EL
Ayuno,
FUENTE
DE
SALUD
Lee Bueno
Dedicado a todos los creyentes
de nuestras iglesias
que sufren innecesariamente.
C omo médico especializado en la supervisión de ayuno terapéutico, he sido testigo de la potencialidad increíble de autocuración del cuerpo, cuando se satisfacen los requisitos de salud. El ayuno constituye quizá la más poderosa herramienta en el arsenal del cuidado de la salud y, utilizado adecuadamente, es un medio seguro y eficaz para ayudar al cuerpo a recobrar la salud.
Sugiero que las personas busquen asesoramiento adecuado antes de ayunar.
Dr. Alan Goldhamer
L a salud constituye el factor más importante de la vida. La persona más rica invierte su riqueza primero en su salud, y no en un banco que ofrezca los intereses más elevados. La educación, la capacitación y las experiencias de una persona dependen de la medida de salud que disfrute.
Este libro ha surgido de la búsqueda de conocimiento de Lee, y de sus subsiguientes ricas experiencias con el ayuno. Ella escribe desde un corazón que anhela ayudar a millones de personas que sufren en nuestra sociedad enferma. Lee tiene las respuestas que muchos están buscando sinceramente. Este libro es sorprendente e inspirador, y constituye una gran contribución al bienestar de todos los que procuran vivir la vida con la mejor salud, y disfrutarla plenamente.
Costa S. Deir
Doctor en medicina, filosofía y ciencias
M ucho antes que este libro apareciera, tres personas contribuyeron con sus capacidades literarias y suinvestigación a mi manuscrito original: Victoria Bidwell, escritora que tiene su propia editorial, Cecil Murphy, autor de muchos libros, y la Dra. Vivian Vitrano. Asímismo a Eli Benavides quien dio algunos toques finales en la redacción para esta versión en idioma español. También quiero expresar mi gratitud a quienes me ayudaron, alentaron y asesoraron con información y consejos. Son demasiados para poder mencionarlos individualmente.
La versión original en inglés no se hubiera publicado sin la colaboración de Debra Petrosky, mi editora en Whitaker House. Aprecio su paciencia y su deseo de comprender bien el tema. Su capacidad como escritora ha hecho amena la lectura de este libro.
Una palabra especial de gratitud para nuestro hijo Chris, que contribuyó con algunas ideas útiles, y para nuestra hija Kim Hoskins, que me dio un ejemplo de perfecta vitalidad física y emocional, con un ayuno de diez días. Dedico también estas lineas a mi padre, de más de ochenta años, quien está disfrutando de ver al fin el libro de su hija en la imprenta.
A mi finado esposo Elmer, acerca de quien leerán en mi libro. Nuestros extensos y numerosos debates produjeron el aliento que necesitaba para terminar este proyecto, que comencé con entusiasmo hace más de ocho años. Su amor y apoyo desinteresado, junto con algunas ideas que me permitió “robarle”, me dieron la inspiración que necesitaba. ¡Él era un hombre único!
U sted tiene en sus manos un volumen lleno de secretos emocionantes. Secretos de juventud, de buena salud, de sanidad y de victorias espirituales. ¡Cuánto necesitan conocer estas verdades en nuestro país y en nuestras iglesias!
¿Cómo fue que quedé intrigada por el ayuno? Como esposa de un ministro consagrado, quedé perpleja por los problemas al parecer insolubles de otras personas. La Biblia cuenta la intervención de Dios en los casos de Moisés, de Ester, de Nehemías, de Esdras, de Daniel, de Josafat y de muchos otros que oraron y ayunaron. Los grandes hombres de Dios que transformaron naciones — como Lutero, Wesley, Calvino, Finney, Knox y otros — fueron personas que ayunaron y oraron.
Pero ¿por qué ayunar? ¿Sería acaso un tipo de huelga de hambre para lograr que el Señor nos prestara atención? ¿Serviría para torcerle el brazo de Dios? No. El ayuno intensifica la oración. Una persona que ora y ayuna está informando al cielo que su pedido va en serio. La oración con ayuno constituye el catalizador que transforma lo imposible en victoria.
Comprendiendo que no podía pretender tener poder sobre los poderes satánicos, si no tenía poder sobre mi propio apetito, me embarqué en mi primer ayuno a mediados de la década de los años sesenta. A media tarde estaba postrada con un terrible dolor de cabeza, y vomitando. De buena gana coincidía con mi familia en que el ayuno no es para todos, y que sin duda no era para mí. Un pastor amigo me consoló, diciendo: “Algunas personas oran mejor con el estómago lleno.”
Jesús dijo en el Sermón del Monte “cuando ayunes …”, no “si ayunas …” Luego de algunos endebles intentos y fracasos, un día anuncié: “¡Voy a ayunar! Por favor, ¡no me detengan!” Pensé, al igual que Ester, que “si perezco, que perezca”.
Durante un par de días practiqué lo que llamaba la “negación del yo”, consumiendo caldo, galletitas, té ligero y luego sólo agua. No gozaba de buena salud. Durante mi ayuno experimenté náuseas, dolores de cabeza, debilidad, calambres y hambre. Pero para el tercero o cuarto día, me sentía maravillosamente bien. Disfruté mucho del agua pura. Mi cuerpo se estaba limpiando; las toxinas estaban desapareciendo y mi estómago estaba descansando.
Isaías 58 se volvió parte de mi lectura bíblica diaria mientras ayunaba. Los versículos 6 al 12 contenían más promesas de bendiciones que cualquier otro pasaje de la Biblia. No sólo había victorias espirituales; no me había dado cuenta de cuán sana, joven y delgada podía llegar a ser.
El ayuno pasó a ser una parte normal de mi vida. Al principio de cada estación del año, ayunaba diez, catorce o veintiún días, un fin de semana cada mes, y dos días cada semana. Desde el punto de vista espiritual, presencié milagros que estaban más allá de mis sueños más descabellados. Personas liberadas de las drogas y del alcohol, una mujer loca dada de baja de una institución psiquiátrica, un hombre sanado de cáncer, matrimonios restaurados, hijos rebeldes reconciliados con sus padres, enfermedades incurables sanadas y, en 1973, una mujer resucitada de entre los muertos.
Estoy tan agradecida de que Lee Bueno nos esté haciendo recordar una maravillosa verdad que ha estado escondida en la Biblia por más de dos mil años. Si usted nunca ha ayunado antes, el libro de Lee lo iniciará en una emocionante aventura física y espiritual.
Pauline Harthern
Esposa de pastor, maestra en Biblia,
y ex colaboradora de la revista Carisma.
E se lunes por la mañana, definitivamente no estaba en mi lugar favorito, ni en mi posición favorita. Con mi cuerpo tan tenso como una soga estirada, traté de acomodarme en la curvatura de un bien estacionado sillón de dentista de cuero negro. Mis manos se aferraron a los brazos del sillón hasta que palidecieron mis articulaciones. Estaba angustiada. La doctora García me había inyectado cuatro dosis de novocaína, y no se atrevía a darme más.
Mientras taladraba el diente, el dolor aún me atravesaba el lado izquierdo de la mandíbula y penetraba en mi cuello. Todo eso continuó por dos horas. Al fin la doctora García terminó su labor. Luego de fijar una cita para regresar a su oficina en Tijuana, México, regresé a nuestro hogar en el sur de California.
Durante mi viaje de regreso, el adormecimiento provocado por la novocaína en la mandíbula, en los labios y en el lado izquierdo de la nariz, gradualmente comenzó a ceder. Durante años, no había podido morder normalmente en ese lado de la boca. La dentista había realizado su mejor esfuerzo para salvar el tan cariado diente. Pronto sabría si había tenido éxito.