A los que vuelan en forma de mariposa blanca.
A los culos inquietos en busca de libertad.
PRÓLOGO
En mi pequeña familia es muy típico contar las mismas anécdotas año tras año, y por los siglos de los siglos. Sin duda, una de las más significativas es el día en que Ana vino al mundo. O el mundo vino a ella.
Como es normal en su naturaleza, despertó a la V.I.D.A. de forma prematura y enseguida la metieron en la incubadora. Cuando mi abuela llegó al hospital fue directa a la sala de recién nacidos. Aún no sabía cuál era su nieta, pero pronto se dio cuenta de que un bebé enano con gorro y peúcos rojos estaba moviendo el culo enérgicamente para lograr darse la vuelta.
—Ese culo inquieto tiene que ser mi nieta.
Y es que hay gente que nace con cierta magia, y luego está Ana. No sé ciertamente si es magia o admiración, pero es una de mis personas favoritas.
Ana es un motor imparable, es una de esas personas que han crecido escuchando diariamente que no saben lo que quieren, que nunca será feliz por ser demasiado inconformista. Tiene una vitrina de medallas de oro por nadar a contracorriente. Con su fuerza imparable ha sido capaz de demostrarnos —a nosotros y al mundo entero— que no solo se tiene que querer una cosa, que no existen las limitaciones sino las oportunidades. Y que podemos serlo todo. Podemos quererlo todo. Que es posible cambiar de opinión, que tenemos derecho al cambio sin pedir perdón.
La verdad es que aunque muchos le atribuyen suerte, yo creo que la suerte se la lleva trabajando desde la cuna. La suerte es la actitud con la que afrontamos nuestra vida cada día. Ana no lo ha tenido nada fácil, pero justamente de eso trata esta historia: de humanidad, de humildad, de valentía por mostrar públicamente lo que muchos llevan pesando dentro del corazón.
Esta es una historia de luces y sombras. De verdad, de aceptación y de crecimiento.
No es un libro, es una vida.
Una vida puesta al servicio de otros, porque si a ella le importa algo de verdad, es la libertad.
No solo la suya, la vuestra.
La nuestra.
Para ella la libertad es que encontréis vuestras propias respuestas y que, le pese a quien le pese, transitéis vuestro propio camino.
Así que esta es una puerta hacia la libertad, es una puerta hacia su intimidad, es una puerta hacia su interior para que conectes con el tuyo.
Ana es un canal de luz y este es un mapa de ruta para que entiendas que absolutamente todos los puntos se conectan, para que confíes en la V.I.D.A., para que confíes en tu historia y sonrías al comprenderlo todo.
Laura Albiol
@mequieromiamor
LENTEJAS, FUTURO Y CALZONCILLOS
«Tardé en entender que mi entorno solo trataba de protegerme
y aconsejarme desde su punto de vista. Tardé en entender que la
ignorancia y el miedo eran las manos que tiraban de los hilos».
Volvía del colegio, era hora de comer y en la mesa había lentejas. No son mi plato favorito, pero aquel día todo me valía, estaba emocionada porque había llegado el momento de elegir carrera. ¡Lo tenía clarísimo! Cualquier título que me acercara a mi vocación: la comunicación.
Mi experiencia en este campo se remonta a 1988, cuando sin haber cumplido un año de vida empecé a hablar. Desde entonces, antes me ahogo que me callo. Comunicar es mi gran pasión. Hablo en público desde que tengo uso de razón, y estoy segura de que haber pasado mis primeros años de vida en un horno de venta de pan ayudó considerablemente. Mi madre emprendió haciendo empanadillas y, mientras ella trabajaba sin descanso, yo me entretenía hablando con las vecinas del banquito de enfrente. Con cuatro años la ayudaba a despachar pan, con doce presentaba actos oficiales de mi falla delante de cientos de personas y con veinte me atreví con un monólogo humorístico. La escritura también estuvo presente desde muy pequeña a través de redacciones y cartas a mí misma; en ellas volcaba mis reflexiones y sentimientos. Hace poco encontré una que decía: «Esta es la carta más importante que he escrito nunca. El papá llega muy cansado de trabajar y está triste. Tienes que esforzarte para hacerlo feliz cuando esté en casa». Diez añitos. Ya apuntaba maneras.
Pese a que tenía clara mi vocación, sabía que mi elección de carrera se podía ver truncada por las altas notas de corte para entrar en la universidad pública. La privada no era una opción en nuestra economía familiar. Fuera como fuera, llegué ilusionada pensando en mi futuro y con la esperanza de que encontráramos una solución para poder estudiar. Me sorprendió que mi padre estuviera en casa; trabajaba conduciendo un camión y rara vez coincidíamos entre semana. Lo pillé con la cuchara dentro de la boca y en calzoncillos blancos de algodón. Aunque mi memoria es corta y muy selectiva, nunca olvidaré esa imagen.
—¡Papá! Ha llegado el momento, tengo que elegir carrera y ya sé lo que quiero. ¡Comunicación! ¿Qué te gusta más, Periodismo, Audiovisuales o Publicidad? ¡Me apetecen todas!
—¿Carrera? Ana, aquí no estudiamos carreras. Quien quiera ir a la universidad que se busque las habichuelas. —No apartó la cara de las lentejas. Cuánta legumbre.
Lo VIVÍ como una traición personal. Tenía talento, ganas de comerme el mundo, era inteligente, despierta, y mis padres no me apoyaron. Me sentí frustrada y limitada; en la pública no había pupitre para mi casi siete mediocre y me veía incapaz de pagar por mí misma una carrera privada. En aquel momento solo pude CULPAR a mis padres. El capitalismo se fue de rositas.
Y aún hay gente que se cree el discurso de que vivimos en un Estado con igualdad de condiciones y oportunidades. Y una mierda. El criterio al decidir si era apta para estudiar lo que me apasiona dependió de dos cifras: la de la cuenta del banco y la de mi nota de corte. El resto no importó. Aspectos como la vocación, el potencial, las ganas de aportar a la sociedad, la inteligencia emocional o la creatividad aún no tienen cabida en nuestro sistema. Y así nos va. Con miles de titulados ejerciendo sin sentir pasión por lo que hacen y miles de apasionados intentando buscarse la vida para poder hacer lo que aman.