Gabriel Jackson - Orígenes de la guerra fría
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- Libro:Orígenes de la guerra fría
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1993
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Orígenes de la guerra fría: resumen, descripción y anotación
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Título original: Orígenes de la guerra fría
Gabriel Jackson, 1993
Traducción: C. A. Caranci
En portada: foto oficial de la Conferencia de Yalta: Churchill, Roosevelt y Stalin (feb. de 1945)
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Entrega n.º 5 de la colección Cuadernos del Mundo Actual: Orígenes de la guerra fría.
Gabriel Jackson
Cuadernos del Mundo Actual - 5
ePub r1.0
Titivillus 16.10.2022
Por Gabriel Jackson
Historiador
D urante la Segunda Guerra Mundial, a partir del momento de la invasión alemana de la URSS en junio de 1941, hasta el triunfo final y total sobre la Alemania nazi en mayo de 1945, el Reino Unido, Estados Unidos y la URSS cooperaron lealmente y de manera eficaz en el marco de la alianza militar que impidió que Hitler conquistase Europa. Los pueblos y los gobiernos de esos tres países, y también los gobiernos en el exilio y diversos movimientos de resistencia de los países ocupados por el Eje, como Francia, Polonia, Países Bajos, Dinamarca y Noruega, todos ellos, esperaban que la alianza de tiempos de guerra contra el régimen más brutal y agresivo de la historia moderna europea pudiera ser el preludio de una era de paz y cooperación entre las democracias occidentales y la URSS.
Pero a los dos años de la victoria militar, la cooperación había acabado dando lugar a una intensa desconfianza mutua, y a una virtual ruptura de las conversaciones diplomáticas sobre el futuro de Europa. Los cuatro decenios que van de 1947 a 1987 han sido considerados, acertadamente, como la era de la Guerra Fría —fría más que caliente por dos razones principales: el agotamiento de las potencias beligerantes en las recién terminadas hostilidades, y el temible poder derivado de la recién inventada bomba atómica que había destruido las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. En 1949 los soviéticos experimentaron su primera bomba atómica y, a partir de ese momento, la nada hipotética posibilidad de que una guerra entre la URSS y Occidente podría destruir la vida del planeta actuó como un poderoso freno respecto a su hostilidad mutua. Iban a combatir con armas económicas e ideológicas; mantendrían alianzas militares opuestas (la OTAN y el Pacto de Varsovia); gastarían mucho más dinero en espionaje que en cualquier otra época; pero se detendrían siempre a las puertas de la guerra abierta. La Guerra Fría terminó a fines de los años ochenta, cuando la flexibilización interna de la dictadura soviética, la propuesta de desarme de Mijail Gorbachov, y la aceptación por parte de Ronald Reagan de tales propuestas, sustituyeron la glacial hostilidad por una atmósfera de cooperación.
Con el fin de comprender los orígenes de la Guerra Fría, y sobre todo la rapidez con que la cooperación bélica dio paso a la hostilidad del tiempo de paz, es importante analizar las causas básicas a largo plazo y también los incidentes concretos del período 1945-1947. En el primer párrafo me refería a la leal cooperación y a las grandes esperanzas de colaboración futura suscitadas por la coalición militar de los años 1941-1945. Pero, en realidad, los regímenes capitalistas democráticos y el régimen comunista soviético se habían mostrado muy activos en su hostilidad mutua desde el mismo instante de la victoria de la Revolución bolchevique en noviembre de 1917 hasta, por lo menos, 1936, cuando la amenaza del rearme alemán y la totalmente previsible agresión nazi, atenuaron lo que puede calificarse también de guerra fría de los años 1917-1936. En las páginas que siguen estudiaremos la naturaleza e importancia de esa hostilidad mutua que precedió a los años de la lucha defensiva común contra la máquina de guerra nazi.
Cuando los bolcheviques, encabezados por Vladimir Lenin, tomaron el poder en noviembre de 1917, anunciaron que se trataba del primer paso en dirección a la revolución mundial que habría convertido a la guerra mundial imperialista en curso (entre los Imperios alemán, austro-húngaro y turco por un lado, y Gran Bretaña, Francia, la Rusia zarista y los Estados Unidos por el otro) en una revolución comunista mundial, una revolución que habría puesto fin al capitalismo y al imperialismo y a la explotación de la clase obrera industrial y de los campesinos por medio de la destrucción de la burguesía y de la creación de una sociedad sin clases. Los bolcheviques confiscaron las propiedades de los capitalistas, rusos y extranjeros, se negaron a pagar la enorme deuda acumulada por el régimen zarista, y se retiraron de la coalición aliada.
Las potencias occidentales se consideraron traicionadas en la lucha común contra la hegemonía de la Alemania imperial, y de modo totalmente natural interpretaron los planes hechos públicos por los bolcheviques como una amenaza directa contra sus sistemas económicos y sociales. Tras la rendición de Alemania en noviembre de 1918 las potencias de la Entente enviaron una notable ayuda económica y pequeños contingentes militares en apoyo de los ejércitos contrarrevolucionarios que luchaban para evitar la consolidación del régimen bolchevique. Por su lado, los bolcheviques instaron a sus seguidores de los países occidentales a que se retiraran de la Segunda Internacional de partidos socialistas y se uniesen a la recién creada Tercera Internacional formada por los partidos comunistas, que deberían aceptar el liderazgo indiscutido de Moscú.
A fines de 1920 los bolcheviques habían derrotado a la contrarrevolución, pero entre tanto, como resultado de la Conferencia de Paz de París, se había creado un conjunto de países independientes (Finlandia, Estonia, Lituania, Letonia, Polonia y Checoslovaquia) en el este de Europa. Una de las razones declaradas, y legitimadas, de la creación de estos Estados eran la de proporcionar una estructura estatal y soberanía a diversas naciones que durante siglos habían sido gobernadas por los ahora difuntos Imperios ruso, alemán y austro-húngaro. Pero una finalidad secundaria muy evidente era crear un cordón sanitario de Estados no comunistas con el fin de aislar a Rusia del Occidente y que debería depender económica y militarmente de Gran Bretaña y Francia.
En los años veinte la Rusia soviética se hallaba demasiado ocupada con sus problemas internos como para constituir un peligro real para los occidentales, aunque protegió y subvencionó a partidos comunistas cuya meta declarada era la destrucción de los Estados capitalistas. Pero mientras la Rusia soviética era en realidad un Estado débil, la lentitud de su recuperación económica después de la Primera Guerra Mundial y la fragilidad política y económica de los nuevos Estados, llevó a las potencias occidentales a temer la influencia del ejemplo y de la propaganda soviéticos sobre su clase obrera. En 1923 las potencias occidentales dieron la bienvenida al régimen de Mussolini, que declaraba explícitamente que había salvado a Italia del comunismo. Cuando, a lo largo del decenio, el sufrimiento económico, la inestabilidad parlamentaria y los numerosos problemas suscitados por las minorías nacionales fueron minando la democracia en todos los nuevos Estados, las potencias occidentales apoyaron a las dictaduras militares o presidenciales de derechas que se instauraron en Polonia, los Estados bálticos y Finlandia. En 1933, al final de la Gran Depresión, aceptaron la instauración en Alemania de una dictadura que proclamaba abiertamente que su fin era acabar violentamente con el comunismo y con los países capitalistas democráticos.
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