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Sydney George Hopkins - Señor Dios, soy Anna

Aquí puedes leer online Sydney George Hopkins - Señor Dios, soy Anna texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1974, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Sydney George Hopkins Señor Dios, soy Anna

Señor Dios, soy Anna: resumen, descripción y anotación

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Una noche Fynn encuentra a una niñita de 5 años que no quiere volver a su casa - photo 1

Una noche Fynn encuentra a una niñita de 5 años que no quiere volver a su casa. Se la lleva a vivir con él, y comienza para ambos una aventura en la que Anna suele ser la maestra, y el muchacho el desconcertado discípulo. Juntos descubren la vida y la serie de posibilidades insospechadas que puede ofrecer a quienes sepan mirarla con nuevos ojos.

Anna es una niña normal y traviesa, pero también tiene el material del que están hechos los seres excepcionales. Detrás de su esmirriada figura se oculta una mística, una filósofa, una matemática, una socióloga y una antropóloga. Lo más importante para ella es el «querido señor Dios», centro de todo su universo. Pero su Dios no tiene nada que ver con el que presentan las Iglesias ni con ningún concepto tradicional. Lo importante para ella no es saber las cosas sobre Dios, sino hacerse lo más parecida a Él que sea posible, y para lograrlo recorre junto a su amigo Fynn los más insospechados caminos.

Junto a ellos el lector descubrirá un mundo fascinante en el que 2 + 3 no siempre son 5; en el que 2 no es otra cosa que un 5 visto al revés; en el que un espejo muestra la parte de afuera de las cosas, lo que a menudo nada tiene que ver con la realidad de lo que personas y objetos son de verdad; en el que todo puede simplificarse hasta convertirse en un punto; en el que se demuestra que la sombra es más rápida que la luz; en el que sólo se conoce algo o a alguien aprendiendo a reconocer lo que tiene en «su centro»; en el que lo único verdaderamente importante es aprender a amar.

Anna puede desarmar a cualquiera con sus interminables preguntas. Y conocerla significa tener que volver a plantearse de nuevo todas esas interrogantes para las que creíamos tener y a respuesta.

Sydney George Hopkins Señor Dios soy Anna ePub r10 JeSsE 051213 - photo 2

Sydney George Hopkins

Señor Dios, soy Anna

ePub r1.0

JeSsE05.12.13

Título original: Mister God, this is Anna

Sydney George Hopkins, 1974

Traducción: Marta Isabel Guastavino

Ilustraciones: William Papas

Retoque de portada: JeSsE

Editor digital: JeSsE

ePub base r1.0

CUANDO ME MUERA por ANNA Cuando me muera me moriré sola Nadie se morirá por - photo 3

CUANDO ME MUERA

por

ANNA

Cuando me muera,

me moriré sola.

Nadie se morirá por mí.

Cuando esté dispuesta

te diré,

«Fynn, ponme de pie»,

y miraré

y me reiré

alegremente.

Si me caigo,

es que ya he muerto.

SIDNEY GEORGE HOPKINS Londres 26 de marzo de 1919 - Somerset 3 de julio de - photo 4

SIDNEY GEORGE HOPKINS. Londres 26 de marzo de 1919 - Somerset 3 de julio de 1999. Escritor inglés, Fynn es el seudónimo usado por el autor. Debido al uso de este seudónimo, su verdadera identidad fue un misterio durante más de 35 años.

Fynn fue un influyente ejecutivo hasta que debido a una caída accidental, se lesionó la columna vertebral obligandolo a guardar reposo en una cama durante mucho tiempo. Tuvo problemas de insomnio y se retiró a una comunidad espiritual. Durante sus últimos años de vida padeció un aumento de problemas de salud.

Autor de Señor Dios, soy Anna y sus continuaciones: El libro de Anna y Anna, el señor Dios y el caballero negro.

Dos

D URANTE las semanas que siguieron intentamos descubrir dónde vivía Anna, mediante hábiles interrogatorios. La técnica de la suavidad, la indirecta, la sorpresiva, todas resultaron inútiles. Simplemente, había que admitir la posibilidad de que hubiera llovido del cielo. Yo estaba ya dispuesto a creerlo, pero Stan, mucho más práctico, no estaba en absoluto de acuerdo. Lo único que sabíamos con seguridad era que ella no pensaba ir a arreglar eso con la poli. Y para entonces yo estaba seguro de que quien había iniciado esa idea era yo. Después de todo, uno no se encuentra una orquídea y después la guarda en el sótano. No era que ninguno de nosotros tuviera nada en contra de la poli, de ningún modo. En esos días, los de la poli eran más bien como amigos oficiales, aunque si le encontraban a uno haciendo algo raro le golpearan en una oreja con el guante lleno de guisantes secos. No, si es lo que he dicho antes, no se puede encerrar un rayo de sol en la oscuridad. Y además, todos queríamos que se quedara.

Para entonces Anna ya era la favorita de nuestra calle. Siempre que los chicos participaban en juegos de equipo todos querían que Anna estuviera en el bando de ellos. Tenía una aptitud natural para todos los juegos: las peonzas, el salto a la cuerda, el escondite. Lo que ella no era capaz de hacer con un aro, no valía la pena hacerlo.

Nuestra calle, que abarcaba unas veinte casas, era un duplicado de la Liga de las Naciones; en cuanto a chicos, los únicos colores que no teníamos eran verdes y azules, porque casi todos los demás estaban. Era una hermosa calle. Dinero nadie tenía, pero en todos los años que viví allí no recuerdo que ninguna puerta estuviera nunca cerrada durante el día ni, en realidad, durante la mayor parte de la noche tampoco. Era una hermosa calle para vivir y toda la gente era cordial, pero unas pocas semanas después de la llegada de Anna, parecía que la calle y la gente que en ella vivía resplandecieran como un botón de oro.

Hasta el mal genio de nuestro gato, Bossy, se dulcificó. Bossy era un gato peleón, con las orejas como de encaje, que consideraba inferiores a todos los seres humanos, pero bajo la influencia de Anna, Bossy empezó a permanecer más tiempo en casa y no tardó mucho en tratar a Anna como a una igual. Yo podía instalarme en la puerta del fondo y quedarme ronco de tanto llamar a. Bossy sin que a él se le moviera un pelo, pero con Anna… bueno, la cosa era diferente. Una sola llamada, e inmediatamente aparecía, con una estúpida sonrisa en la cara.

Bossy totalizaba unos seis kilos de furia agresiva, y yo guardo cicatrices que lo demuestran. El hombre que le traía la carne solía dejarla bajo el llamador de la puerta, envuelta en un trozo de periódico. Bossy acechaba en la oscuridad del pasillo, o debajo de las escaleras, en espera de que alguien fuera a buscar la carne del gato, y en ese momento se abalanzaba hecho una furia, todo dientes y garras, usando cualquier cosa como escalera para llegar hasta la carne. Si lo que se le ofrecía para llegar hasta ella era una pierna o un brazo humano, Bossy no dudaba en utilizarlo. Anna lo domesticó en un día. Levantando un dedo admonitorio, le dio una conferencia sobre el vicio de la glotonería y las virtudes de la paciencia y las buenas maneras. Finalmente, Bossy era capaz de que la comida le durara cinco minutos, mientras Anna se la daba a pedacitos, en vez de los treinta segundos habituales. En cuanto a Patch, el perro, se pasaba las horas sentado, practicando ritmos nuevos con la cola.

En el jardín de detrás había una heterogénea colección de conejos, paloma, colipavas, ranas y un par de culebras. El jardín de detrás, «El Patio», como lo llamábamos, era un lugar bastante grande para el East End. Un poco de césped, algunas flores y un árbol, grande, de unos doce metros de altura. En conjunto, Anna tenía bastante campo para practicar su magia. Pero nadie cayó bajo su hechizo más completamente ni más a gusto que yo. Mi trabajo, en una fábrica, no quedaba a más de cinco minutos de camino de casa, de manera que yo siempre volvía a comer alrededor de las doce y media. Hasta entonces, cuando al salir para el turno de la tarde mamá me preguntaba a qué hora volvería esa noche, mi respuesta habitual era: «Seguramente antes de medianoche». Ahora las cosas eran diferentes. Anna salía a la calle a despedirme y yo partía húmedo de besos y con la promesa de estar de vuelta a eso de las seis de la tarde. Pasar el tiempo solía significar beber alguna cerveza en la taberna mientras regresaba a casa y jugar una que otra partida de dardos con Cliff y George, pero ahora ya no lo hacía. Cuando sonaba la sirena de la fábrica, yo me iba a casa. No corría, exactamente, pero caminaba a paso vivo.

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