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Emmanuel Joseph Sieyes - ¿Qué es el Tercer Estado? & Ensayo sobre los privilegios

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Emmanuel Joseph Sieyes ¿Qué es el Tercer Estado? & Ensayo sobre los privilegios
  • Libro:
    ¿Qué es el Tercer Estado? & Ensayo sobre los privilegios
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
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  • Año:
    1789
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¿Qué es el Tercer Estado? & Ensayo sobre los privilegios: resumen, descripción y anotación

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CAPÍTULO I

EL TERCER ESTADO ES UNA NACIÓN COMPLETA

¿QUÉ es necesario para que una nación subsista y prospere? Trabajos particulares y funciones públicas.

Todos los trabajos particulares pueden reducirse a cuatro clases: 1. Como la tierra y el agua suministran la materia prima de las necesidades del hombre, la primera clase en el orden de las ideas será la de todas las familias aplicadas a los trabajos del campo. 2. Desde la primera venta de las materias hasta llegar a su consumo o uso, una nueva mano de obra, más o menos multiplicada, añade a estas materias un segundo valor más o menos compuesto. La industria humana alcanza así a perfeccionar los beneficios de la naturaleza, y el producto bruto a doblar, decuplicar, centuplicar su valor. Tales son los trabajos de la segunda clase. 3. Entre la producción y el consumo, así como entre los diferentes grados de la producción, se establece una multitud de agentes intermediarios, útiles tanto a los productores como a los consumidores; son los comerciantes y los negociantes. Los negociantes, que comparan sin cesar las necesidades de los lugares y de los tiempos, especulan sobre el provecho de la guarda y del transporte; los comerciantes se encargan en último término del despacho, sea al por mayor, sea al por menor. Este género de utilidad designa a la tercera clase. 4. Además de esas tres clases de ciudadanos laboriosos y útiles que se ocupan del objeto propio del consumo y del uso, se necesitan todavía en una sociedad multitud de trabajos particulares y de cuidados directamente útiles o agradables a la persona. Esta cuarta clase abarca desde las profesiones científicas y liberales más distinguidas hasta los servicios domésticos menos estimados. Tales son las obras que sostienen a la sociedad. ¿Sobre quién recaen? Sobre el Tercer Estado.

Las funciones públicas pueden todas ellas, en el estado actual, agruparse bajo las cuatro denominaciones conocidas: la Espada, la Toga, la Iglesia y la Administración. Sería superfluo recorrerlas en detalle para hacer ver que el Tercer Estado integra los diecinueve vigésimos de ellas, con la diferencia de que está encargado de todo lo que en ellas hay de verdaderamente penoso, de todas las atenciones que el orden privilegiado rehúsa cumplir. Solo las plazas lucrativas y honoríficas están ocupadas por miembros del orden privilegiado. ¿Lo reputaremos como un mérito suyo? Para eso sería menester, o que el Tercero se negara a ocupar esas plazas, o que tuviera menores aptitudes para ejercer las funciones. Se sabe cómo son las cosas. Y, sin embargo, se ha osado poner en entredicho al Tercer Estado. Se le dice: «Cualesquiera que sean tus servicios, cualesquiera que sean tus talentos, llegarás hasta ahí; no pasarás más allá. No es bueno que se te honre». Algunas raras excepciones, sentidas como deben serlo, constituyen tan solo una irrisión, y el lenguaje que se sabe emplear en esas ocasiones es un insulto más. Si esta exclusión es un crimen social para con el Tercer Estado, ¿podrá acaso decirse al menos que sea útil a la cosa pública? ¿No se conocen acaso los efectos del monopolio? Si desanima a los que separa, ¿no es sabido que hace inhábiles a los que favorece? ¿No es sabido que toda obra de la que se aleja la libre concurrencia será peor hecha y a más costo?

¿Se ha parado mientes en que, afectando una función cualquiera a un grupo separado de ciudadanos, no hay que retribuir tan solo al hombre que trabaja, sino también a todos los de la misma casta que no son empleados, y a las familias enteras tanto de los que son empleados como de los que no lo son? ¿Se ha parado mientes en que este orden de cosas, bajamente respetado entre nosotros, nos parece despreciable y vergonzoso en la historia del antiguo Egipto y en las relaciones de viajes a las Grandes Indias.

Basta aquí con haber hecho sentir que la pretendida utilidad de un orden privilegiado para el servicio público no es más que una quimera; que sin él, todo lo que hay de penoso en ese servicio es desempeñado por el Tercero; que sin él, las plazas superiores serían infinitamente mejor desempeñadas; que deberían ser naturalmente el lote y la recompensa de los talentos y de los servicios reconocidos; y que si los privilegiados han llegado a usurpar todos los puestos lucrativos y honoríficos, es al mismo tiempo una iniquidad odiosa para la generalidad de los ciudadanos y una traición para la cosa pública. ¿Quién osaría, pues, decir que el Tercer Estado no tiene en sí todo lo necesario para formar una nación completa? Es el hombre fuerte y robusto, uno de cuyos brazos está todavía encadenado. Si se suprimiera el orden privilegiado, la nación no sería menos en nada, sino algo más. Así, ¿qué es el Tercero? Todo, pero un todo trabado y oprimido. ¿Qué sería sin el orden privilegiado? Todo, pero un todo libre y floreciente. Nada puede marchar sin él, y todo iría infinitamente mejor sin los otros. No basta haber mostrado que los privilegiados, lejos de ser útiles a la nación, no pueden sino debilitarla y dañarla; hay que probar ahora que el orden noble no entra en la organización social; que podrá ser una carga para la nación, pero que no forma parte de ella.

Ante todo, no es posible encontrar donde situar la casta de los nobles en el número de las partes elementales de una nación. Sé que hay individuos, demasiado abundantes, a quienes las dolencias, la incapacidad, una pereza incurable, o el torrente de las malas costumbres, hacen extraños a los trabajos de la sociedad. La excepción y el abuso están en todas partes al lado de la regla, y sobre todo en un vasto imperio. Pero se convendrá al menos en que, cuantos menos abusos de esos haya, mejor pasa el Estado por ser ordenado. El peor ordenado de todos será aquel donde no solamente particulares aislados, sino una clase entera de ciudadanos pongan su gloria en permanecer inmóviles en medio del movimiento general y consuman la mejor para del producto sin haber aportado nada para hacerlo nacer. Una tal clase es seguramente extraña a la nación por su holgazanería.

El orden noble no es menos extraño entre nosotros, por sus prerrogativas civiles y públicas.

¿Qué es una nación? Un cuerpo de asociados que viven bajo una ley común y representados por la misma legislatura. ¿No es muy cierto que el orden noble tiene privilegios, dispensas, aun derechos separados de los derechos del gran cuerpo de los ciudadanos? Sale por eso del orden común, de la ley común. Así, sus derechos civiles hacen de él ya un pueblo aparte en la gran nación. Es realmente imperium in imperio.

Respecto de sus derechos políticos, también los ejerce aparte. Tiene sus representantes propios, que para nada se han encargado de la procuración de los pueblos. El cuerpo de sus diputados se reúne aparte; y aun cuando se reuniera en una misma sala con los diputados de los simples ciudadanos, no sería menos cierto que su representación es esencialmente distinta y separada: es extraño a la nación por su principio, puesto que su misión no viene del pueblo, y por su objeto, puesto que consiste en defender no el interés general, sino el interés particular.

El Tercero abraza, pues, todo lo que pertenece a la nación; y todo lo que no es el Tercero no puede ser mirado como de la nación. ¿Qué es el Tercero? Todo.

CAPÍTULO II

¿QUÉ HA SIDO HASTA AHORA EL TERCER ESTADO? NADA

NO examinaremos el estado de servidumbre en que ha gemido el pueblo durante tanto tiempo, así como tampoco el de coacción y de humillación en que se lo mantiene todavía. Su condición civil ha cambiado; debe cambiar todavía: es por completo imposible que la nación en cuerpo o incluso algún orden en particular llegue a ser libre, si no lo es el Tercer Estado. No se es libre por privilegios, sino por los derechos que pertenecen a todos.

Si los aristócratas intentan, incluso al precio de esta libertad de que se mostrarían indignos, mantener al pueblo en la opresión, él se atreverá a preguntar a qué título. Si se responde que, a título de conquista, hay que convenir en que eso sería querer remontar un poco lejos. Pero el Tercero no debe temer a remontar hacia tiempos pasados. Se remitirá al año que precedió a la conquista; y puesto que hoy es lo bastante fuerte para no dejarse conquistar, su resistencia será más eficaz, sin duda. ¿Por qué no había de restituir a los bosques de Franconia a todas esas familias que conservan la loca pretensión de ser descendientes de la raza de los conquistadores y herederas de sus derechos?

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