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Alcantara Hamlet - Donde La Oscuridad Penetra

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Donde la oscuridad penetra

Por Hamlet Alcántara


Donde la Oscuridad Penetra

D.R. Hamlet Guillermo Alcántara Ojeda.

Imágenes de Portada: José Gabriel López Mejía

Primera Edición 2014

© Editorial Edhalc a ®

Colección Alharaca

Belisario Domínguez # 1874

Col. Circunvalación-Belisario.

Guadalajara, Jalisco, México.

editorialedhalca@gmail.com

Registro: 0105-04-2014

El contenido de esta novela es propiedad del autor y forma parte del proyecto Alharaca, cuya finalidad es la publicación de las primeras obras de nuevos autores, apóyanos no reproduciendo parcial o totalmente el contenido de esta obra, recuerda que este espacio podría ser el tuyo.

Impreso en México

Cuando cae la noche surgen historias distintas a las que se viven a la luz del día. Es como si el manto de estrellas ejerciera una influencia a los que caminamos por el mundo y gustamos de la oscuridad y el relucir plateado de la luna.

Por ahí leí una vez que la posición de la luna en el cielo influía directamente en la marea e incluso en las cosechas. Imaginó que algo similar ocurre con los noctámbulos, seres que gustamos de la vida nocturna y sus encantos.

Debo reconocer que no soy del todo nocturno. Quizás se deba a mi oficio que no me lo permite, pero sería falso no reconocer que las calles iluminadas con el azul oscuro, con chispas amarillentas ejercen una atracción en mi persona, sobre todo aquellas cuyos destellos tienen luces de neón incluidas.

Esa noche estaba apunto de conciliar el sueño luego de haber hojeado los periódicos donde leí una nota de Isidro Donoso que me acusaba de proxeneta y no se cuantas cosas.

Mendigo reportero nada más quiere lana, pensé justo cuando sonó el celular.

Por un momento dude en contestar cuando miré el identificador y me percaté que no era ningún número conocido o de la comandancia, pero decidí atender la llamada.

─ La Morena desapareció necesito hablar contigo –era una voz de mujer. Segundos después supe que se trataba de la Duquesa, una de las bailarinas del Zafari’s.

─ Ha de andar por ahí de canija como siempre.

─ No ya lleva tres días y nadie sabe nada de ella –respondió –ándale Calavera no seas cabrón y ven.

Más que la desaparición de la morena me movió la curiosidad. Moncayo me había dicho que el otro día había llegado una dizque brasileña muy guapa. –Debía de ir a verla jefe le va a gustar.

Sabía que la Morena debía andar por ahí con alguno de sus galanes, pero era un buen pretexto para aparecerme por el Zafari’s y echarle un vistazo a la brasileña y sus torneadas curvas contoneándose en la pista.

En cuanto llegue mire a Isidro Donoso estaba en una de las mesas del rincón con una enclenque bailarina medio desnuda que se le había enredado al cuello.

El reportero me miró y cínicamente extendió la mano en señal de saludo sólo para que volteara a verlo. La sangre se me agolpó en la frente y acaricie la cacha de la escuadra que tenía en la sobaquera. Pasó por mi mente de caminar hasta esa mesa y romperle cada uno de sus huesos pero me contuve, además el Negro, uno de los meseros me agarró del antebrazo y me jaló:

─ Tú mesa ya esta lista Calavera no le hagas caso a ese sujeto, no te vayas a comprometer por una tontería.

El Negro me dijo que todos habían leído lo que Donoso había escrito en el periódico y que por eso el dueño le había invitado una botella y hasta le envió a la escuálida mujer que estaba sentada a su lado.

Eso me enfureció más.

─ No lo hubiera hecho –le dije al Negro que permanecía parado junto a la mesa como si estuviera tomando la orden –eso precisamente es lo que estaba buscando, ahora no se lo va a quitar de encima.

─ Pues si, pero ya vez como es el patrón, luego luego se escama. Según él en la tarde estuvieron unos tipos preguntando por ti, dice que parecían policías pero medio raros.

─ ¡A caray! pues eso si esta medio raro ¿ahí esta en la oficina?

─ No salió hace rato. Como que las cosas se le juntaron, porque también anda preocupado por lo de la Morena.

─ ¿Y la Duquesa?

─ Por ahí anda.

─ Dile que estoy aquí. Oye por cierto que llegó una brasileña –enseguida el Negro sonrió.

─ Pues eso dice. Se llama Lizy o por lo menos así se puso. Al rato te la presento.

Le pedí que me trajera un whisky con soda y se retiró.

Minutos más tarde llegó la Duquesa. Vestía un traje ceñido color verde esmeralda que mostraba que a sus cuarenta y tantos todavía era una mujer atractiva.

El Negro se acercó y ella le pidió que le trajera lo de siempre.

─ Estoy preocupada por la Morena.

Antes de decirle lo que pensaba le di un sorbo a la bebida que me acababa de traer el mesero.

─ No es la primera vieja que se te va –para entonces había tenido que subir el tono de mi voz y me acerque a la Duquesa para que pudiera oírme, porque la variedad había comenzado y la música reventaba los tímpanos.

─ Pero es que esto está medio raro...

─ A cada rato tus viejas se regresan a sus pueblos o se pasan al otro lado y nunca sabes que fin tuvieron ¿por qué te preocupa tanto la Morena? ¿No será que te gusta la morrita?

Sus labios enrojecidos por el lápiz labial se extendieron de cachete a cachete y junto con un repentino rubor en sus mejillas la delataron y no quiso ahondar en ese detalle.

─ No es eso. Es que el otro día la vi muy extraña, me dijo que traía un problema, pero no me quiso dar detalles y eso me dejo preocupada –la Duquesa hizo una pausa para pedirle al Negro que le encendiera un cigarro que recién se puso en los labios cuando lo vio llegar con su bebida –además el otro día vino un tipo que nunca antes había visto por aquí. En cuanto la Morena lo miró le cambió el rostro, su rutina estuvo pésima, después se sentó en su mesa, él hablaba fuerte y ella todo el tiempo con el rostro hacia el suelo escuchándolo. Luego de un par de horas me pidió permiso para retirarse alegando que tenía que arreglar un asunto personal “no te preocupes” me dijo “nada que no pueda resolver, pero necesito que me des la noche libre” y se retiró con el fulano ese: un tipo regordete, corte militar, que vestía buena ropa y tenía facha de emigrado. Al día siguiente regresó y no me quiso contar nada, evadía la plática cada vez que le tocaba el tema.

En ese instante terminó la variedad y el sonido de la música aminoró un poco.

Antes de que pudiera reaccionar Isidro Donoso estaba parado frente a nuestra mesa, tambaleándose con los ojos inyectados y tratando de afinar sus ideas.

─ Si tú y el gachupín ese piensan que con una mendiga botella y el faje de una piruja van a parar la bronca están muy equivocados, mañana paso por la comandancia y nos arreglamos, sino voy a sacar otros detallitos que tengo guardados...

─ ¡A mi no me amenaces baboso...! –en cuanto me levanté la Duquesa se puso en medio evitando que me fuera sobre Donoso que se tambaleaba de borracho y apenas y podía mantenerse en pie. El Negro se acercó de inmediato y junto con uno de los guardias de seguridad lo obligaron a que saliera del lugar.

─ Si, si ya me voy –dijo manoteando para que no lo agarraran, después me apuntó con el dedo y como que quiso decir algo más, pero no pudo siquiera mantenerse en pie, por lo que lo sacaron casi a rastras y le pidieron a uno de los taxistas de confianza que lo llevaran a su casa.

No sé si lo que me despertó fue el repiqueteo del teléfono o un agudo dolor de cabeza que invadía el extremo izquierdo de mi frente. Lo primero que pensé es que ya había hecho demasiada desidia en cambiar el aparato telefónico. En la actualidad los sonidos que te anuncian una llamada telefónica son más suaves y no parecen vulgares alarmas contra incendios.

Moncayo me aviso sobre una ejecución y me dijo que nos veríamos en el lugar, una colonia de esas típicas de Tijuana llena de cañones y basura.

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