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Primera edición: abril 2019
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Traducción y edición en español por LM Editorial Services | lydia@lmeditorial.com, en colaboración con Belmonte Traductores y Carmen Caraballo.
ISBN: 978-1-5460-3595-4 / E-ISBN: 978-1-5460-3594-7
E3-20190312-JV-NF-ORI
Solamente a través de la experiencia de la prueba y el sufrimiento se puede fortalecer el alma, inspirar la ambición y lograr el éxito.
—Helen Keller
“P api, necesito decirte algo”.
Ningún padre quiere oír esas palabras de su hija adolescente con la voz temblorosa con que nuestra hija menor, Sarah, nos habló a mí y a su madre. Sentados en el balcón del frente, mi esposa Serita y yo miramos a nuestra hija menor, y contuvimos el aliento en anticipación a lo que ella estaba a punto de revelarnos. El tiempo se detuvo cuando la tarde desplegó sus sombras sobre el cielo tejano, y una ligera brisa sopló el aroma de la madreselva. Sabía que mi hija estaba a punto de revelar algo de enorme magnitud.
“Yo… ¡estoy embarazada!”.
Las lágrimas que ella había estado luchando para contener estallaron una represa de emoción mientras nuestra niña se inclinaba para abrazarnos. A medida que sus sollozos se calmaban, Sarah procedió a compartir con nosotros los eventos relacionados con su condición, un secreto que había estado escondiendo durante varios meses. La fortaleza en su alma superó sus trece años, ya que convocó a cada fibra de su ser para revelar el miedo, la agitación y la emoción que atravesaban su joven corazón. Aturdido por no decir más, no podía creer la valentía que había tenido para confiarnos algo tan importante.
Mientras Sarah lloraba en mis brazos, sentí todo el peso del dolor y la angustia que ella llevaba durante esos meses antes de que finalmente se desahogara. Como padre, usted está llamado a soportar las cargas de sus hijos que son demasiado pesadas para ellos, e incluso usted desea llevar las más livianas para facilitar sus interacciones con el mundo y todo lo que la vida les arroja. Las lágrimas de mi hija empaparon mi camisa mientras acariciaba su cabello. Su llanto me transfirió su preocupación y dolor, y sentí el creciente alivio en su corazón cuando comenzó a darse cuenta de que no estaba sola.
Pronto las palabras no eran necesarias, y los tres nos sentamos juntos con un coro de cigarras como único sonido. Las lágrimas brotaron de nuestros propios ojos y me encontré divagando en mi mente. El amor y la preocupación que siempre he tenido por mi hija estaban presentes en ese momento, mientras absorbía la noticia de que pronto sería abuelo. Sin embargo, a pesar de lo agridulce de tal noticia, un dolor punzante persistió profundamente en mi corazón destrozado. Pues verá, solo unos meses antes, mi madre había fallecido como resultado de la enfermedad de Alzheimer.
Uno de los pilares de mi vida acababa de morir, y todavía la estaba llorando. Observar la mente de la mujer que le crió, le alentó, le castigó y le alimentó desaparecer poco a poco es un tormento que no le deseo a nadie. Aparte de mantenerla lo más cómoda posible, no había nada que mi hermano, mi hermana o yo pudiéramos hacer. Me sentía impotente para ayudar a mi madre a conservar incluso las habilidades más simples de la vida, como bañarse y vestirse e incluso tragar.
La herida en mi corazón por la muerte de mi madre todavía estaba en carne viva, mientras escuchaba la confesión de mi hija. Luché por entender el momento, por no hablar de los últimos meses. Como si la muerte de mi madre no fuera suficiente, el enemigo de mi alma parecía burlarse de mí por la incapacidad de proteger a mi propia hija de los caminos del mundo. Una vez más, me sentí aplastado por circunstancias que nunca vi venir.
Sé que debe sonar egoísta, pero en ese momento no podía ignorar la batalla dentro de mí cuando las preguntas y las acusaciones pasaban por mi mente:
¡Eres un padre terrible!
¿Dónde está tu Dios ahora?
Eres un pastor que pastoreas a otros, y ¿ni siquiera puedes cuidar a tu propia hija?
Inspiras y alientas a tanta gente, pero ¿cómo vas a hacerlo ahora? No pudiste proteger a tu madre y mírate: ¡fracasaste en proteger a tu propia hija!
¿No nos dimos Serita y yo cuenta de algo? ¿No hemos tratado de ser buenos padres? ¿Qué pudiera haber hecho diferente?
Todo se estaba desmoronando.