T ODO FUE CASUALIDAD . Todavía recuerdo el día que mi primo Jonathan me dijo que podríamos apuntarnos a Gran Hermano, y cómo empezamos a fantasear con la idea de entrar en uno de los realities más conocidos de la televisión. Pero al ver que llamar para inscribirse costaba dinero, pasamos de presentarnos. Sin embargo, un compañero de trabajo lo hizo por mí y me envió la inscripción prácticamente hecha. Tras pasar varios castings, un día llegó la llamada con la noticia:
Juanma, entráis en Gran Hermano 15 .
Aunque sentí cierto nerviosismo por lo que me esperaba, pensé en lo guay de poder disfrutar de la experiencia.
Mi vida por entonces me encantaba, hacía lo que me había propuesto. Trabajaba en una escuela de surf que había montado un antiguo compañero de universidad. Y justo antes de entrar al concurso, me ofreció ser socio de la misma. No lo dudé y le dije que sí.
Siempre he tenido relación con el mundo del deporte. Lo he practicado desde los cinco años y también me he formado en ello. Primero hice un ciclo de Educación Física y luego dos másteres: uno de profesor de Educación Secundaria y otro en Preparación Física. Hasta que entré en GH con treinta años, di clases de actividad física de base, de natación, de baloncesto, de tenis, de fútbol sala, de judo… Llegué incluso a ser entrenador en las categorías inferiores en el Valencia Club de Fútbol.
Cuando recibí el mensaje me sentía muy realizado. En la escuela de surf en la que trabajaba había conseguido unir enseñanza y deporte. Era feliz relacionándome, enseñando a la gente, viendo su progresión, viviendo en un entorno sano…
Y surfeando en los ratos en los que no estaba dando clase.
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Cómo empezó todo
Hola, soy Azahara, vivo en Málaga y ella es Siri, mi compañera de vida.
L A VERDAD ES QUE ENTONCES no era muy fan de los realities ni tampoco me veía dentro de un GH . Hoy en día sigo alucinando con el hecho de que llegara a entrar. Y más aún cuando recuerdo lo que pasó después.
Un día, mientras trabajaba en la discoteca, se me acercaron unas personas que resultaron ser de la productora. Su trabajo consistía en buscar nuevos perfiles para el concurso, y lo hacían entre todos aquellos que se presentaban a los procesos de selección, pero también ojeando por distintos lugares de la geografía.
El reality requería de concursantes variopintos, cuyo principal objetivo era dar juego para que funcionaran bien en el concurso y se pudieran hacer buenas audiencias.
Me preguntaron si me interesaría presentarme a un casting y les dije rápidamente que ni de coña. Porque me conozco y sé lo nerviosa que me ponen las cámaras. También porque estaba convencida de que no podría aguantar en un concurso como GH. Pero unos días después, no sé por qué, cambié el chip y pensé: «¿Por qué no?». Como ya he dicho, era final de temporada y estaba agotada porque el ritmo cada noche era brutal. «¿Y si voy en plan aventura, rollo tratamiento de choque para superar lo mucho que me imponen las cámaras?», me dije.
Dicho y hecho. Sin pensármelo dos veces, cogí la tarjeta que me habían dado y les llamé. Me dijeron que los castings ya se habían cerrado, pero que podía mandar un vídeo y ellos lo incluirían. No perdía nada. Total, si gustaba, bien y, si no, pues a otra cosa.
Llegué a casa y, como me daba tanta vergüenza grabarme, cogí a mi perrita Siri y con ella agarrada me lancé a hacer la presentación. No sé cuánto tardaron en llamar, e incluso dudaba de que lo fueran a hacer, pero sí, lo hicieron, y me citaron para ir a Madrid.
Llegué al AVE sin apenas dormir. La noche de antes trabajamos a tope y hasta muy tarde porque en la discoteca pinchaba un DJ muy conocido.
En el casting me hicieron muchas preguntas. Yo, la verdad, es que estaba superdormida y fui contestando a todo como pude.
Después de aquella primera fase me llamaron para más pruebas, y a todas llegué con el mismo sueño y el mismo cansancio. Trabajaba a diario y siempre me convocaban por las mañanas.
VIVA LA NATURALIDAD
Recuerdo una anécdota en uno de los últimos castings, cuando ya estábamos en la fase final. Esa mañana iban a hacerme fotos porque podía ser elegida para entrar. Me dijeron que fuese vestida con la ropa que usaba en mi día a día. En la discoteca, mi «uniforme de trabajo» era un vestido y unos tacones, así que me presenté con unos pantalones rotos caíos, una camiseta ancha y en chanclas… Y con unos zuecos de madera en el bolso, por si acaso.
Cuando me vieron aparecer, una de las chicas con la que había hablado en Marbella me miró con asombro y me dijo:
—Pensaba que ibas a venir con la ropa con la que te conocimos. ¿No has traído algo más sofisticado?
—No, os debí entender mal. Pensé que tenía que traer la ropa que llevo normalmente. La que uso en la discoteca es mi look de trabajo.
Otro de los chicos del casting me aseguró que iba perfecta y me hicieron las fotos sin problema…, pero no me volvieron a llamar más.