Jennifer Greene
Un regalo sorpresa
Un regalo sorpresa (1996)
Antología Cuentos de Navidad 1996
Título Original: Twelfth night (1995)
Laura Stanley estaba secándose las manos en un trapo de la cocina cuando oyó un golpe en la puerta. Eran más de las once.
Fue a la puerta y abrió. Cuando vio al hombre que había de pie, se llevó la mano al corazón.
– ¡Santa Claus! ¿Qué haces en la calle? Es Nochebuena, por el amor de Dios. ¡Se supone que tienes que estar entregando regalos!
– Lo estoy haciendo. Ésta es mi parada más crítica.
Laura inclinó la cabeza y miró suspicaz al recién llegado.
– No sé si debería dejarte entrar. ¿Tienes alguna credencial? A mí me parece que tienes pinta de ladronzuelo, y no veo ningún reno ahí fuera.
Laura miró detrás de él. El coche deportivo negro aparcado frente a su casa no tenía nada que ver con un reno y un trineo, aunque el intruso llevaba un auténtico sombrero rojo de Santa Claus y un voluminoso saco echado al hombro. Pero la cazadora de cuero tampoco tenía que ver con el atuendo de Santa Claus, e incluso en las sombras del porche, Laura podía ver que el tipo era fuerte y elegante. No había barriga, mejillas regordetas ni barba blanca. El pelo le llegaba al cuello y era negro. En lugar de inocentes ojos azules, los suyos eran oscuros e impenetrables.
– Traigo regalos, pero tienes que dejarme entrar para sacarlos.
– ¿Crees que puedes sobornarme con regalos?
– No, claro que no. Pero si quieres credenciales tengo que sacar los regalos para mostrártelas. Y no quiero sacar los regalos aquí, en la nieve. O sea que si me dejas entrar sólo durante un par de segundos…
Laura odiaba ceder a una estafa tan clara. Pero se había levantado un viento helado y caían copos de nieve. Su conciencia no sobreviviría si ese hombre se quedaba helado en su porche. Así que se cruzó de brazos y lo dejó entrar.
El se quitó los zapatos de cuero en la puerta, pasó y dejó la bolsa en una silla, actuando como si conociera la casa.
Ella cerró la puerta sin dejar de mirarlo. Él se quitó en seguida el sombrero de Santa Claus y la cazadora de cuero. Dejó todo eso también en la silla, respiró profundamente y miró alrededor.
La única iluminación en el diminuto salón era la de las velas y las luces del árbol de Navidad.
El árbol estaba alegremente decorado y debajo había regalos. Las velas llenaban toda la repisa de la chimenea. El brillo de la decoración navideña lo llenaba todo, y los tonos rojos y verdes contrastaban con la original decoración azul.
La habitación abarrotada no pareció molestarlo. Nunca había visto antes esa casa adornada para Navidad, pero movió la cabeza como si el lío y la confusión fueran exactamente lo que había esperado. Se acercó al árbol y enderezó el ángel en la punta.
Luego se acercó a ella y sus ojos se encontraron.
– Ven aquí.
– ¿Yo?
– ¿Hay alguna otra morena de pelo rizado con ojos castaños en la casa que se llame Laura Stanley?
– No, sólo yo.
– Pues ven aquí y te daré una de esas credenciales que me habías pedido.
Ella lo hizo, con cuidado. Él no pegaba en esa casa… ni en su vida. Posiblemente Laura tuviera harina en la punta de la nariz, ya que había estado preparando la comida de navidad del día siguiente. Y su sudadera roja, vaqueros viejos y calcetines de Mickey Mouse, eran de las rebajas.
Y él estaba impecable. La camisa blanca era de lino y el reloj que llevaba en la muñeca tenía pinta de costar un riñón. Pero no era sólo el dinero lo que le daba ese aspecto intimidante. Incluso de pie, quieto, su cuerpo emanaba poder y tensión, y una fuerte energía viril. El rostro tenía pómulos salientes y mandíbula fuerte. El pelo oscuro y despeinado contrastaba con su piel blanca, y los ojos negros parecían penetrarlo todo. No tenía ni un rasgo suave, y no era guapo, aunque Laura lo encontraba muy atractivo.
A los treinta y un años, Laura era demasiado madura para dejarse llevar por un montón de química masculina. Tendría que esta loca para arriesgarse emocionalmente con un tipo así.
Pero él le acarició la barbilla con los nudillos, haciéndola levantar la cabeza, y entonces la besó.
El primer beso fue frío. Sus labios estaban tan helados como el paisaje nevado fuera. Pero eran sorprendentemente suaves comparados con las líneas duras de su rostro.
Y los labios se calentaron deprisa. Igual que él.
Cuando Laura le subió las manos por los hombros, pudo sentir que la tensión poco a poco desaparecía de sus músculos. Will Montana rara vez perdía, siempre estaba relajado, siempre parecía dispuesto a luchar contra una banda de matones. No había matones en su casa, ni guerras que luchar, pero él siempre tardaba un tiempo en darse cuenta.
Sus ojos negros empezaron a arder, y la besó con más profundidad, como si ella fuera lo único bueno que había tenido ese día.
Seis meses antes, cuando Will se paró para ayudarla a cambiar una rueda pinchada, ella se sintió encantada por su caballerosidad, pero nunca esperó volver a verlo. Durante mucho tiempo no pudo comprender por qué Will quería verla cuando no tenían nada en común, ni en el aspecto económico ni en el temperamento. Pero ésa no era la primera vez que él la besaba como si ella fuera lo único que hubiera entre él y la locura de la vida. Will era estupendo en su trabajo, un triunfador, pero era horrible relajándose y olvidándose de ello.
Nunca bajaba la guardia… hasta que la tocaba. Siempre era un extraño poderoso que le daba miedo… hasta que ella lo tenía entre sus brazos.
Laura metió los dedos en el pelo de su nuca. El beso se volvió más húmedo y oscuro. Ella movió el cuerpo, acurrucándose contra él, y un torbellino de sensaciones la sacudió.
A veces no se sentía muy segura de él, y se daba cuenta de que Will nunca mencionaba el matrimonio, el futuro o los hijos, todo lo que a ella le importaba. Pero enamorarse de él había sido muy fácil y las razones, elementales. Él la hacía sentirse toda una mujer. La hacía sentirse más necesitaba que el aire. Ella nunca había deseado así a otro hombre.
Laura se apartó porque tenía que respirar.
– Bueno, parece que eres tú y no Santa Claus.
– ¿Has tenido que besarme para darte cuenta? ¿Besas a todos los hombres que aparecen en tu puerta para comprobar su identidad?
– A todos no. Sólo a los que entran llevando sombreros de Santa Claus. Ha sido un disfraz muy efectivo. Durante un momento me habías engañado completamente.
Will sonrió y sus ojos se iluminaron. Le sujetó la mano que tenía apoyada en su pecho.
– Tienes problemas, Laura Stanley.
– Eso no es nuevo. Lo supe en cuanto te dejé entrar.
– Si no apartas las manos de mi cuerpo, no podrás abrir los regalos durante un largo rato -dijo mirándola con intensidad.
– No necesito otros regalos. Estoy muy contenta con el que tengo ahora mismo frente a mí.
– Ése será el último. Estoy deseando que los abras.
– Hasta mañana no es Navidad -protestó Laura.
Pero Will insistió, tirando de ella.
Una vez Laura estuvo instalada en la alfombra junto al árbol, Will sacó el montón de regalos de su saco. A Laura se le puso un nudo en la garganta. Debió imaginar que Will querría con ella una navidad privada. Ella le había convencido para que fuera a comer al día siguiente.
Sólo iría su padre, ya que su única hermana se había mudado al otro lado del país. Pero Will había crecido solo, un huérfano, y se sentía incómodo con las fiestas y tradiciones familiares.
Laura entendía que él quisiera compartir con ella una Navidad privada, pero esa generosidad era demasiado. El primer paquete era un camisón blanco de seda. El siguiente, un montón de películas clásicas para el vídeo. Había calcetines de Mickey Mouse para un año, una caja de bombones, una enorme toalla de baño roja, un jersey de lana.
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