Te damos las gracias por adquirir este EBOOK
Visita Planetadelibros.com y descubre una nueva forma de disfrutar de la lectura
¡Regístrate y accede a contenidos exclusivos!
Próximos lanzamientos
Clubs de lectura con autores
Concursos y promociones
Áreas temáticas
Presentaciones de libros
Noticias destacadas
Comparte tu opinión en la ficha del libro
y en nuestras redes sociales:
Explora Descubre Comparte
Agradecimientos
Por leer y releer del manuscrito, y garantizar que queríamos decir lo que decíamos y decíamos lo que queríamos decir, estamos en deuda con Robert Lupton, de la Universidad de Princeton. Sus conocimientos tanto de astrofísica como de lengua inglesa permitieron que el libro tuviera un nivel muy por encima de lo previsto. También damos las gracias a Sean Carroll, del Instituto Fermi de Chicago; a Tobias Owen, de la Universidad de Hawái; a Steven Soter, del Museo Americano de Historia Natural; a Larry Squire, de la UC San Diego; a Michael Strauss, de la Universidad de Princeton; y al productor Tom Levenson, de PBS NOVA, por aportar sugerencias clave que mejoraron diversas partes del libro.
Por confiar en el proyecto desde el principio, manifestamos nuestro agradecimiento a Betsy Lerner, de la Agencia Gernert, quien vio el manuscrito no solo como un libro, sino también como la expresión de un profundo interés por el cosmos, que merecía la máxima audiencia posible con la que compartirlo.
Algunas secciones importantes de la parte II y fragmentos dispersos de las partes I y III habían aparecido ya en artículos publicados por Neil deGrasse Tyson en la revista Natural History. Por ello, Neil da las gracias a Peter Brown, redactor jefe de la revista, y sobre todo a Avis Lang, editora jefe, que sigue trabajando heroicamente como erudita guía literaria de los esfuerzos de NDT como escritor.
Los autores agradecen asimismo el respaldo de la Fundación Sloan durante la preparación y la redacción del libro. Seguimos admirando su apoyo a proyectos como este.
N EIL DE G RASSE Tyson, Nueva York
D ONALD G OLDSMITH , Berkeley, California
Junio, 2004
PREFACIO
Una reflexión sobre los orígenes de la ciencia y la ciencia de los orígenes
Ha surgido, y sigue floreciendo, una nueva síntesis de conocimiento científico. En los últimos años, las respuestas a preguntas sobre nuestros orígenes cósmicos no han llegado exclusivamente desde el ámbito de la astrofísica. Trabajando bajo el paraguas de campos emergentes con nombres como astroquímica, astrobiología o física de las astropartículas, los astrofísicos han admitido que pueden sacar un gran provecho de los avances de otras ciencias. Recurrir a múltiples ramas de la ciencia para responder la pregunta «¿De dónde venimos?» ofrece a los investigadores una amplitud y una profundidad de percepciones antes insospechadas sobre el funcionamiento del universo.
En Orígenes: catorce mil millones de años de evolución cósmica, introducimos al lector en esta nueva síntesis de conocimiento, la cual nos permite abordar no solo el origen del universo, sino también el origen de las estructuras más grandes que ha formado la materia, el origen de las estrellas que iluminan el cosmos, el origen de los planetas que ofrecen los lugares más adecuados para la vida y el origen de la vida propiamente dicha en uno o más de esos planetas.
Los seres humanos continúan fascinados por el tema de los orígenes por muchas razones, tanto lógicas como emocionales. Difícilmente podemos comprender la esencia de algo si no sabemos de dónde procede. Y todas las historias que escuchamos sobre los orígenes engendran en nuestro interior hondas resonancias.
Debido al egocentrismo que la evolución y la experiencia en la Tierra nos han inoculado en la médula, al contar la mayoría de las historias sobre el origen nos hemos centrado, como es lógico, en episodios y sucesos locales. No obstante, gracias a cada avance en el conocimiento del cosmos sabemos que vivimos en una mota cósmica de polvo que gira alrededor de una estrella mediocre de la periferia de un tipo corriente de galaxia, una más entre los cien mil millones de galaxias que pueblan el universo. La noticia de nuestra irrelevancia cósmica desencadena en la psique humana impresionantes mecanismos de defensa. Muchos nos parecemos, sin darnos cuenta, al hombre de la historieta que contempla el cielo estrellado y le dice a su compañero: «Cuando miro todas esas estrellas, me asombra lo insignificantes que son».
A lo largo de la historia, las distintas culturas han elaborado mitos de la creación según los cuales nuestros orígenes son el resultado de fuerzas cósmicas que forjan nuestro destino. Estas historias nos han ayudado a mantener a raya la sensación de insignificancia. Aunque normalmente los relatos sobre los orígenes empiezan con un cuadro general, bajan a la Tierra a una velocidad pasmosa; pasan como una flecha por la creación del universo, de todo lo que contiene, y de la vida en el planeta Tierra para llegar a prolijas explicaciones sobre innumerables detalles de la historia humana y sus conflictos sociales, como si de alguna manera nosotros constituyéramos el centro de la creación.
Casi todas las respuestas dispares a la cuestión de los orígenes aceptan como premisa subyacente que el cosmos se comporta con arreglo a normas generales que se revelan a sí mismas, al menos en principio, para que podamos examinar detenidamente el mundo que nos rodea. Los filósofos de la Grecia antigua llevaron esta premisa hasta cotas más elevadas al insistir en que los seres humanos son capaces de percibir el funcionamiento de la naturaleza amén de la realidad subyacente a lo observado, es decir, las verdades fundamentales que rigen todo lo demás. Como es lógico, afirmaban que descubrir esas verdades sería difícil. Hace dos mil trescientos años, en su reflexión más famosa sobre nuestra ignorancia, el filósofo griego Platón comparó a quienes se esfuerzan por alcanzar el conocimiento con prisioneros encadenados en una caverna, incapaces de ver los objetos situados a su espalda, y que, por tanto, partiendo de las sombras de dichos objetos, deben intentar deducir una descripción precisa de la realidad.
Con este símil, Platón no solo resumía los intentos de la humanidad por entender el cosmos, sino que también hacía hincapié en que tenemos una tendencia natural a creer que ciertas entidades misteriosas, vagamente percibidas, dominan el universo y están al tanto de conocimientos que nosotros, en el mejor de los casos, vislumbramos solo en parte. Desde Platón a Buda, desde Moisés a Mahoma, desde un hipotético creador cósmico hasta películas modernas sobre «la matriz», los seres humanos de todas las culturas han llegado a la conclusión de que el cosmos está regido por unos poderes superiores dotados de conocimiento sobre la brecha que existe entre la realidad y la apariencia superficial.