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Valérie Tasso - Diario de una ninfómana

Aquí puedes leer online Valérie Tasso - Diario de una ninfómana texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2003, Editor: ePubLibre, Género: No ficción. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Valérie Tasso Diario de una ninfómana
  • Libro:
    Diario de una ninfómana
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2003
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Diario de una ninfómana: resumen, descripción y anotación

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Luz

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Perdí mi virginidad un 17 de julio de 1984, a las 02.46.50 de la madrugada. A los quince años, un momento así no se puede olvidar nunca.

Pasó durante unas vacaciones en la casa de la abuela de mi amiga Emma, en un pueblo de montaña.

Enseguida me encantó aquel lugar, que olía a eternidad, y el grupo de chicos con quien salíamos. Pero sólo uno me había llamado la atención: Edouard.

La casa de la abuela tenía un jardín precioso y estaba situada justo al lado de un pequeño río que daba frescura al ambiente veraniego. Enfrente había un campo con hierba de más de un metro de altura, propia de los lugares donde suele llover mucho. Emma y yo pasábamos tardes enteras escondidas allí, acostadas, charlando con los chicos, y aplastando la hierba con el peso de nuestros cuerpos, hinchados por la pubertad. Por la noche, escalábamos los muros de la casa para volver a juntarnos con los chicos y flirtear.

Nunca le dije nada a Emma de lo sucedido. Una noche, Edouard me llevó a su casa. Me acuerdo que no sentí nada, sólo una inmensa vergüenza por no haber sangrado, a la vez que esa extraña sensación de haberme hecho pipí en la cama. Me fui de su casa camuflada por el ruido de la cadena del baño, de la que había tirado para disimular mis pasos en la escalera.

A Edouard le volví a ver once años más tarde, en París, en una conferencia organizada en un hotel. Nos encerramos en el baño de caballeros, intentando vivir de nuevo esa pulsión que habíamos sentido más de una década antes, quizá por miedo a crecer o por nostalgia. Pero ya no era lo mismo y, una vez más, el ruido de la cadena del baño público anunció mi salida, esta vez para siempre, de su vida.

Después de mi primera vez, llegó el sentimiento de culpabilidad, que intenté olvidar o al menos mitigar repitiendo la experiencia hasta cumplir la mayoría de edad. No porque tuviera muchos deseos prematuros, sino más bien porque quería experimentar, por pura curiosidad.

Al principio, achaqué esos impulsos a que la Madre Naturaleza me había dotado de una sensibilidad especial, a la cual respondía con el cuerpo. Hasta que me inscribí en la universidad a finales de la década de los ochenta.

Durante esos años de estudios, estaba más concentrada en mi carrera que en pensar en los chicos. Quería ser diplomático. Al final, tuve que cambiar mi orientación universitaria, y me licencié en Empresariales y Lenguas Extranjeras Aplicadas, sin demasiados esfuerzos.

Mi familia me inculcó las buenas maneras, el saber estar y una educación bastante tradicional, todo impregnado por una falta de comunicación que me hizo interiorizar cada vez más mis sentimientos. Una chica bien como yo no podía comentar a sus padres que se había iniciado tan joven en la vida.

En mi último año de carrera, reinicié mi actividad sexual. Me había dado cuenta de que tenía algo especial que atraía a tipos de mi misma condición. Yo era una hechicera y me puse a buscar a Merlines encantadores en todos los rincones de la ciudad, gente con chispa, amantes, cuyas pequeñas venas marcándose bajo la piel tenían siempre algo sexy. Hombres en los que pudiese sentir el pulso de sus muñecas. Seres capaces de oír el bolígrafo sobre el papel y de emocionarse ante la amplitud de una mancha de tinta en una hoja blanca. Varones que veían, como yo, las partículas que componen el aire, y podían percibir sus diferentes colores. Gente a quien el olor del baño obstruido en una discoteca a las cuatro de la mañana le hacía recordar la fragilidad del ser humano.

Gente que me hacia sentir viva.

Sé que, en el fondo, esa búsqueda era la manifestación de una terrible enfermedad: el silencio, la soledad, la falta de comunicación. Por ello, decidí plasmar mis experiencias en un diario. Era la única forma de entregarme y comunicar. Ya lo había intentado varias veces, de la manera más natural: utilizando el lenguaje; pero era muy torpe porque mis palabras siempre salían sin la debida consciencia de lo que iba a decir. ¡Algo imposible y un mal comienzo para un diplomático!

Mi comunicación verdadera empezó con el cuerpo, el movimiento de las caderas, la mirada. Cuando obtuve un «sí» por mojar mis labios con la lengua, o por una mirada, y un «no» por cruzar las manos, entonces comprendí.

A algunos hombres les encanta, mientras hacen el amor, que una hable. Nunca lo he sabido hacer muy bien y eso me ha valido muchos disgustos. Algunos han desaparecido después de la primera cita, reconociendo que era, de todas formas, una buena amante; pero les faltaba la comunicación.

—¿Qué sabes tú de comunicación? —les decía yo, haciéndoles salir y dándoles un portazo en plena nariz.

Comprendí que la gente tiene necesidad de poner nombres a las cosas, de simplificarlas con palabras, pensando así, equivocadamente, que las puede comprender. Yo, en cambio, me puse a comunicar cada vez menos con las palabras, y más con el cuerpo.

Si queréis ponerme un nombre, ¡adelante! ¡No me importa! Pero sabed que lo que soy en realidad es una ninfa. Una nereida, una dríada. Una ninfa, sencillamente.

11 de junio de 1997

Bigudí está dando vueltas por el piso, reconociendo su nuevo hogar. Mami ha muerto. Un infarto, a su avanzada edad, se la ha llevado, y no ha habido manera de salvarla. Siento que he perdido una parte de mí, justo cuando se estaba estableciendo algo muy bonito entre ella y yo. Y se ha ido sin poder recibir mi postal de Perú. Siento que la vida está siendo muy injusta y no logro dejar de pensar en si he hecho algo malo para merecer este palo. La muerte es horrible no para los que se van, sino para los que se quedan.

El plástico es fantástico
15 de septiembre de 1999

La Barbie no habla, no opina, no sonríe, no mira. La Barbie sólo se toca el pelo. Pasa horas y horas tocándose el pelo. Aparece David, el cliente australiano, con quien estuve la primera noche que conocí a Angelika. Ha venido a la casa porque ha salido de marcha con sus amigos y, luego, tras el cierre de todas las discotecas de la ciudad y sin ganas de volver solo a su casa, ha decidido darse un poco de alegría al cuerpo.

Nunca ha estado con la Barbie, porque cada vez que ha llamado, ella nunca estaba disponible. Pero esta noche, sí. Y la Barbie se presenta ante David, con el pelo alisadísimo de tantas horas acariciándoselo delante del espejo. Él la elige enseguida.

—Me da morbo —le confiesa a Angelika—. ¡Tiene un pecho gordísimo!

Y la Barbie desaparece con él en la suite, toda orgullosa.

Al cabo de unos diez minutos, sale ella corriendo, en pelota picada, llena de lágrimas. Al verla aparecer así, sin esperárnoslo, nos quedamos todas boquiabiertas. Como la curiosidad por lo que les pasa a cada una de las chicas es lo que da vida a la casa, todas le preguntamos acerca de lo que ha sucedido. ¿Le ha hecho daño el cliente? Lo dudo sinceramente, porque David ha demostrado ser siempre una persona cariñosa, al menos cuando yo he estado con él. ¿Ha cambiado de idea y ha tenido miedo de ahogarse entre sus dos tetas? ¿Le ha hecho la Barbie una cubana y le ha aplastado sin querer su miembro de tanta silicona? Tantos misterios por descubrir… El ambiente en la casa esta noche es desde luego animadísimo.

A los pocos segundos de salir la Barbie de la suite, aparece el cliente gritando que le devuelvan el dinero.

—¡Esa mujer no es una mujer! —grita David—. ¡Es un travestí, un travestí!

Está furioso.

—¿Pero qué dices, David? —refuta Angelika—. No es un travestí. Es una mujer de verdad. Te lo aseguro.

—Te digo que es un travestí operado. Además tiene las tetas durísimas, ¡como piedras! ¡Qué asco! Seguro que se ha cambiado de sexo.

—¡Hombre!, operada sí que está. Pero del pecho, nada más. Te aseguro, David, que Sara es una mujer.

—Es un travestí. ¡Devuélveme el dinero ahora mismo!

—Pero…

Angelika está intentando convencerle pero no hay manera. David no quiere ceder y la Barbie se pone a insultarle y, luego, a llorar como una loca.

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