Lluc Oliveras Jovè - El gran golpe del gánster de Barcelona
Aquí puedes leer online Lluc Oliveras Jovè - El gran golpe del gánster de Barcelona texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2012, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:El gran golpe del gánster de Barcelona
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2012
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El gran golpe del gánster de Barcelona: resumen, descripción y anotación
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Gracias a todas las personas que en estos quince años han estado a mi lado, demostrándome, con su apoyo, que la vida merece la pena.
Gracias, sobre todo, a mi mujer y a mis hijos, que me han aguantado durante la creación de esta novela.
Gracias también a Ediciones B por el apoyo, y a mi editora, Marta Rossich, por creer desde el principio en el proyecto.
Los amigos de Dani el Rojo han escrito sobre él:
Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. En el caso de Dani, la tercera es la mejor. Si hubiera dirigido El Padrino III, nos habríamos ahorrado todos el disgusto. Certo, signore Coppola.
CARLOS SEGARRA
Dani es, para mí, además de un amigo, un gran ejemplo de fuerza y superación personal.
SHUARMA
LLUC OLIVERAS JOVÈ (Barcelona 1977) escritor, guionista, director y compositor. Es autor de las novelas Confesiones de un gánster de Barcelona, El gran golpe del gánster de Barcelona y Mi vida en juego. Cómo director, guionista y compositor de bandas sonoras ha realizado el largometraje ¿Me acompañas?, y numerosos documentales. Cómo músico y letrista ha realizado el disco, Un salto al vacío, de la banda de rock Maledetta. Ejerce como director de contenidos en Tutan C’mon Publishing. Ha ganado el primer premio «ex aequo» Rodolfo Walsh del festival de novela negra de Gijón en el 2011 por la novela Confesiones de un gánster de Barcelona, cuyo protagonista es Daniel Rojo.
El dúplex
Tras haber purgado mis delitos con varios años de cárcel, el día que aparecí por el talego para recoger mis cuatro enseres personales, formalizar la salida y despedirme de los cuatro colegas que dejaba dentro, el sistema intentó joderme. Frente a la entrada principal, me topé con uno de los jichos con los que mejor me llevaba, quien, al verme, puso una cara de circunstancias porque esa misma mañana había llegado un auto de prisión de ocho años a mi nombre. Yo, ante la posibilidad de que volvieran a cerrarme las puertas de la libertad, y antes de que el boqueras pudiera pestañear, di media vuelta y me largué cagando leches a casa de mis padres.
Sin saberlo, tenía una petición de cuatro años por un atraco cometido hacía tiempo, cuando me pillaron con un Seat Ibiza robado de un tipo al que había zumbado en un cajero automático. Al parecer, me acusaban de un atraco con intimidación. Ya antes había entrado en el maco con una petición de cuatro causas, y aunque finalmente en tres de ellas me concedieron la libertad, en la del robo con intimidación del cajero automático no sucedió lo mismo. Y aunque salí en libertad gracias a la fianza, volví a caer preso al cabo de pocos meses.
Al estar encerrado, no llegué a enterarme de que un juzgado me había citado para comparecer en juicio por el atraco con intimidación del cajero automático. Por absurdo que parezca, el juzgado no sabía que estaba entre rejas e insistían en mandarme las citaciones judiciales en alguno de mis antiguos domicilios. Así que al no comparecer en el juicio ni yo ni mi abogada, a quien ni siquiera habían avisado, me endilgaron un letrado de oficio y me cayó la del pulpo: pese a tener una petición de cuatro años por el atraco al cajero, al no presentarme me condenaron al doble de la pena por rebeldía, cuando ya estaba cumpliendo una condena bien larga.
En cuanto supe que el auto de prisión de ocho años era por aquel asunto, le dejé claro a mi letrada que debía hacer lo indecible para evitar que pagara aquellos platos rotos. Por un lado me habían asegurado que me quedaba un año de vida por culpa del bicho y mi mala cabeza en el manejo de las drogas, y por otro me pedían que cumpliera cuatro años adicionales de talego. En caso de cumplirlos, moriría como una miserable rata de talego. ¡No iba a comerme aquella sentencia de muerte! Pero los juzgados se empeñaron en aplicar la ley a la torera y pasé a ser un preso fugado en búsqueda y captura.
Yo, básicamente, deseaba disfrutar hasta el último suspiro, y en todo momento era consciente de que iba a convertirme en una auténtica bomba de relojería. Los guripas de Antiatracos al completo debían de saber que estaba sentenciado a muerte y, por ello, desde su punto de vista, pasaba a ser mucho más peligroso. Llevaba años buscándome la vida, y aunque no era lo mismo hacerlo dentro que fuera del talego, no era la primera vez que me veía obligado a rastrear el perímetro más inmediato en busca de algún beneficio.
Un tiempo después, Luigi Conti, un antiguo compañero de fechorías con quien había realizado una estafa con los cartones de valor económico de la Modelo, me llamó para hacerme una propuesta. Acababa de conocer a Gonzalo, un tipo que trabajaba en Banca Catalana —y era conocido en el mundo de la delincuencia por ser un santero— que se encargaba de cuadrar mensualmente todas las cajas de la entidad. Sabía perfectamente cuál era la mejor sucursal para atracar y qué cantidad de dinero había en cada una de ellas. Sus soplos, aparte de allanarme el camino, nos garantizaban a todos un mínimo de seis millones de pesetas. Ese era el límite que habíamos marcado entre lo interesante y lo que no valía la pena.
Eran los socios perfectos, un equipo infalible con el que llegamos a ganar mucha pasta. Por un lado estaba Luigi Conti, que había sido la mano derecha del importante estafador Pedro Baret, hijo, y uno de los delincuentes más refinados de nuestro país. Se trataba de un chaval alto, rubio y castigado, con prominentes entradas, medianamente fibrado y con las facciones típicas de los tíos del norte de Europa. Yo le había conocido en la Modelo, adonde llegó acusado de robar cantidades millonarias en los cajeros automáticos, gracias a sus conocimientos informáticos. Con un sistema de análisis propio, un software que él mismo había programado y una impresora anclada en el pasado, había timado a infinidad de cajeros manipulado la banda magnética de las cartillas de ahorros.
Luigi Conti era todo un especialista a la hora de vulnerar los sistemas de cualquier entidad financiera y dar a los ordenadores la información suficientemente distorsionada como para bloquearlos. Lograba generar números para cuentas ficticias, saldos irreales y claves bancarias, que luego codificaba en las bandas magnéticas de las cartillas falsificadas y transformaba en operativas por arte de magia. Eso sí, para poder sustraer el dinero, aprovechaba los momentos en que los cajeros eran desconectados diariamente del ordenador central, y así suministraba nueva información.
Gonzalo, por su lado, era un auténtico pieza de pelo cobrizo y treinta y pocos años que siempre iba acicalado. Tenía una prestancia acorde con el cargo que ejercía en el mundo de la banca. No se trataba ni del típico ejecutivo, ni del panoli de gafitas que solo controla de cuentas, sino más bien navegaba en un perfil intermedio. Pero era tan ambicioso que habría sido capaz de vender a su madre al diablo. De ahí que quisiera liarse con dos delincuentes de nuestra calaña: Luigi, a quien perseguía el servicio antiestafas de la policía nacional, y yo, el perfecto brazo ejecutor. Y así fue como nos pusimos a darle rienda suelta a las sucursales que teníamos en cartera.
Un poco después, y gracias al cash de los primeros atracos, alquilé el piso de la Barceloneta de Gabriela, una buena amiga, donde había convivido con su maromo. Tenía el inconveniente de que siempre aparecían por la puerta un montón de yonquis que buscaban al compañero de Gabriela, que se dedicaba al menudeo semicasero. Luigi y Gonzalo también insistían en pasarse por mi queo, con el ánimo de apretarme para que siguiéramos con el bisnes de los bancos.
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