Índice
Aunque en esta recopilación se ha tratado de indicar la procedencia de cada cuento, quienes estén familiarizados con el folclore sabrán que, a veces o, mejor dicho, muchas veces, es absolutamente imposible señalar con precisión dónde se originó un relato. En consecuencia, las banderitas rojas del mapa y los nombres de los países y regiones incluidos en el índice deben considerarse como un intento de permitir al lector que se haga una idea de la difusión geográfica de los relatos más que como un esfuerzo por identificar el país de origen concreto de cada cuento.
PRÓLOGO
En realidad no pretendemos decir
que lo que vamos a contar sea cierto, no,
en realidad no lo pretendemos.
Estas palabras, con las que inician sus relatos los narradores de cuentos ashantis, me han parecido una introducción adecuada para una antología como la que tenemos en las manos, puesto que la mayoría de los cuentos han expe - rimentado numerosas metamorfosis en el transcurso de los siglos. Han adquirido adornos y añadidos y, a veces, han desertado de un pueblo o grupo étnico a otro.
Un cuento es un cuento y cualquiera puede contarlo como le dicte su imaginación, su forma de ser y su entorno; y si al cuento le crecen alas y otros se lo apropian, no hay manera de retenerlo a nuestro lado. Cualquier día volverá a nosotros, enriquecido con nuevos detalles y con una nueva voz. Esta característica particular de los cuentos populares queda ilustrada en el colofón tradicional de los narradores ashantis: «Ésta es la historia que he relatado, tanto si es agradable como si no lo es; llevaos una parte a otro lugar y dejad que otra parte vuelva a mí».
Esta antología reúne varios cuentos africanos muy antiguos y los devuelve a través de nuevas voces a los niños de África, después de que hayan realizado largos viajes de muchos siglos por lugares remotos. Es una colección que ofrece un ramillete de relatos entrañables, pequeñas muestras de la valerosa esencia de África, que en muchos casos son también universales por el retrato que hacen de la humanidad, de los animales y de los seres místicos.
Los niños descubrirán de nuevo muchos de sus temas favoritos en los cuentos africanos, o tal vez se encuentren con ellos por primera vez. Tenemos aquí a una astuta criatura que consigue burlarse de todos, incluidos los adversarios de mucho mayor tamaño: los zulúes y los xhosas le llaman Hlakañana, y los vendas, Sankhambi; a la liebre, una pilluela muy ingeniosa; al artero chacal, casi siempre en el papel del truhán; a la hiena (a veces asociada al lobo), que es la perdedora de todas las historias; al león, el jefe de los animales y quien les distribuye regalos; a la serpiente, que inspira miedo y a la vez es el símbolo del poder sanador, combinado a menudo con el poder del agua; hay también hechizos que pueden acarrear la desgracia o conceder la libertad; personas y animales que se metamorfosean; siniestros caníbales que aterrorizan a grandes y pequeños.
La colección incluye asimismo algunos relatos nuevos de distintas regiones de Sudáfrica y del continente con los que se ha querido complementar los antiguos tesoros.
Es mi deseo que la voz del narrador de cuentos nunca muera en África, que todos los niños de África puedan maravillarse con los libros y que nunca pierdan la capacidad de ampliar sus horizontes del mundo con la magia de los relatos.
Una parte de las ganancias obtenidas con este libro se entregará a la Nelson Mandela Children’s Fund.
Para los niños de África,
con todo el afecto de Madiba
EL AVE MÁGICA QUE
HECHIZABA CON SU CANTO
Este cuento de África oriental sobre la inocencia y el poder de los niños fue recogido a comienzos del siglo XX en Benalandia, Tanganica (hoy Tanzania), por el pastor Julius Oelke de la iglesia misionera de Berlín. El ilustrador es Piet Grobler.
Un buen día, una extraña ave llegó a un poblado arropado por los cerros. A partir de entonces, no volvió a haber seguridad. Lo que los aldeanos plantaban en los campos desaparecía por la noche. El número de ovejas, cabras y gallinas menguaba de mañana en mañana. E incluso a plena luz del día, mientras la gente trabajaba en el campo, la gigantesca ave forzaba la entrada de almacenes y graneros y les robaba las provisiones guardadas para el invierno.
Los aldeanos estaban desolados. La desdicha se abatió sobre la comarca y por todas partes se oían lamentos y rechinar de dientes. Nadie, ni el más arrojado héroe de la aldea, logró echar la mano al ave. Era demasiado veloz para ellos. Apenas alcanzaban a entreverla: sólo oían batir sus grandes alas cuando se posaba en la copa del viejo sándalo amarillo, bajo su tupido dosel de follaje.
El jefe de la aldea se mesaba los cabellos desesperado. Un día, después de que el ave diezmara sus rebaños y sus reservas invernales, ordenó a los ancianos que afilaran hachas y machetes y atacaran al ave como un solo hombre.
–Talaremos el árbol, ésa es la solución –dijo.
Con las hachas y los machetes relucientes y cortantes como cuchillas, los ancianos se aproximaron al árbol. Los primeros golpes cayeron con fuerza sobre el tronco y se hundieron profundamente en su carne. El árbol se estremeció, y del denso y enmarañado follaje de la copa emergió la extraña y misteriosa ave. Entonaba una canción dulce como la miel, que caló en el corazón de los hombres al hablarles del pasado que nunca había de volver. Tan portentoso era aquel canto que de las manos de los hombres se fueron desprendiendo uno a uno machetes y hachas. Se postraron los ancianos de rodillas y alzaron los ojos, cargados de añoranza y nostalgia, hacia el ave que cantaba para ellos en todo su deslumbrante y vistoso esplendor.
A los ancianos se les debilitaron los brazos y se les ablandaron los corazones. «Imposible», pensaron, «esta preciosa ave no puede haber causado tantos estragos». Y cuando el encarnado sol se hundió por el oeste, regresaron caminando como sonámbulos y comunicaron al jefe que no harían daño al ave por nada del mundo.