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Norberto Lebermann - Cuentos de hadas alemanes

Aquí puedes leer online Norberto Lebermann - Cuentos de hadas alemanes texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1942, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Norberto Lebermann Cuentos de hadas alemanes

Cuentos de hadas alemanes: resumen, descripción y anotación

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Recopilación de veinticuatro cuentos alemanes publicados en Buenos Aires en 1942. Son relatos que muestran una narrativa alemana de cuentos alternativa a los clásicos de los hermanos Grimm. El proceso de digitalización ha sido lento y dificultoso. Si bien fue posible escanear casi todo el contenido del libro, algunas partes hubieron de ser recuperadas bien manualmente, bien encontrando algunos de los cuentos en la Web. Por tanto, esta edición (r1.0) no está exenta de posibles errores de interpretación del software de reconocimiento de caracteres (OCR), dado el estado del material de partida. Grandes besos a Anama por aportar el original y por su paciencia en el escaneo de este complicado libro. A continuación se muestran algunas imágenes que dan cuenta del estado el original. El editor digital

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Recopilación de veinticuatro cuentos alemanes publicados en Buenos Aires en 1942. Son relatos que muestran una narrativa alemana de cuentos alternativa a los clásicos de los hermanos Grimm.

Algunos de los títulos de esta recopilación: « El inteligente inventor », « El sastre Sisí y el zapatero Nonó », « Arzia la cantarina », « Lo que le ocurrió a la abeja perezosa », « El tonto de Chipre », « El aprendiz de mago », « Los dos príncipes »,…


Norberto Lebermann

Cuentos de hadas alemanes


Norberto Lebermann, 1942

Traducción: E. Molino

Ilustraciones: Bocquet


Cuentos de hadas alemanes - image 1


El inteligente inventor

Cuentos de hadas alemanes - image 2

Cuentos de hadas alemanes - image 3 N un profundo bosque, allí donde Asia y Europa se juntan, vivían, hace mucho tiempo, tres hermanos y una hermana. Pertenecían a una raza muy extraña. Jamás se había conocido a nadie parecido a ellos, pues no eran seres humanos, sino terribles duendes. Los hermanos se llamaban Tosefuego, Relámpagoligero, Hablalejos y, la hermana, Ojosbrillantes. Sus naturalezas correspondían a sus nombres.

Tosefuego, el mayor, era una especie de salvaje gigante que día y noche no hacía otra cosa que echar llamas y humo por la boca. Lo echaba con tanta fuerza que a su alrededor todo volaba, y nadie se atrevía a acercarse a él. Su alimento consistía, exclusivamente, en carbón de piedra y troncos de árbol.

Relámpagoligero tenía, en vez de piernas, dos ardientes rayos que terminaban en unas ruedas. Por todas partes tenía tendidos fuertes alambres y, sobre ellos movíase con tal rapidez que ningún animal de la tierra ni pájaro del cielo podía competir en velocidad con él. En un minuto era capaz de dar la vuelta al mundo entero y volver de nuevo a su bosque.

Hablalejos era un extraño enano que tenía una maravillosa habilidad. Era capaz de emitir cualquiera de los sonidos que se oyen sobre la tierra. Podía imitar las voces de los hombres y las de los animales. Uno creía estar escuchando a un amigo o a un pariente, pero no era así; era Hablalejos, que les imitaba. Además podía enviar su voz a los extremos más apartados del mundo, de forma que aunque estuviera al otro lado del globo se hacía oír perfectamente por quien él quería.

La hermana, Ojosbrillantes, era una mujer de piernas cortas y ojos ardientes como dos llamas. De esos ojos brotaba una luz cegadora que iluminaba toda la región como si fuera un fuego mágico. Pero cuando volvía sus pupilas hacia un ser humano, éste quedaba completamente ciego.

Así eran los cuatro duendes. Vivían juntos, se ayudaban con gran fidelidad unos a otros y por eso podían hacer todo lo que deseaban. Pero su comportamiento era siempre malo y causaba daño a la gente buena.

Tosefuego, valiéndose de su abrasador aliento, se divertía haciendo volar a las personas y a los animales que encontraba. Cuando sus desgraciadas víctimas caían se hacían mucho daño, rompiéndose algún miembro y llorando de dolor.

Relámpagoligero, con sus centelleantes piernas volaba de un lado a otro del mundo, robándolo todo y antes de que se pudiera decir «¡Jesús!» ya estaba de vuelta a su bosque con el botín.

Hablalejos cometía otra clase de maldades y torturaba miserablemente a los pobres que vivían cerca de su guarida. Se sentaba junto al fuego y desde allí hablaba a la gente. Les engañaba adoptando la voz de un amigo o un pariente. En cierta ocasión dos niños estaban sentados a la puerta de su casa, esperando a sus padres. De súbito oyeron la voz de su papá que les decía:

—Nenes, venid al bosque. Os tengo preparado un gran pastel y podréis comerlo esta noche. Venid enseguida, pues tengo que marcharme y no puedo perder tiempo.

Alegremente los niños corrieron hacia el bosque, pero en él no encontraron ningún pastel. Porque no fue su papá quien les llamó, sino Hablalejos, que les hizo alejarse de su domicilio y dejó que los lobos se los comieran, de manera que los pobres niños no volvieron nunca a su casa.

Éstas y otras muchas cosas malas hizo Hablalejos, hasta que la gente se enfadó con él.

Ojosbrillantes se portaba tan mal como sus tres hermanos, pues su corazón, como el de ellos, rebosaba odio. Con sus ojos de fuego atraía a los viajeros, durante la noche, a los pantanos, donde los infelices se ahogaban miserablemente.

Por fin, los seres humanos decidieron declarar la guerra a los cuatro monstruos y expulsarlos de la tierra a fin de que no pudieran seguir causando daños. Bajo la dirección de su Rey marcharon hacia el oscuro bosque. Cuando llegaron junto a él, lo rodearon para impedir que los cuatro duendes se escaparan. Sólo un grupito, mandado por el soberano, penetró en la selva dispuesto a capturarlos. Pero los duendes sabían perfectamente qué clase de peligro les amenazaba y lo dispusieron todo para vencer a sus enemigos.

Relámpagoligero tendió sus alambres por todo el bosque y empezó a correr por ellos con las ruedecitas que le servían de pies. Aquí tumbaba a un guerrero, allá aplastaba otro. Pero siempre que alguien intentaba capturarle, desaparecía en un abrir y cerrar de ojos. Los soldados rugían enfurecidos.

De pronto, los que rodeaban el bosque oyeron brotar de entre los árboles la voz del Rey.

—¡Huid todos y que se salve el que pueda! ¡Estamos perdidos!

Pero no era el Rey, sino Hablalejos que había imitado su voz. Al oírla, los guerreros que estaban fuera de bosque huyeron a sus casas. Dentro de la selva sólo quedaron el monarca y sus pocos seguidores. En aquel momento se dirigían hacia una luz que parecía brillar en el horizonte. No sabían que aquella luz era la de las pupilas de Ojosbrillantes, que los atraía al sitio donde el terrible Tosefuego estaba escondido. Apenas llegaron allí los soldados y el Rey, cuando un abrasador huracán los levantó hasta el cielo. Al cabo de mucho rato cayeron al suelo quemados y destrozados. Ni un solo, ni siquiera el Rey, regresó jamás del campo de batalla.

El pueblo lloró mucho la muerte de su soberano y dejó ya de luchar contra los duendes, convencido de que era inútil intentar nada contra ellos.

Pero en aquella tierra vivía un muchacho de cabello rubio y frente muy despejada, cuyo cerebro siempre estaba trabajando. De sus ojos emanaba inteligencia, sabiduría y bondad. Su nombre era Inventor. Un día se presentó a sus conciudadanos y dijo:

—Enviadme solo al bosque, estoy seguro de que derrotaré a los monstruos.

A pesar de su dolor, el pueblo no pudo contener una sonrisa y contestó:

Los duendes nos han causado ya bastantes víctimas. Eres demasiado inteligente y útil para ser enviado a la muerte.

Y sus padres, cuyos corazones se llenaron de tristeza al oírle hablar, dijeron:

—¡Quédate aquí, querido hijo! Tenemos que soportar a esos duendes igual que soportamos los terremotos y el viento, y considerarlos un castigo divino.

Su novia se colgó de su brazo y susurró:

—¡No me abandones, Inventor! ¿Qué nos importan los monstruos? Nosotros queremos ser felices en nuestro hogar, donde nadie nos molestará.

—¡No! —exclamó el joven—. Es una cobardía y una vergüenza aceptar tan resignadamente el mal y la crueldad. Tal vez tú puedas soportarlo, pero yo no. Antes me tiraría desde el campanario más alto para terminar así mi vida, pues prefiero la muerte al deshonor.

Cuando le oyeron hablar y se dieron cuenta de lo firme de su decisión, todos consintieron en que se fuera al bosque. Así, en medio del llanto y las plegarias de todo el pueblo, Inventor emprendió su viaje. Llevó con él un saco lleno de lana muy fina, unos lentes negros, un ovillo de alambre y cuatro cuerdas.

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