Mis oscuridades
Primera edición: abril 2018
ISBN: 9788417426309
ISBN eBook: 9788417447502
© del texto:
Laura Estévez Pérez
© de esta edición:
, 2018
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A los que no saben que están, pero están
Prólogo
Todo comenzó cuando dejó de amanecer cada día, cuando la lluvia no paró y el frío hizo meya en tu interior; todo empezó con el fin de terminar, pero no lo ha hecho, sólo ha comenzado.
Necesitaba desahogarme, y gracias a estas letras, no he muerto ahogada.
A veces hay que ver las cosas desde abajo para ver lo alto que has llegado y puedes llegar si luchas por ello.
Y de repente
Y de repente, todo cambia; al merced del tiempo, quitándote toda la energía y las ganas de seguir hacia adelante.
Te sientes sola, muy sola, a pesar de estar rodeada, posiblemente, de las mejores personas que existen.
Hay un abismo en tu interior, donde cualquier rasgo de felicidad cae fundiéndose en la oscuridad eterna, como si de un agujero negro se tratase.
¿Quién eres? ¿Qué te ha hecho cambiar? te preguntas a cada minuto.
Ojalá vuelvas a ser la de antes, ojalá dejes de llorar todas las noches por no saber cómo vivir tu vida, ojalá no vuelvas a llorar escribiendo esto…
Sientes que la tristeza, como un demonio, te envuelve y manipula; que no te deja apenas caminar.
Nunca pensaste que llegarías a este punto ¿eh?
Pues mírate, aquí estás; hecha un desastre de pies a cabeza, irreconocible, cansada de todo y explotando como una granada a cada paso que das, llevándote todo a tu paso, arrastrando contigo a quien no se lo merece.
Te echo de menos…
aunque no supieras quién eras, eras algo mejor que esto.
El peso de la verdad
Y de un momento a otro, ese sentimiento que llevabas tanto tiempo ocultando, se encarga de hacerte reventar, sin motivo aparente, pero arrasando con todo a su paso, al igual que una granada.
Lo exteriorizas por primera vez en mucho tiempo, pero lo haces en medio de una cascada de lágrimas interminable, cuyo naciente es esa pregunta que tienes clavada en el pecho; “¿qu ién soy?”
Las noches se vuelven tristes, los días angustiosos. Te vas antes de las clases porque no puedes estar más allí aunque aquí tampoco puedas estar. Quieres huir, huir de la tristeza que está a punto de abarcarte.
Te vas a duchar y aprovechas el agua que sale del grifo para ocultar las lágrimas en ella. Pero el llanto se escucha desde la planta baja, parece ser que sale de lo más profundo de ti. No paras de llorar, como si ese puñal que tuvieras clavado quisiera hacer aún más meya.
Tu madre te abraza y eso provoca que llores aún más, despiertas a tu hermano con el llanto. Dolía, dolía mucho. Era un sentimiento insoportable que no sabías cómo manejarlo. Simplemente te dejaste llevar, cansada de luchar contra viento y marea para ocultarlo.
Al día siguiente, tu madre, que había soportado en su hombro ese llanto tan angustioso y doloroso, toma la decisión de llevarte a un especialista. No quieres. “Yo no estoy enferma” pensabas cuando te propusieron llevarte el médico, pero finalmente acabaste cediendo, porque aquel sentimiento te impedía ser quien eras.
Estabas nerviosa, “¿qué le digo?”, “¿lloro del ante de un desc onocido?”.
Pasas a su consulta, su secretaria era muy amable y siempre me hablaba con una sonrisa en su rostro, como si no estuviera pasando nada, como si todo estuviera bien. Su despacho era acogedor, tenía unos sillones de cuero y varias estanterías repletas de libros, no parecía el despacho que suelen ilustrar en las películas.
Entonces, el médico me hace la maldita pregunta que ni yo misma sabía responder, “¿qué te pasa Laura?”
Nada más escucharla salir de su boca, comienza la riada de lágrimas, te intentas explicar a duras penas, le cuentas que no sabes lo que ha pasado en tu vida pero que de repente todo está mal, todo es incómodo y nada te hace ilusión.
Continuabas llorando, creo que las lágrimas se encargaron de describirle al médico lo que pasaba. Tras un rato hablando medio ahogada debido al nudo que tenías en la garganta y en el estómago así como el dolor punzante en el pecho, el médico marca la sentencia: Trastorno depresivo leve.
No te lo podías creer, lloras aún más fuerte… “¿¡Trast orno depresivo!?” Piensas en que esto sólo es una pesadilla, que no está pasando de verdad. Ves cómo te hace una receta con antidepresivos y piensas “¿por q ué a mí?”
Saliste de la consulta decepcionada, sin ganas de seguir adelante. Tu madre va a la farmacia en busca de los antidepresivos y tú mientras te quedas en el coche dándole vueltas a todo lo que te dijo el médico. Sí, estaba triste. Sí, las cosas que antes me hacían ilusión ya no me la hacen. Sí, tengo un nudo en el pecho. Sí, tengo nervios que me recorren todo el cuerpo como si fuera una montaña rusa. Sí, lloro mucho.
Tal vez sea cierto. Tal vez necesite esa medicación para mejorar esos sentimientos que me nublan la vista, las ganas y la ilusión.
Continúas acudiendo a la universidad, en noviembre tenías la recuperación de aquellas dos asignaturas suspensas del curso anterior. Qué tortura. La medicación no parecía hacerme mucho efecto, las ganas de llorar continuaban formando parte de tu día a día; a veces te encerrabas en el baño más alejado y te permitías llorar un poco, como forma de liberar la angustia que tenías ese día.
Pasaban las semanas y la medicación no surtía efecto. Por otro lado, el agobio que me suponían las recuperaciones así como las prácticas de la facultad estaban empeorando mi estado de salud mental.
Acudes de nuevo al médico. Como era de esperar, te cambia la medicación a una más fuerte y te prohíbe terminantemente acudir a la universidad. Al escucharlo, se me rompieron los esquemas “¿cómo no voy a ir a la universidad?” “¿qué voy a hacer en todo el tiempo que no vaya?”
No cabía en mi cabeza una baja académica esta vez, por una sentencia aún más dura que la anterior: Trastorno depresivo mayor.
“¿¡Trast orno depresivo mayor!?” Seguía pensando que todo era una mentira, en cambio, lo estabas viviendo en tu propia piel. El agobio de la universidad me había empeorado hasta tal punto de tener una baja académica. ¿Qué debía hacer ahora? Todo mi tiempo lo ocupaba la universidad, y ahora ni siquiera tendré eso. No podré huir de mis pensamientos. No podré mantener la mente distraída.
Comenzaron los días en casa. Mi madre se encargaba de traerme el desayuno en la cama, en otro momento lo hubiera agradecido, pero en este no. No me gustaba parecer una enferma (aunque estuviera sufriendo una enfermedad mental). No me podía levantar de la cama, y si lo hacía era con esfuerzos sobrehumanos. Quería volver a la universidad lo antes posible.
Te quedabas sola en casa, y la casa se te caía encima. Tu mente parecía una tempestad, multitud de pensamientos se pasaban por ella.
Estabas angustiada, y esta vez el llanto no ayudaba a tranquilizarla, quería algo más. Fui a la cocina con fix you de Coldplay de fondo y tomé uno de los cuchillos que más cortaban de la cubertería de la cocina. Me senté en el sillón, con la mirada perdida en el videoclip de la canción, “¿qué estás haciendo Laura?”
Te remangas el pantalón de pijama y comienzas a deslizar el frío cuchillo sobre tu piel, cada vez con más ímpetu y fuerza. Te estabas haciendo daño para liberar aquella angustia que te pedía más.
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