Jennifer Greene
Desafío de Amor
Desafío de Amor (16.01.2002)
Título Original: Millionaire M.D. (2001)
Serie Multiautor: 1º El Club de los Ganaderos de Texas
Al Doctor Justin Webb, el Vals de Tennessee le parecía una canción totalmente ridícula, por no decir insultante, para interpretar en una fiesta tejana. Pero qué demonios. Qué importaba lo que tuviera que hacer con tal de tener entre sus brazos a Winona. Nunca le había importado, y nunca le importaría. Ni siquiera le importaba tener que llevar esmoquin y mostrar sus mejores y acartonados modales durante toda una velada, con tal de poder conseguir pasar algún que otro rato con ella. Como en ese momento.
– Créeme, cielo, estás tan guapa que me casaría contigo.
– Vaya, gracias, doctor.
Winona llevaba unos zapatos de tacón muy alto, y le llegaba a Justin casi por la mejilla, pero todavía tenía que levantar la cabeza para mirarlo a los ojos. Justin se quedó maravillado. Winona tenía los ojos del mismo color suave e impresionante del cielo al amanecer… pero una sonrisa de lo más maliciosa. Y eso era cuando se mostraba razonablemente agradable con él.
– ¿Hace cuánto que no me propones matrimonio? ¿Dos semanas?
– Más o menos.
Ella asintió recatadamente.
– ¿Y cuántas veces tengo que decírtelo? Si alguna vez llego a estar de humor para casarme con un soltero mujeriego cargado de dinero, te lo diré.
Justin sonrió, puesto que no tenía sentido tomarse el comentario en serio.
En el pasado le había asestado golpes mucho peores.
Claro que, pensándolo bien, él también.
Justin la agarró con fuerza y continuaron dando vueltas por la pista de baile. Sintió deseos de sacarla bailando al balcón, donde tendría a Win para él solo, pero la idea resultaba impensable. Desgraciadamente, esa noche de enero era una noche típica del oeste de Texas en esa época; hacía un frío insoportable y soplaba un viento cortante.
– Bueno, cariño, si no puedo convencerte para que te cases conmigo, ¿qué te parece una bonita, sórdida e inmoral aventura?
– Me encantaría doctor… con cualquier otro. Pero ya lo has hecho con tantas mujeres de la ciudad que yo solo sería una más en tu larga lista. Gracias, pero no.
Justin hizo una mueca, pero no por el comentario, sino porque ella acababa de pisarlo. Winona era sin duda adorable, pero era muy patosa bailando. Con la mano que le tenía colocada en la espalda, Justin la apretó contra su cuerpo. Y fue suficiente para sentir sus pezones bajo la tela del vestido negro de cuello alto; lo suficiente para ver las pupilas de sus ojos azul pálido dilatarse cuando su estómago rozó con la faja de seda del esmoquin; lo suficiente para percatarse del suave brillo de sus labios.
– Compórtate, perro.
Él arqueó las cejas, intentando adoptar aquella expresión de encantadora inocencia que tan bien le había funcionado siempre con el sexo débil.
– Venga, Win, solo estoy intentando ayudarte. Tengo miedo de que te tropieces y te caigas.
– ¿Que estás intentando ayudarme? ¡A mí me vas a engañar! ¿Y para qué demonios me tienes puesta la mano en el trasero? ¿Crees que no te voy a dar un puñetazo?
En realidad, Justin sabía muy bien que lo haría; en público, en privado, en la iglesia, en una gala de etiqueta o en cualquier lugar. Llevaba haciéndolo desde que era una malhumorada chiquilla de doce años, y él un fino y sofisticado chaval de diecisiete que lo sabía todo… excepto cómo diablos una mequetrefe como ella había conseguido robarle el corazón.
– Te he puesto las manos en el trasero antes -le recordó con delicadeza.
– Eso fue totalmente distinto. Me había clavado unos cristales y tú hacías tu papel de doctor…
– Cuánto me alegro de que saques ese tema. Nunca he tenido la oportunidad de decirte lo mucho que me ha gustado siempre jugar a los médicos contigo -dijo con fervor.
Winona tuvo que ahogar la risa. Lo cierto era que siempre le había costado ocultar su sentido del humor, pero en esa ocasión se puso seria enseguida.
– Corta el rollo, tú. Y esta vez lo digo en serio. Ya sabes que no estaría en esta fiesta si no estuviera trabajando. Y solo porque no lleve el uniforme de policía no quiere decir que esté aquí para jugar. Estoy aquí por trabajo, lo cual significa que o bien pones la mano donde debes o bien tendré que darte un golpe; y no estoy bromeando, Justin.
Él se dio cuenta. Además, no solo la creía, sino que jamás habría hecho nada para avergonzarla en público. Y no solo porque respetara a Winona y su trabajo, sino porque si alguna vez tenía la oportunidad de intentar ganarse a Win, no quería que hubiera nadie alrededor.
Sin embargo, en ese momento no fue capaz de retirarle la mano del trasero. Mientras disfrutaba momentáneamente de la turgencia de sus posaderas, que inmediatamente provocaron en él una reacción rápida y urgente, Justin arrugó el entrecejo.
– ¿Qué diablos llevas debajo del vestido?
Jamás le habría hecho la pregunta si hubiera notado que llevado algo. El vestido era de una seda muy fina, de modo que instintivamente Justin había esperado notar el borde de las braguitas. Pero al no hacerlo empezó a alarmarse. No había demasiadas razones por las que una mujer decidiera no ponerse ropa interior para asistir a un evento muy público y muy elegante, como lo era aquel; sobre todo Winona, que normalmente no era amiga de enseñar nada. Justin pensó que la única razón posible era que tuviera un amante.
Un amante.
Un hombre… Un hombre que no era él.
– ¿Justin, qué diantres ocurre con…? -Justin notó que cerraba el puño, lista para darle un golpe-. Quítame la mano del… -resopló indignada-. Se notaban los bordes -le susurró enfadada-. No me pude poner nada debajo. Claro que, no tengo porque darte ninguna explicación, y tienes cinco segundos para quitarme la mano antes de que…
Justin quitó la mano en ese mismo momento y respiró aliviado. Había pasado unos segundos infernales, sin poder respirar, hasta que ella le había explicado por qué no se había puesto braguitas. Mientras tanto, posiblemente porque ella no se estaba dando cuenta de que tenía la intención de comportarse mejor, Win seguía apuntándole el plexo solar con el puño. Eso es, hasta que apareció en escena un tipo de cabello negro, le guiñó un ojo a Win y con delicadeza le alzó el puño cerrado hasta su hombro derecho.
– Voy a interrumpir -dijo Aaron Black-, antes de que lleguéis a las manos. Además, bailo mucho mejor de lo que él lo hará nunca, Winona. Y soy mucho más guapo.
– Vaya, maldita sea -gruñó Justin, pero dejó que Aaron se llevara a Winona a dar vueltas por la pista.
Para empezar, la orquesta había empezado a interpretar una de esas alegres y animadas piezas de blue grass, de modo que cualquier oportunidad de bailar arrimados se desvanecía. Y en segundo lugar, Aaron no solo era miembro como él del Club de Ganaderos de Texas, sino que también era un amigo en el que Justin confiaba plenamente. Y además, había otra razón, maldito Aaron; porque desde luego era una persona de lo más diplomática, tanto en su vida profesional como en su vida privada, y cuando le hizo una señal con el pulgar para que se fuera hacia el bar, Justin entendió la discreta indicación de que, posiblemente, sería conveniente dejar un par de minutos en paz a Winona.
Se dirigió hacia el bar, sí… pero el ver a Winona dando vueltas entre los brazos de Aaron sintió una tristeza que ni una borrachera de whisky podría curar.
Ella siempre lo había tratado como a un amigo, como a un vecino, como a un querido aunque insufrible hermano mayor. Pero nunca como a un hombre.
Seguramente le habría pedido que se casara con él unas cincuenta veces; y cada vez ella se había echado a reír a carcajadas, como si la idea de casarse con él fuera el mejor chiste que le hubieran contado.
Página siguiente