Cuento de Luz publica historias que dejan entrar luz, para rescatar al niño interior,
el que todos llevamos dentro. Historias para que se detenga el tiempo
y se viva el momento presente. Historias para navegar con la imaginación y contribuir
a cuidar nuestro planeta, a respetar las diferencias, eliminar fronteras y promover
la paz. Historias que no adormecen, sino que despiertan…
Cuento de Luz es respetuoso con el medioambiente, incorporando principios de sostenibilidad
mediante la ecoedición, como forma innovadora de gestionar sus publicaciones
y de contribuir a la protección y cuidado de la naturaleza
Los latidos de Yago
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© de esta edición: Cuento de Luz SL, 2010
Calle Claveles 10
Pozuelo de Alarcon
28223 Madrid, Spain
www.cuentodeluz.com
© del texto: Conchita Miranda, 2010
© de las ilustraciones: Mónica Carretero, 2010
2a edición
ISBN: 978-84-937814-4-6
Depósito legal: M-47441-2010
Impreso en España por Graficas AGA SL
Printed by Graficas AGA in Madrid, Spain,
October 2010, print number 65691
Serie:
A mi padre, que me transmitió el amor a los libros.
A Ramón, mi gran compañero en esta aventura.
Gracias a Belén y a todo un equipo de maravillosas mujeres,
por su ilusión y empeño en la publicación del cuento.
La autora cede los ingresos de su obra
a la Fundación Sobre Ruedas.
www.fundacionsobreruedas.org
Todo comenzó hace mucho, mucho tiempo, en la profundidad del mar, donde yo nací, entre corales y peces de mil colores.
Nací pequeña y así me quedé, pequeña, una pequeña caracola sin más. Frente a mis hermanas, yo era bastante insignificante. Por eso, cuando llegábamos a la playa, a mí siempre me devolvían al mar.
Pero un día, todo cambió. Era un día tranquilo de invierno, de ésos en los que el sol intenta aliviar el frío con sus dulces rayos. Yo andaba revuelta de arena, esperando ser descubierta y al momento lanzada como de costumbre al mar, cuando una áspera y ruda mano me cogió entre sus dedos, y limpiando la arena que me cubría, sonrió.
Y es que yo no era sólo pequeña. También tenía un extraño y torcido agujero, que me hacía diferente.
Sin dudarlo un momento, mi nuevo amigo introdujo en el agujero la cadena que llevaba colgada al cuello y ahí empecé una nueva vida. Mi nuevo y primer amigo resultó ser un gran aventurero. Con él recorrí el mundo entero, surqué mares desconocidos hasta entonces, subí montañas, conocí todo tipo de gentes, oí historias increíbles y vi un sinfín de paisajes.
Me había acostumbrado a esa vida intensa, llena de aventuras y sorpresas, pero lo que no sabía era que aún quedaban algunas nuevas y muy distintas de las que había vivido durante aquel tiempo con mi amigo.
Pasaron los años, no sólo para mi viejo amigo, también para su cadena, la que colgaba del ancho y rudo cuello.
Como él, se fue desgastando, y un día sin apenas darse cuenta, mientras paseaba tranquilamente por la playa, me deslicé sin hacer ruido, sin poder avisar.
La cadena se rompió y volví a la arena.
Ya no sentía su tacto, su calor.
Adiós a mis aventuras, a mi amigo…
Vi cómo se alejaba con su paso cansino,
sin darse cuenta de que su compañera de fatigas,
su pequeña caracola, quedaba atrás en la inmensa playa.
Apenas empezaba a desdibujarse la figura de mi viejo amigo, cuando de pronto, la suave y ágil mano de un niño, llena de dedos inquietos y algo sucios, me arrancó de aquella melancólica escena. Sopló y sopló. —¡Qué bonita!—pensó, y me metió en su bolsillo.
Al llegar a su casa y cogerme de nuevo, se dio cuenta de mi agujerito y me dijo:
—¡Vaya! Eres diferente como Yago. Tienes que conocerle.
Y así fue como acabé colgada del cuello de un niño llamado Yago.
Poco a poco me di cuenta de que esta vez no iba a ser lo mismo. El nuevo niño, mi nuevo y joven amigo, no podía caminar. Iba en silla de ruedas y ¡¡tampoco podía hablar!!
No me lo podía creer. Yo, que había vivido mil aventuras con mi viejo amigo, ahora me veía sujeta a una silla, unida al silencio y a un gran aburrimiento.
Mientras andaba inmersa en mis pensamientos y algo confusa por la nueva situación…
—¡Pero bueno! ¿Y esta linda caracola?
Era una voz dulce y al ver su sonrisa comprendí que sólo podía ser la madre de Yago. En medio de mi gran desolación resultaba agradable su presencia y sobre todo su piropo.
Pero aquella “agradable presencia” pronto se transformaría …
—La he encontrado en la playa ¿A que es bonita?
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