AA. VV. - Los orígenes del monacato
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Título original: Los orígenes del monacato
AA. VV., 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
[1] Los textos citados de la Regla han sido tomados de la edición dirigida por Dom G. M. Colombás, San Benito. Su vida y su Regla, BAC 115.
Entrega n.º 59 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a los orígenes del monacato.
AA. VV.
Cuadernos Historia 16 - 059
ePub r1.0
Titivillus 09.01.2022
Miniatura del Beato de Gerona , siglo X (Catedral de Gerona).
El movimiento monástico de signo cristiano se presentaría como uno más —el que alcanzaría mayor perfeccionamiento y expansión territorial y temporal— de las tendencias de esta Índole ya existentes en otras religiones o posteriormente desarrolladas en base a diferentes creencias. Lo que lo distingue precisamente de éstas es este conjunto de rasgos de perdurabilidad que se mantienen hasta hoy. Pero ante todo, estas actitudes cristianas deben ser consideradas en sus orígenes como un producto propio de las regiones —Mediterráneo oriental— donde se generaron.
Sería el paso desde este espacio oriental al occidental el que dotaría a las formas monásticas de su verdadero carácter y sentido último. Con ello se superaban las limitaciones e influencias externas y aun contradictorias que hubieran podido actuar sobre el movimiento caso de haber permanecido localizado exclusivamente en su medio natural de aparición.
En este Cuaderno, Ana Arranz comienza estudiando los orígenes del monacato en el Oriente Medio y los comienzos de su irradiación hacia el Oeste. Emilio Mitre trata acerca de la fundamental cuestión de los monjes irlandeses, cuya labor fue clave en el desenvolvimiento de la Europa de los siglos oscuros. A continuación, Francisco de Moxó nos aproxima a la figura y a la obra de Benito de Nursia, verdadero instrumento de estabilización de la institución. Y, finalmente, José I. Moreno aporta su trabajo acerca del monacato en la España que sale del hundimiento del Imperio y se organiza bajo formas germánicas.
Monjes de la Orden benedictina, según grabado de la época.
Eremitas bizantinos en oración.
Por Ana Arranz Guzmán
Profesor de Historia Medieval. Universidad Complutense de Madrid
E L desarrollo del monacato, desde sus debatidos orígenes hasta su configuración final en determinados espacios geográficos, puede ser considerado como uno de los rasgos más extraordinarios e interesantes del cristianismo oriental.
Con el retiro de San Amonio al desierto (251-356), no había hecho más que comenzar este movimiento que en seguida atraería a gran número cíe personas, tanto desde el punto de vista material (anacoretas y cenobitas), como desde el psicológico, puesto que el entusiasmo y la imaginación populares iban a ser excelentes aliados de estos monjes que predicaban la autodisciplina, el abandono de los bienes terrenales y la lucha continua frente a los espíritus del mal.
Con Pacomio (286-346) se inicia una segunda etapa, caracterizada por la ruptura con el aislamiento total que sostenía el eremitismo, en favor de una vida comunal. Pronto, en todo Egipto, Siria, Asia Menor o Mesopotamia, florecería el monacato con unos fines idénticos, pero conservando cada uno de ellos una serie de particularidades que oscilaban entre la sencillez y lo llamativo o extravagante, como el caso de Simeón el Estilita en Siria.
Fue Basilio el Grande quien reajustó la vida cenobítica, inaugurada por San Pacomio: mayor equilibrio entre el trabajo y la oración, reducción del número de monjes por cada monasterio, etcétera. En definitiva, defendió una forma de ascetismo que, al momento, hizo fortuna.
Las disputas cristológicas del concilio de Calcedonia, o las conquistas musulmanas a partir del siglo VII, incidieron desfavorablemente en el desarrollo del monacato oriental; circunstancias que no impidieron el paso de su herencia a la clerecía ortodoxa bizantina, para difundirse más adelante en Rusia.
En torno a sus orígenes
La preferencia de San Amonio por el desierto, así como sus experiencias y los relatos sobre su vida ermitaña, potenciaron un ideal de comportamiento, una opción alejada de la realidad inmediata que, en breve, estaría respaldada por un número importante de adeptos. Sin embargo, no se puede hablar de comienzos absolutos y ver en San Antonio al fundador del monacato: la realidad de los hechos fue mucho más compleja.
Cuando Antonio, siendo joven, quiso renunciar al mundo, se encontró ya en una aldea cercana a Qeman, con un hombre que practicaba la vida solitaria desde hacía bastantes años. Algo parecido le ocurría a Pacomio, al hacerse discípulo del anciano Palamón, quien vivía retirado en los alrededores de Khenoboskion (Tebaida).
Estos organizadores o fundadores se habrían basado, pues, en una experiencia existente. Por ello, y sin que esto menoscabe el valor de su presencia, consideramos de interés resumir las teorías que, desde la época de San Jerónimo, se formularon sobre el nacimiento del monacato.
H. Weingarten defendía en su tesis (1876) que las raíces del monacato cristiano debían buscarse en el paganismo egipcio, con los denominados katochoi, o reclusos de los templos de Serapis, quienes renunciaban a su hacienda, vivían en clausura, practicaban la ascesis y combatían a los demonios; notas que, como veremos más adelante, caracterizarán a los primeros monjes cristianos.
Otros historiadores vieron en ellos a meros imitadores de los solitarios del budismo: incluso algunos, como R. Reitzenstein, opinaban que el monacato cristiano se produjo a partir de una combinación de ideas filosóficas del mundo helenista entre los siglos II y IV.
También se ha observado cierto paralelismo entre el hombre divino del pitagorismo y nuestros monjes. Igualmente, es conveniente recordar el interés que suscitó el descubrimiento en 1946 de unos manuscritos hebreos, denominados rollos del mar Muerto, en la región de Qumrán. En ellos se habla de una comunidad judía (los esenios) que en el siglo II a. de C. floreció en el desierto de Judea, viviendo en comunidad y celibato y guardando obediencia a sus leyes y superiores,
Pero si dejamos a un lado las especulaciones de historiadores actuales, nos encontramos con que los monjes más antiguos opinaban que su ascendencia se hallaba en Ellas o juan Bautista. Así, San Jerónimo manifestaba: Considerad, ¡oh monjes!, vuestra dignidad: Juan es el príncipe de vuestra institución. Es monje. Apenas nacido, vive en el desierto, se educa en el desierto, espera a Cristo en la soledad…
Sin restar mérito a dichas tesis, parece más convincente y objetivo considerar que el monacato fue el fruto de una combinación: por un lado, las infiltraciones procedentes de otras corrientes espirituales anteriores: por otro, una serie de circunstancias que propiciaron este movimiento, con características que oscilaban entre unas causas exclusivamente morales y otras ligadas a la pura coyuntura histórica.
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