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Ana Fuentes - Hablan los chinos. Historias reales para entender a la futura potencia del mundo

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Ana Fuentes Hablan los chinos. Historias reales para entender a la futura potencia del mundo
  • Libro:
    Hablan los chinos. Historias reales para entender a la futura potencia del mundo
  • Autor:
  • Editor:
    AGUILAR
  • Genre:
  • Año:
    2012
  • Índice:
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Hablan los chinos. Historias reales para entender a la futura potencia del mundo: resumen, descripción y anotación

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Índice Para Mario que no tiene miedo a nada y me hace tan feliz - photo 1
Índice

Para Mario,

que no tiene miedo a nada

y me hace tan feliz

Introducción

A los pocos meses de aterrizar en Pekín, en otoño de 2007, me invitaron a un concierto en el Teatro Nacional. Llegaba tarde y cogí un taxi a todo correr. Al abrir la puerta un olor a sudor concentrado me revolvió el estómago. Pensé que el conductor debía de llevar días sin ducharse. Me quedé de piedra cuando, al llegar al primer semáforo, el tipo se giró y me dijo, visiblemente incómodo: «Señorita, baje la ventanilla porque huele que apesta. ¿Qué perfume lleva? Es insoportable».

Esta sinceridad pasmosa de los chinos me cautivó desde el principio. Por entonces la idea que tenía de ellos se resumía en cuatro o cinco lugares comunes: eran seres sacrificados, infatigables, capaces de superar cualquier adversidad y a menudo faltos de empatía. De China sabía que en los últimos años la economía había despegado a velocidad meteórica y que era un país traumatizado por el colonialismo extranjero, las hambrunas del Gran salto hacia delante y las atrocidades de la Revolución Cultural. Que se preparaba para su gran debut ante el mundo en los Juegos Olímpicos de 2008, pero al mismo tiempo su gobierno censuraba Internet, reprimía a los activistas y toleraba niveles de corrupción desorbitados.

Pero ¿quiénes eran los chinos? ¿Realmente eran tan sacrificados? ¿Eran promiscuos? ¿Les interesaba lo que pasaba en el exterior?

Durante los tres años siguientes observé el país desde decenas de ángulos diferentes. Viajé a Xinjiang a cubrir las peores revueltas étnicas en varias décadas. Vi a jóvenes convertirse en estrellas de rock y a ancianos arrodillados ante los tribunales para pedir justicia porque les habían demolido sus casas. Asistí a los Juegos Olímpicos de Pekín, cargados de polémica y orgullo patriótico.

Entretanto nació Weibo, el equivalente local de Twitter, llamado a revolucionar la Red. Occidente se interesaba ya por China, incluso cuando no había de por medio una catástrofe con miles de muertos. Los corresponsales informábamos sobre las fluctuaciones del yuan, los festivales de tecno, los escándalos de contaminación alimentaria y la opresión de los disidentes. Entrevisté a cientos de personas de distinto nivel cultural y poder adquisitivo que me dieron las claves para comprender mejor de dónde venía China y hacia dónde iba. Hice grandes amigos y fui testigo de injusticias repulsivas. Muchos clichés se me vinieron abajo.

Sin embargo, el tiempo y el espacio eran limitados en los medios para los que trabajaba. Demasiadas historias fascinantes se iban quedando en el tintero. Elegí las diez que más me emocionaron, las más representativas, para desentrañar este país que a la mayoría de los occidentales todavía les resulta un misterio. Fue así como nació Hablan los chinos .

En el primer capítulo, «Niños de papá», entramos en la vida de los fu er dai , la segunda generación de millonarios chinos. Tim y Xiao Chen no han cumplido los 25 y ya cruzan las avenidas pekinesas en sus Ferrari. Sus familias, con conexiones en las altas esferas del gobierno, han diseñado su camino al éxito. No trabajan: se dedican a invertir. Fue una experiencia verlos rodeados de personajes pintorescos en los clubes de la capital.

En «Secuestrado por su gobierno» hablo con el activista y abogado Jiang Tianyong, uno de los pocos expertos en derechos civiles en China. En febrero de 2012, coincidiendo con la Primavera árabe, fue retenido y torturado durante dos meses por agentes del Ministerio de Seguridad. El letrado me explica con detalle qué pasa por la mente de un disidente, en qué momento decidió cruzar la línea roja y por qué prefiere arriesgar su vida a jubilarse cómodamente en una empresa estatal.

Para la protagonista de «Un marido gay como tapadera» el sexo siempre había sido tabú. Xiao Qiong es una tongqi , o «esposa de homosexual», que hace tres años se casó con su mejor amigo, un hombre gay que huía de la presión familiar. Se calcula que en China hay unos dieciséis millones de mujeres como ella pero, por vergüenza, muy pocas lo reconocen. Sólo se desahogan entre ellas y por Internet, utilizando seudónimos.

«Silencio, habla el maestro» es la historia del viejo Du, una eminencia del kung-fu que con 70 años tiene la agilidad de un deportista adolescente. Apenas sabe leer y escribir, pero es el ponente más codiciado en las convenciones de artes marciales. Sus discípulos le espantan los mosquitos y se deshacen en reverencias a su paso. Lo que más le preocupa no es que su pensión sea escasa, sino que en Pekín queden cada vez menos parques donde entrenar.

En « Los que se lanzan al mar» habla Yang Lu, una empresaria hija de militares del Partido Comunista que está haciéndose de oro con cursos de liderazgo para directivos. Les enseña a catar vino, a hablar de golf y a separar la vida personal de la profesional, entre otras cosas. En un país donde la mayoría de las empresas son privadas pero el Estado aún controla el grueso de la economía, no siempre es fácil «lanzarse al mar», como los chinos llaman a aventurarse en el océano inmenso y desconocido del mundo empresarial.

«La vida en el subsuelo» se adentra en un universo opuesto. Su protagonista, Chen Erfei, es uno de los trescientos millones de mingong , campesinos que han emigrado a las ciudades chinas en busca de una vida mejor. Trabaja como portero y duerme en uno de los refugios subterráneos que Mao Zedong mandó construir en la década de 1960 por temor a un ataque soviético, hoy reconvertidos en viviendas. Chen Erfei y otros tantos como él son los verdaderos protagonistas del milagro económico chino, quienes mantienen el país a flote aunque estén condenados a ser ciudadanos de segunda.

Con 24 años y sin empleo, Ma Chencheng está enganchada a Internet. Encarna a «La China 2.0», una juventud consumista y apolítica cuyos gustos cambian a toda velocidad. No se informa nunca a través de los medios oficiales: prefiere leer blogs. Me mostró hasta qué punto la Red permite expresarse a millones de personas. Y también cómo el gobierno contraataca.

«Prostituta a escondidas» es la historia de la señora Zhen. Su marido cree que trabaja en una tienda, pero ella lleva años recibiendo clientes en el piso que le ha puesto un empresario con el que mantiene una relación especial. En una de nuestras cenas (cocina unas espinacas increíbles) me confesó que lo hace para pagar los estudios a su hijo. Siempre está a dieta porque si engorda tendrá que bajar sus tarifas.

A bordo de su taxi Zhang Xiaodong ha sido testigo de la colosal transformación urbanística de China. Lo cuenta con detalle en «Pekín desde el taxi». Cuando empezó a conducir, tenía que sortear enjambres de bicicletas. Hoy padece tres horas diarias de atascos. Como muchos nostálgicos del maoísmo, sueña con viajar a Corea del Norte para rememorar la China de la década de 1960.

«La peor cara de China» nos la revela Linda, una periodista brillante y perspicaz que descubrió el lado más oscuro de su país cuando la contrató una televisión extranjera. No siempre está de acuerdo con la visión de sus jefes y, sin embargo, algunos chinos la han acusado de traidora por trabajar para «el enemigo». Desde hace años vive en el dilema de quienes se sienten obligados a defender su país ante los extranjeros y a criticarlo ante sus compatriotas.

Este libro no es un tratado de historia ni de economía, sino el retrato de diez habitantes de un país que puede convertirse en la primera potencia mundial. Ellos explican su relación con la familia, con el poder, con el resto del mundo. Nos cuentan qué los conmueve y cómo toman decisiones. Por qué viven en una dictadura y, sin embargo, son tan anárquicos.

Ganarme su confianza no fue fácil: algunos nunca habían dirigido la palabra antes a un extranjero. La clave fue entrevistarlos yo misma en mandarín, ya que, por miedo, o por pudor, la mayoría se negaba a que otro chino escuchara sus relatos. Tras meses de charlas, paseos y alguna persecución policial acabaron hablándome abiertamente de sus metas y frustraciones. En los casos necesarios he recurrido a nombres ficticios para protegerlos.

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