Michael Jones - El trasfondo humano de la guerra
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- Libro:El trasfondo humano de la guerra
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2011
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El trasfondo humano de la guerra: resumen, descripción y anotación
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Estoy en la colina de Poklonnaya, desde donde miro el museo de la Gran Guerra Patria en Moscú. Frente a mí, se alza el principal monumento a la victoria: un obelisco de granito en el que se representan escenas del conflicto. Su concepción es en verdad imponente. Se alza 141,8 metros sobre el suelo, como símbolo de los 1.418 días y noches que duró la guerra. En la marca de los 100 metros se encuentra una figura alada y voladora: Nike, la diosa de la victoria. Sostiene una corona de gloria en la mano derecha; dos ángeles de la victoria, de bronce, hacen sonar las trompetas de la victoria a sus pies. El contenido religioso me ha causado una gran impresión. Tanto el monumento como el museo se crearon cuatro años después de la caída de la Unión Soviética y el régimen comunista. Celebran el quincuagésimo aniversario del fin de la segunda guerra mundial en Occidente y la victoria sobre la Alemania nazi. Habían destruido a un demonio aterrador. Al pie del monumento hay un san Jorge de bronce que ataca con su lanza a un dragón enroscado.
Dentro del museo hay un sinfín de salas y una formidable selección de exposiciones. Hermosos dioramas ilustran las batallas y los asedios cruciales del conflicto. Pero adonde regreso es a la Sala del Recuerdo. La iluminación es tenue y de fondo suena el Réquiem de Mozart. Las paredes son de color marrón rojizo: como la sangre humana. Una estatua de mármol blanco se encorva con pesar y dolor. Del techo penden miles de colgantes de cristal: son el símbolo de las lágrimas derramadas por los fallecidos en la Gran Guerra Patria. Fueron veintisiete millones, entre soldados y civiles. El sufrimiento fue inimaginable.
Cada año, el 22 de junio, en el aniversario del inicio de la guerra, los veteranos se reúnen aquí, en una ceremonia alumbrada con velas, para rendir homenaje a los muertos. Fue una guerra de ingentes proporciones que, a su vez, impuso exigencias colosales a sus participantes. Vladimir Hotenkov era un chico de campo que no podía soportar la visión de la sangre. «Cuando mi madre me pedía que matase una gallina, simplemente, era incapaz de hacerlo», decía él. Pero al enfrentarse a un invasor terrible, el antaño remilgado Hotenkov descubrió en sí mismo una impensable capacidad de resistencia. En 1943, en Kursk, los tanques alemanes «plancharon» su trinchera: pasaron sobre ella y luego dieron marcha atrás para enterrar a los defensores en la tierra hundida. Hotenkov reunió fuerzas para abrirse camino a través del suelo arcilloso. Los soldados de la trinchera vecina, atónitos (y a punto de quedar igualmente «planchados»), recuerdan cómo alcanzó a trepar hasta el exterior, agarró dos cócteles Molotov e hizo saltar por los aires a sus asaltantes.
De los soldados rusos se esperaba que luchasen sin ceder: los castigos por retirarse sin permiso eran severos. Tras el fin del régimen comunista, muchos veteranos se han sincerado a este respecto. Jacob Studenikov manejó en solitario una ametralladora contra una compañía de alemanes que avanzaba hacia Ponyri, en el saliente septentrional de Kursk. Cuando le preguntaron acerca de su heroísmo, replicó: «¿Acaso podía haber hecho otra cosa? Si me rendía a los alemanes, iba a morir de todos modos; si intentaba la retirada, acabaría ante un consejo de guerra». Luego se adivinó algo más por debajo de aquel cinismo y añadió, con fuerza: «Luchaba por mi tierra».
El 22 de junio de 2011 es el septuagésimo aniversario del inicio de la Gran Guerra Patria, y el último gran aniversario que verán muchos de estos veteranos. En este libro seguiré su historia desde Stalingrado, donde la marea de la guerra empezó a retroceder, hasta Berlín, donde terminó la guerra. El teniente Anatoly Mereshko describió el cambio de ánimo esencial que se dio en Stalingrado, donde consignas como «¡Ni un paso atrás!» o «¡Para nosotros no hay tierra por detrás del Volga!» cobraron un sentido, tanto emocional como espiritual, que iba mucho más allá de la defensa del estado comunista: «Ya no luchábamos por una ciudad, sino por cada metro de terreno, por cada arbusto, por cada río», dijo Mereshko. Luchó todo el camino hasta el Reichstag y estuvo presente en la sala donde se produjo la rendición de Berlín.
En la Sala del Recuerdo, entre las lágrimas de cristal colgadas del techo, lucho por comprender la magnitud de todo aquello. Según el veterano Mijail Shinder, «fue una guerra insensibilizadora… que sacó de cada uno lo mejor y lo peor, hasta el extremo». Hoy sabemos bastante sobre lo peor del Ejército Rojo: sus asesinatos, saqueos y violaciones. Sabemos mucho menos del horror al que se enfrentó y de la valentía de muchos de sus soldados. La victoria sobre la Alemania nazi quedó empañada. Pero nosotros no hemos tenido que soportar lo que soportó el Ejército Rojo. En este septuagésimo aniversario quiero reavivar su experiencia como seres humanos, a través de las cartas, los diarios y los testimonios personales: «la poesía oscura de la guerra», como lo llamó un veterano. Quiero describir su sufrimiento: qué vieron y qué se encontraron las tropas. Y, por encima de todo, quiero honrar la bravura de la gran mayoría de sus soldados. Su lucha y postrera victoria sobre la Alemania nazi no debe caer nunca en el olvido.
Cito las fuentes alemanas en su título original; los títulos rusos se han traducido al inglés. Los artículos y las referencias documentales se citan de forma individual en el capítulo de Notas.
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