que yo tenía que trabajar en Málaga, él también tenía que estar allí, puesto que debía dejar en el puerto unos contenedores que transportaba en su vehículo.
No estaba planeado, fue un imprevisto y quedamos para tomar unas cañas al finalizar el trabajo.
Nos citamos a las ocho en la puerta del centro médico en el que yo iba a dar la conferencia. Él pasaría a recogerme al terminar.
No nos conocíamos personalmente, solo a través de las fotos que habíamos subido a la red de contactos, pero yo lo reconocí rápidamente. Lo que no podía imaginarme era su envergadura, ya que era un hombretón de más de un metro ochenta, fuerte, bien parecido y joven, muy joven para mí.
Nos sentamos en una terraza del paseo marítimo y nos tomamos un par de cervezas mientras hablábamos de nuestras cosas, de nuestra vida. Resultó ser un buen conversador, pues sabía de música, de cine y de teatro, supongo que por las muchas horas de radio al volante del camión. Tenía mucho nivel cultural.
Me habló de su situación personal. Me dijo que estaba separado, que tenía una hija poetisa de dieciséis años, que vivía con la madre y que él había tenido que volver a casa de sus padres por la delicada situación económica con que se quedó tras el divorcio.
—La vuelta al hogar con mamá —recalcó.
Yo conté pocas cosas debido a la advertencia de mi cuñada, pero sí le dije que estaba separada, aunque mantenía una buena relación con mi expareja.
Entonces, mientras estábamos bromeando, me propuso hacernos una foto juntos y mandársela a mi ex.
Me pareció una idea genial, así que la llevamos a cabo.
La foto nos la realizó la camarera. Nosotros estábamos de pie y como fondo salía el paseo marítimo; la verdad es que quedó estupenda, yo aparecía con un mocetón bien plantado a mi lado y ambos teníamos cara de felicidad. Parecíamos una pareja normal que había salido a pasear y a tomar unas copas.
De inmediato, se la envié a mi ex. Indudablemente, puse cara de mala mientras lo hacía, porque me reí por dentro. «¡Veremos qué le parece la foto! Seguro que le fastidia verme con otro».
También la mandé por WhatsApp a todas las amigas de mi lista. «Esto para chinchar un rato», pensé.
Me pareció una actuación diabólica.
La velada con mi nuevo amigo fue agradable; me lo pasé realmente bien. Eso era, por supuesto, algo insólito para mí. Hacía muchos años que no había quedado para tomar copas con un hombre, y este además era joven, bastante atractivo y, sobre todo, un buen mozo. «Es una buena pieza», me dije yo.
Me gustan los hombres altos y con aspecto de leñador fornido; siempre me los imagino dándome un abrazo envolvente y yo perdida entre sus brazos. Me encanta fantasear con esto, porque cuando lo hago me siento abrazada de verdad.
Hace años que no vivo con mi exmarido, ya que tenemos vidas separadas, aunque nunca llegamos a arreglar los papeles del divorcio, quizás por desidia o por desinterés en rehacer nuestra vida. El caso es que oficialmente continúo siendo una mujer casada.
Mi ex era y es un hombre guapo, pero de mi altura; es decir, bajito, por eso mi inclinación hacia los hombres altos, porque a los bajos ya los conozco: abrazan torpemente, pues no les llegan los brazos, y encima a mi ex nadie le había enseñado a expresar sentimientos a través de un buen achuchón. Ni siquiera yo lo conseguí, y además a él no le gustaba dar abrazos.