Jessica Hart.
Paraíso Tropical
Título original: Her Boss's Baby Plan
MARTHA miró su reloj: Eran las cuatro menos veinte. ¿Cuánto tiempo más la haría esperar Lewis Mansfield?
Su secretaria lo había disculpado cuando llegó a las tres, la hora acordada. Le dijo que el señor Mansfield estaba muy ocupado. Martha sabía lo que significaba estar ocupado, pero en su situación no podía dar media vuelta e irse. Lewis Mansfield era la única oportunidad que tenía de ir a San Buenaventura, así que no le quedaba más remedio que esperar.
Confiaba en que se diera prisa. Noah se había despertado y estaba inquieto en su cochecito. Martha lo tomó en brazos y se acercó a mirar las fotografías en blanco y negro que colgaban de las paredes. No mostraban nada interesante: una carretera en medio de un desierto, una pista de aterrizaje, un puerto, otra carretera, esta vez con un túnel, un puente… Eran buenas fotos, pero Martha las prefería con algo de vida. Si al menos apareciera una persona, eso daría un sentido de la proporción a las estructuras. Una modelo en medio de…
– No puedo seguir pensando como una editora de moda -le dijo en voz baja a Noah-. Será mejor que cambie, ¿no? Ahora tengo una nueva profesión.
¿Ser niñera durante seis meses era una profesión? desde luego, no era la idea que tenía en mente cuando acabó la universidad. Martha recordó su apasionante trabajo en Glitz y suspiró. Ser niñera no era precisamente deslumbrante.
Noah, de ocho meses, golpeó suavemente su frente contra el rostro de Martha y ella lo abrazó. Él estaba por encima de cualquier trabajo, por muy interesante que fuera.
Por fin, la puerta del despacho de Lewis Mansfield se abrió y apareció la secretaria.
– Lewis la recibirá ahora. Siento que haya tenido que esperar tanto -se disculpó y miró a Noah-. ¿Quiere que me quede con él?
– Gracias, pero ahora que se ha despertado, será mejor que esté conmigo -contestó-. ¿Puedo dejar el cochecito del bebé aquí?
– Claro -dijo la secretaria y bajando la voz, le advirtió-: Hoy no está de buen humor.
– Quizá se anime cuando descubra que yo soy la respuesta a sus oraciones -bromeó Martha. La secretaria le devolvió una fría sonrisa.
– ¡Buena suerte!
Tras la puerta cerrada, Lewis revolvía los papeles de su mesa mientras esperaba a Martha, malhumorado. Había tenido un día horrible. Savannah se había presentado muy temprano en su casa en un estado lamentable, perseguida por numerosos reporteros deseosos de conocer todos los detalles del último episodio de su larga y tormentosa relación con Van Valerian.
Más tarde, tras conseguir tranquilizar a su hermana, había tenido que atravesar la nube de paparazzi que se encontraba apostada a la puerta de su casa. Había tardado más de lo habitual en llegar al trabajo debido al intenso tráfico y no habían parado de surgir problemas, uno tras otro, que había tenido que resolver con urgencia. Para acabar de arreglar las cosas, la niñera había aparecido a mediodía diciendo que su madre había sido ingresada en un hospital, dejando a Viola a su cargo hasta la noche.
«Al menos Viola se está portando bien», pensó Lewis, y miró hacia el rincón donde dormía plácidamente en su cochecito.
Tenía que aprovechar al máximo lo que quedaba de día. Le hubiera gustado no tener que recibir a Martha Shaw, pero Gilí había insistido tanto en que su amiga era la persona perfecta para cuidar a Viola, que no había tenido otra opción que acceder.
Pero Lewis no estaba tan seguro. Gilí era una amiga de Savannah y trabajaba en una prestigiosa revista. No podía imaginársela amiga de una niñera, y menos aún de la niñera tranquila, sensible y seria que él necesitaba.
La puerta se abrió.
– Martha Shaw -anunció su secretaria, y dejó paso a una mujer estilosa, precisamente del tipo que menos deseaba ver en aquel momento.
«Tenía que haberlo sospechado», pensó con amargura al ver lo atractiva que era. Tenía una bonita melena morena y una amplia sonrisa, pero era demasiado delgada. Se la veía frágil, como si se fuera a romper en dos, y a Lewis eso no le gustaba.
No parecía una niñera seria y sosegada. Martha Shaw transmitía nerviosismo. Estaba tensa y sus grandes ojos marrones se veían cansados. Además, no venía sola.
– ¿Eso es un bebé? -dijo Lewis sin ni tan siquiera molestarse en saludar.
Martha observó como miraba a Noah, que no dejaba de chuparse el dedo mientras con sus grandes ojos azules curioseaba a su alrededor. Estaba claro que no se le escapaba un detalle a Lewis Mansfield, pero sus modales dejaban mucho que desear.
– Eso parece -contestó divertida.
– ¿Qué está haciendo aquí?
Su alegría se topó con el gesto malhumorado de Lewis. No sólo era un maleducado, sino que además carecía de sentido del humor. Sintió que el corazón se le encogía. Aquel no era un buen comienzo para la entrevista.
– Este es Noah -dijo con su mejor sonrisa, en un intento de suavizar las cosas.
No recibió respuesta. Lewis Mansfield era la seriedad personificada. Era alto y fuerte, con un rostro serio y anguloso y unos ojos reservados. Era difícil creer que tuviera algo que ver con la glamurosa Savannah Mansfield, toda una celebridad famosa por su estilo de vida y su inestable forma de ser.
Gilí la tenía que haber informado mejor. Le había comentado que, aunque Lewis podía parecer grosero, en el fondo era encantador.
– Seguro que os llevaréis muy bien -le había dicho.
Por el modo en que la miraba, Martha lo dudó. Se entretuvo estudiando el rostro de Lewis a la espera de que se disculpara por la larga espera o al menos que la invitara a sentarse. Tenía unas cejas muy oscuras y espesas que casi se unían sobre su nariz, lo que le daba un aspecto de enfado permanente. Buscó alguna señal de simpatía en sus ojos o en su boca, pero no tuvo suerte. Estaba enfadado y malhumorado. ¿Aquel hombre encantador? Desde luego que no.
Consciente de que no recibiría disculpa alguna, no estaba dispuesta a seguir perdiendo el tiempo, así que decidió ser ella la que rompiera aquel silencio.
– Se porta muy bien -dijo acariciando el pelo de Noah. Y cruzando los dedos, añadió-: No causará ningún problema.
– Ya he oído eso antes de otras mujeres que me han entregado a su bebé y luego se han marchado, dejándome solo con la responsabilidad de cuidarlo -protestó Lewis, y se levantó de su mesa.
Aquello no iba bien. Martha suspiró. Gilí le había dicho que Lewis Mansfield era ingeniero y que dirigía su propia compañía. Además se estaba ocupando de cuidar al hijo de su hermana. No le había dicho claramente que él estuviera desesperado, pero Martha se había imaginado que así sería. Sin embargo, bastaba una mirada a Lewis Mansfield para comprender que en absoluto estaba desesperado.
Pensó en San Buenaventura y esbozó una sonrisa. Ese era su motivo para estar allí.
Decidió sentarse en uno de los sofás de cuero negro, sin esperar a que se lo ofreciera. Noah pesaba mucho y estaba cansada.
Colocó a Noah junto a ella, haciendo caso omiso a la cara de horror de Lewis. Pero, ¿qué pensaba que Noah podía hacer a su sofá? ¿Llenarlo de babas? Tan sólo tenía ocho meses.
– Gilí me ha dicho que lleva unos meses cuidando al bebé de su hermana. Que se marcha una temporada a una isla del Océano índico con la niña y necesita a alguien que le ayude a cuidarla. Gilí sugirió que yo podría hacerme cargo de ella y así evitarle problemas durante su viaje.
– Es cierto que necesito una niñera -reconoció Lewis-. Savannah, mi hermana, está pasando una mala época. Se le hace difícil cuidar del bebé y más ahora que quiere ingresar en una clínica para recuperarse -añadió, como si Martha no estuviera al tanto de la azarosa vida sentimental y del actual divorcio de su hermana, del que informaban al detalle las páginas de
Página siguiente