Popurrí de cuentos para ser leídos tomando café
A aquellos que pensaron en mí como escritora.
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POPURRÍ DE CUENTOS PARA SER LEÍDOS TOMANDO CAFÉ
First edition. February 24, 2021.
Copyright © 2021 Patricia Gisele Tessari.
Written by Patricia Gisele Tessari.
10 9 8 7 6 5 4 3 2 1
Para todos aquellos amantes de las historias y los viajes y ese pequeño espacio donde ambos se encuentran.
Índice
1. Balas que no matan
2. Peleas de Agua
3. Descripción gráfica
4. Desvestir los ojos
5. Días de conocidos
6. Ella habla dormida
7. Italia
8. Los androides también te engañan
9. La calle de las prostitutas
10. La niña de Alepo
11. La división del mundo
12. Sin palabras
13. Los dedos en el dulce de leche
14. Por el resumidero
15. Remembranza al cacao
16. Ritual de la siesta
17. Jueves por la mañana
18. Cama vacía
19. Niña tristeza
20. Pancho Villa.
Balas que no matan
Ambos escuchaban desde lo cerca cómo se aproximaban, casa a casa, puerta a puerta. Muchas de las voces son conocidas, voces que antaño se escuchaban jugando en los patios, andando en bicicleta por la vereda, jugando a la mancha; algunos de los niños más arriesgados se animaban a andar por la calle con sus patinetas. Aquellas voces se escuchaban no muy lejos, gritando sordamente. Gritos secos, golpes y muerte.
Ambos sabían que se aproximaban, pero no se podía hacer otra cosa que no fuera seguir haciendo el amor. Aquí están ahora, son los disparos, algunos al aire, otros directo en la carne, en las almas, en los ojos, en las manos, en los cuerpos.
Estos dos cuerpos no podían ser masacrados, no les pertenecían. Se pertenecen el uno al otro. Enredados estaban, besándose largamente. Ella mordía su labio superior y él le acariciaba el pelo mientras la penetraba.
Cada vez más cerca; el ruido de los pasos que se acercan, el estrépito de las puertas romperse quebraba la armonía. Otra vez disparos, otra vez gritos, otros gemidos.
No queda más opción que seguir haciendo el amor, continuar amándose mientras la muerte se acerca inminente, inherente.
Caen trozos del cielo sobre ellos, pero no hay por qué detenerse, no hay por qué parar. No hay necesidad.
Los pasos embotados se escuchan otra vez, dentro de la casa, dentro del salón, dentro de la habitación, y algo fantástico ocurre. En un instante eterno no hay balas que maten, no hay balas que lastimen, no hay dolor que los toque, no hay injusticia que los persiga; solo una larga pasión que los envuelve mientras se siguen amando, mientras se siguen mezclando uno con el otro.
Las paredes caen, los escombros se desparraman por el suelo. Ladridos, gritos y golpes. Un orgasmo prolongado, más besos, más caricias y algunas lágrimas de amor que se repiten eternamente. Escuchándose .
––––––––
Peleas de agua
¿P OR QUÉ SERÁ QUE CADA vez que llueve, la nostalgia se hace presente a mi cabeza como una bomba de tiempo? La siento llegar como a una tía que viene de visita cada tercer domingo del mes. Sé que está por presentarse ante mí pero me engaño y no lo creo; intento aplazar el instante en que llegará y dejará ver su cara en cada gota que cae, cada una de las que se estrellan estrepitosas contra la ventana y no permite que pueda ver más allá de su diseño. Así mismo me siento cada vez que discuto con Elena. Ella es la melancolía que me golpea. Detrás de cada discusión me encuentro a la espera del momento de la reconciliación. Ya el tema, el tópico de la pelea nos parece superfluo, es la adrenalina de la discusión en sí. Cuidarse de usar las palabras adecuadas, los golpes bajos no tan bajos, pero no tan altos tampoco. La necesidad de la pelea se hizo constante en nuestra relación. “Te gusta el drama” me dijo una vez y ambos nos reímos por la ocurrencia de ser dos actores griegos representando una Elektra o un Edipo para entretenimiento personal. A veces llegamos a puntos extremos, directrices del odio. La paz es el momento entre la guerra de nuestra relación. La paz es esa circunstancia eventual que ocurre mientras esperamos nuestra próxima explosión. Vivir en el drama, respirar el drama, comer el drama y soportar el drama. No hay nada más excitante para una mente deductiva que calcular cada argumento posible, cada respuesta y cada réplica. Para determinado tema debe existir un come-back. Un juego de piernas, un dos por cuatro, una movida diferente de las piezas del tablero. Algo que sorprenda. Sin sorpresa no tiene gracia, por supuesto. ¿Qué sentido tendría repetir una y otra vez el mismo argumento, la misma pelea? Está claro que debemos ser ingeniosos. Medir nuestra inteligencia.
Recuerdo estar en medio de una discusión acalorada por si se debía o no usar el mismo cuchillo para untar la manteca y el dulce de leche, y como utilicé el mismo argumento que en otra discusión anterior, Elena me miró a los ojos y se quedó callada. Entendí automáticamente mi error, pero ya era demasiado tarde para volver atrás. El debate terminó ahí mismo. No había vuelta que darle. Por eso ahora debo llevar un conteo mental de todos los argumentos que utilizo. No se vale repetir. Elena nunca repite un argumento, sabe exactamente donde golpear, donde darme en el ego para luego envolverme en besos y caricias. Elena siempre está lista para atacar, es una leona agazapada en la hierba y yo soy el pobre venado que pasta sin darse cuenta de nada. Yo la amo realmente. Elena se divierte.
Descripción gráfica
El autobús está lleno. Olor, ruido, bolsas, ventanas cerradas y otras abiertas. Los asientos están repletos a simple vista, las personas están amontonadas, los pensamientos están abarrotados. Logra hacerse paso hasta poder sentarse justo del lado de la ventana en un hueco que acababa de liberarse. Poder mirar hacia afuera es un privilegio dentro del autobús lleno. Sentado a su lado un hombre sostiene una cámara de fotos digital. Ve el reflejo de la pantalla en el vidrio de la ventana, le llama la atención el brillo. Las mismas fotos se repiten una y otra vez: los pies de una mujer, una mujer riendo, unas pantorrillas azules, una falda floreada, los pies de una mujer, una mujer riendo, unas pantorrillas azules, una falda floreada, los pies de una mujer, una mujer riendo, unas pantorrillas azules, una falda floreada. La escena se repite, se repite una y otra vez llamándole la atención. Voltea su rostro hacia el hombre a su lado dueño de la cámara; está inmerso, perdido, abandonado, excitado. Mira una y otra vez las imágenes que pasan en orden, siguiendo una línea, una cronología, siguiendo el momento exacto en el que esas fotos quedaron plasmadas en el tiempo y en el espacio. El hombre no se inmuta para nada, sigue explorando las fotos, apreciándolas, amándolas. Ahora ella es la espectadora accidental de este ritual. Toda una serie de ideas empiezan a cruzar por su cabeza, por su cabeza. “Un fetiche es un fetiche” pensó “o mejor dicho, una parafilia ¿no?”. Se avergüenza un poco, se ruboriza y empieza a sentir incomodidad. Conocer, sentir y vivir el deseo sexual de un extraño es una experiencia nueva, rara y perturbadora. Empieza a dudar, a sentir rabia, desconcierto y repulsión. Sabe que algo tiene que decir, no puede ser tan impune, tan simple, tan obsceno. Abre la boca para pedir explicaciones pero se detiene en seco; las imágenes siguen sucediéndose: los pies de una mujer, una mujer riendo, unas pantorrillas azules, una falda floreada, una joven mirando por la ventana, los pies de una mujer, una mujer riendo, unas pantorrillas azules, una falda floreada, una joven mirando por la ventana, los pies de una mujer...
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