Aron Ralston - Entre la espada y la pared
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- Libro:Entre la espada y la pared
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2004
- Índice:4 / 5
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Entre la espada y la pared: resumen, descripción y anotación
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«El tiempo geológico incluye el presente».
Éste es el lugar más hermoso del mundo.
Hay muchos sitios así. Todo hombre, toda mujer, lleva en la mente y en el corazón la imagen de un lugar ideal, conocido o desconocido, real o inventado… La capacidad del ser humano para experimentar el instinto de volver a casa no conoce límites. Teólogos, pilotos e incluso astronautas han sentido la llamada del hogar allá en lo alto, en medio de la negra y fría inmensidad del espacio interestelar.
Yo me quedo con Moab (Utah). No me refiero al pueblo en sí, claro, sino al paisaje que lo rodea: los cañones, el desierto de relucientes peñascos pulidos por el viento; el polvo rojizo, los precipicios abrasados por el sol y el solitario cielo que se encuentran más allá de donde terminan los caminos.
EDWARD ABBEY, Desert Solitaire
Blancas estelas deshilachadas surcan otro cielo del color intenso de las plumas del azulejo bajo el que se extiende la roja meseta desértica y me pregunto cuántos días de sol abrasador habrán conocido estas tierras desoladas desde su creación. Es sábado por la mañana, 26 de abril de 2003, y pedaleo en mountain-bike por un camino arañado en la tierra del extremo suroriental del condado de Emery, en la parte oriental del centro del estado de Utah. Hace una hora que dejé la camioneta pick-up en el aparcamiento que hay al principio del sendero del cañón de la Herradura, la solitaria ventana geográfica por la que se entra al Parque Nacional de Canyonlands, a menos de treinta kilómetros al noroeste del legendario distrito Maze, a poco más de sesenta kilómetros al sureste del imponente perfil dentado del anticlinal de San Rafael y aproximadamente a unos treinta al oeste del río Green y unos sesenta al sur de la interestatal I-70 , auténtico corredor del comercio y las últimas oportunidades (PRÓXIMA ÁREA DE SERVICIO 180 KILÓMETROS). Un viento impetuoso sopla con fuerza desde el sur, hacia donde me dirijo, recorriendo el inmenso espacio abierto de las mesetas que se extienden a lo largo de los más de 150 kilómetros que separan las cumbres nevadas de las montañas Henry, al suroeste (la última cadena montañosa de los Estados Unidos que se exploró, se le puso nombre y se hizo el mapa) y las montañas La Sal, al este. El fuerte viento me obliga a reducir la velocidad a la que avanzo a niveles desesperantes —voy en llano, pero con la marcha más baja y pedaleando con todas mis fuerzas a duras penas consigo avanzar—, pero ahora, además, arrastra ráfagas de arena parduzca hacia el camino lleno de baches y ya ha habido tres ocasiones en las que he tenido que bajarme e ir a pie junto a la bici para atravesar montículos de arena demasiado grandes para pasar por encima en dos ruedas.
Me resultaría mucho más fácil avanzar si no llevara esta mochila tan pesada a la espalda. Por lo general no andaría subido en la bici cargando con más de diez kilos de equipo y provisiones, pero esta vez estoy haciendo un circuito de unos cincuenta kilómetros de bici y barranquismo (voy a cruzar por el fondo de un intrincado sistema de cañones muy profundos) que me va a llevar casi todo el día. Además de los cuatro litros de agua que llevo entre la bolsa de hidratación de la marca CamelBak de boca ancha de un litro, en la mochila tengo cinco chocolatinas, dos burritos y una magdalena de chocolate metidos en una bolsa de plástico de supermercado. He traído suficiente comida como para aguantar todo el día, pero para cuando esté de vuelta en la camioneta seguro que tendré hambre.
Lo que más pesa es el equipo completo de rápel. En la mochila también he añadido la linterna de cabeza, los cascos, varios cedés de Phish y el reproductor para escucharlos, pilas AA de repuesto y las dos cámaras, la de fotos digital y la de vídeo mini, también digital, con sus correspondientes pilas, las dos bien protegidas en sendas bolsas de tela.
Al final son muchas cosas, pero creo que todo es necesario, hasta las cámaras y demás. Me gusta hacer fotos de los colores y las formas increíbles que te encuentras en las profundidades laberínticas de estrechísimas chimeneas y el arte rupestre que se conserva en los abrigos naturales. El recorrido de hoy tiene el aliciente adicional de pasar por cuatro yacimientos arqueológicos del cañón de la Herradura con cientos de petroglifos y pictografías. El Congreso de los Estados Unidos incluyó este cañón aislado en el Parque Nacional contiguo de Canyonlands precisamente para proteger las pinturas y los grabados de 5000 años de antigüedad encontrados a lo largo del curso del arroyo llamado Barrier Creek, que discurre por el fondo del cañón de la Herradura: un verdadero testimonio silencioso de la presencia ancestral del hombre en la zona. La Great Gallery es una auténtica galería de arte, con decenas de imágenes escalonadas de superhombres de dos metros y medio o incluso tres metros de alto que se ciernen sobre grupos de animales no del todo definidos, dominando a fieras y espectadores por igual con sus esbeltos cuerpos oscuros, anchos hombros y miradas inquietantes. Estas maravillosas apariciones gigantescas son el ejemplo más antiguo y mejor conservado de este tipo de arte rupestre en todo el mundo, un exponente tan fundamental del mismo que los arqueólogos han bautizado el diseño artístico contundente y un tanto siniestro de sus creadores como el «estilo de Barrier Creek». No hay registros escritos que puedan ayudarnos a descifrar qué se proponía expresar el artista, pero unas cuantas figuras parecen cazadores con lanzas y palos, mientras que la gran mayoría no tienen piernas ni brazos pero sí cuernos y dan la impresión de estar suspendidos en el aire, como los demonios de las pesadillas. Sea cual sea el significado que el autor quiso darles, estas formas misteriosas impactan por su capacidad de expresar una verdadera declaración de ego a través de los milenios y obligan al observador moderno a enfrentarse con el hecho de que estas pinturas han sobrevivido mucho más y se conservan en mejor estado que todas las obras de arte de Occidente a excepción de algunos de los más antiguos artefactos de oro, con lo cual cabe preguntarse: en 5000 años, ¿qué quedará de las tan avanzadas sociedades actuales? Seguramente el arte no, y tampoco el menor vestigio de las fabulosas cantidades de tiempo para el ocio de que disfrutamos (aunque sólo sea porque la mayoría de nosotros malgastamos ese privilegio sentados frente al televisor).
Como preveo que en el cañón habrá barro y charcos, llevo puestas unas deportivas viejas de correr y calcetines gruesos de lana mezclada, lo que hace que ahora —mientras pedaleo con todas mis fuerzas— me suden los pies tan bien abrigados. También me sudan las piernas embutidas en las mallas cortas de lycra especiales para hacer bicicleta que llevo debajo de los pantalones cortos de nailon color beis. Pese al acolchado doble, el sillín me está moliendo las posaderas. En cuanto a la parte de arriba, me he puesto una de mis camisetas favoritas de Phish y una gorra de béisbol azul. El chubasquero lo he dejado en la pick-up: va a hacer calor y no tiene pinta de ir a llover, tendré un tiempo parecido al de ayer, que me hice en bicicleta los casi veinte kilómetros del recorrido completo del sendero de Slick Rock, al este de Moab. Si amenazara lluvia, una chimenea sería el último sitio del planeta adonde iría, con o sin chubasquero.
Me encanta ir ligero de equipaje y he aprendido a hacer más con menos y así poder llegar más lejos en un determinado espacio de tiempo. Ayer, sólo me llevé la CamelBak pequeña, un par de herramientas para la bici y las cámaras, apenas 4,5 kilos para el recorrido completo; y por la tarde prescindí del equipo de la bici y recorrí a pie ocho kilómetros de ida y vuelta para visitar un arco natural cerca del valle Castle, cargando únicamente con 2 kilos y medio de agua y las cámaras. El día anterior, jueves, me había ido con mi amigo de Aspen, Brad Yule, a escalar y esquiar en el monte Sopris, una de las montañas reinas del oeste de Colorado, con sus 3952 metros de altitud; en esa ocasión sí que metí algo de ropa extra y el equipo de rescate en caso de avalanchas, pero aún así no llegué a los 7 kilos.
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