Lesley-Ann Jones - Freddie Mercury, la biografía definitiva
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- Libro:Freddie Mercury, la biografía definitiva
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:2015
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Freddie Mercury, la biografía definitiva: resumen, descripción y anotación
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Montreux
E N aquel momento no escribimos nada. Tomamos notas, como hacían los periodistas en aquellos tiempos, a base de guardar lo que oíamos en nuestra memoria, y a continuación nos disculpábamos para ir al baño, donde garabateábamos en nuestras libretas antes de que nos hiciera efecto el alcohol. Teníamos grabadoras, por supuesto, pero no podíamos usarlas: se cargaban la conversación, sobre todo si nos encontrábamos en algún lugar comprometido. Donde no fuera recomendable admitir que éramos periodistas.
Así que nosotros —un par de redactores y un fotógrafo— nos habíamos largado del festival mediático que se agolpaba ante el centro de convenciones, y nos habíamos escabullido para tomarnos tranquilamente una cerveza en el único pub de la calle principal de Montreux. Un local pequeño y acogedor, lo llamaban el Blanc Gigi: “El Caballo Blanco”. Daba la casualidad de que Freddie estaba allí aquella noche, con un par de amigos suyos, que vestían pantalones ajustados, y que podían ser suizos o franceses. Aquel pub típicamente inglés era uno de sus locales favoritos, y supongo que nosotros lo sabíamos. Freddie no necesitaba guardaespaldas. Necesitaba tabaco. El nuevo redactor del Daily Express era un adicto, siempre llevaba encima cuatro cajetillas. Las noches eran largas para los jóvenes reporteros del espectáculo. Íbamos preparados.
No era la primera vez que me encontraba con Freddie. Habíamos estado juntos varias veces. Siempre había sido aficionada al rock desde niña —conocí a Bowie cuando tenía once años y Hendrix murió el día de mi cumpleaños en 1970 (tenía que ser una “señal”; ¿acaso no lo era todo?)— y las hermanas Jan y Maureen Day, que eran fans de Queen y vivían en Aldershot por mí.
Como no estaba destinada a ser una Chrissie Hynde ni una Joan Jett, desde comienzos de los ochenta hasta aproximadamente 1992 me dediqué a hacer reportajes sobre música rock y pop para el Daily Mail, el Mail on Sunday, para su suplemento, la revista You, y para el Sun. Mi primer encuentro con Queen fue cuando estaba trabajando como periodista novata para Associated Newspapers. Me enviaron a entrevistar a Freddie y a Brian en las oficinas de Queen en Notting Hill un día de 1984, y así surgió una nutrida relación profesional: ellos te llamaban, tú acudías. Los años posteriores ahora parecen una cosa surrealista. Entonces el oficio era más fácil. Habitualmente los músicos y los periodistas viajaban juntos en avión, iban juntos en limusina, se alojaban en los mismos hoteles, comían en la misma mesa, se iban de juerga salvaje en las ciudades más insospechadas.
Unas pocas y preciosas amistades de aquellas consiguieron durar.
Hoy en día las cosas casi nunca son así. Demasiados managers, agentes, promotores, publicistas, mucho personal de la discográfica y gente que simplemente está ahí, todo el mundo trabajando a comisión. Y si no, se lo inventan. Lo mejor para ellos es mantener a raya a gente como yo. En los buenos tiempos conseguíamos colarnos en todas partes por la cara —con o sin acreditación plastificada, con o sin pase de acceso a todas las áreas—. A veces incluso nos escondíamos, solo para poder quedarnos más. Tirarse el rollo formaba parte de la diversión.
Yo había visto entre bastidores la actuación de Queen en el estadio de Wembley para Live Aid el año anterior —hoy en día no tendría ni la más remota posibilidad— y me invitaron a que les acompañara a lo largo de una serie de conciertos de la gira de Magic en 1986. En Budapest asistí a una recepción privada en honor del grupo en la embajada británica, y presencié su histórico concierto en Hungría, tras el Telón de Acero, que tal vez fue el mejor momento en directo de la historia del grupo. Me gusta pensar que me mezclaba con ellos: simplemente una chica delgada y pecosa de veintitantos años a la que le encantaba el rock and roll.
Lo que siempre me sorprendió fue que Freddie era mucho más menudo de lo que yo le recordaba. Puede que fuera la dieta de nicotina, vodka, vino, cocaína, sus pocas ganas de comer y la promoción que se le hacía como artista. Allí arriba, en el escenario, era tan gigantesco que uno esperaba que fuera imponente también en la vida real. No lo era. Al contrario, parecía bastante pequeño, y encantadoramente pueril. Te entraba instinto maternal: le pasaba a todas las chicas. Despertaba los mismos instintos que el andrógino Boy George, del grupo Culture Club, que se convirtió en el chico favorito de las amas de casa tras “confesar”, aunque maliciosamente, que prefería una buena taza de té antes que el sexo.
En “El Caballo Blanco”, Freddie miraba a su alrededor, arqueando las cejas, murmurando “un pitillo” con esa voz que le caracterizaba, nítida y levemente amanerada. Aquella noche me llamó la atención que Freddie era una completa maraña de contradicciones. Podía ser tan humilde y poco pretencioso fuera del escenario como arrogante sobre él. Más tarde le oí murmurar “pi-pí” en un tono infantil y vi, fascinada, cómo se lo llevaba al lavabo uno de los que le acompañaban. Aquello fue el colmo: me rendí totalmente. Quería llevármelo a casa, darle un baño caliente, pedirle a mi madre que le cocinara un asado. Pensándolo ahora, no es posible que la estrella del rock de altos vuelos se sintiera tan indefenso como para no poder ir solo al baño. Freddie habría sido el blanco más vulnerable del mundo en un lavabo público.
Roger Tavener, el tipo de Express, le ofreció un Marlboro. Freddie vaciló antes de aceptar —habría preferido un Silk Cut—. Nos estuvo observando desde su rincón con un interés vago mientras nosotros alternábamos con los parroquianos. Es posible que, precisamente porque no le prestábamos demasiada atención, viniera a pedir otro cigarrillo. “¿Y dónde os alojáis?”. “En el Montreux Palace”: la respuesta adecuada. Freddie había vivido allí; tenía su propia suite. Él y Queen eran dueños de los estudios Mountain, la única empresa de grabación en aquel suntuoso balneario suizo. En aquella época Mountain tenía fama de ser el mejor estudio de Europa. Le tocaba a Freddie invitar. Otra ronda de lo mismo que hubiéramos pedido antes.
Al cabo de una hora o así dijo: “Evidentemente vosotros sabéis quién soy”, con un destello de reconocimiento en sus ojos de ébano. Pues evidentemente. Él era el motivo de que estuviésemos allí. Unos cuantos vodka-tonics antes puede que incluso Freddie hubiera recordado nuestros nombres. Nos habían enviado los directores de nuestros medios para que asistiéramos al festival anual de la televisión comercial y la entrega de los premios “Rosa de Oro” (los Rose d’Or estaban en su máximo esplendor en Montreux en mayo de 1986), y también habíamos cubierto otro evento relacionado, una gala del rock, retransmitida por muchas cadenas, que era una mal disimulada excusa para que los medios se desmelenaran.
Nosotros pensábamos que Freddie no quería que le molestaran, pero daba la impresión de que era él quien tenía ganas de hablar. En general, no tenía muy buena opinión de los periodistas. Después de haber sido ridiculizado y de que se tergiversaran sus palabras en el pasado, se fiaba de muy pocos de nosotros. David Wigg —que a la sazón era el jefe de la sección de espectáculos del Daily Express, y que también estaba en Montreux— era buen amigo de Freddie. Casi siempre era él quien conseguía la exclusiva.
Nos estábamos acercando demasiado. Y tirando por la borda, lo sabíamos, la posibilidad de una entrevista oficial. Al día siguiente Freddie nos habría calado. Y lo que es peor, también lo habrían hecho su manager y su oficina de prensa. Si nos pasábamos de la raya, desde su punto de vista, probablemente nunca volveríamos a poder acercarnos a Freddie. Aquel era su bar, su territorio. Aun así, Freddie parecía vulnerable y tenso, muy distinto de la estrella que creíamos conocer.
“Por eso estoy aquí”, decía. “Esto está solo a dos horas de Londres, pero aquí puedo respirar, y puedo pensar, componer y grabar, y salir a dar un paseo, y eso es algo que creo que voy a necesitar durante los próximos años”.
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