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Juan Vernet - Los orígenes del islam

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Juan Vernet Los orígenes del islam
  • Libro:
    Los orígenes del islam
  • Autor:
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    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1991
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Los orígenes del islam: resumen, descripción y anotación

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Título original: Los orígenes del islam

Juan Vernet, 1991

En la cubierta, tres líneas en las que se contiene, entre otras palabras, el texto que dice: «Hoy os he completado vuestra religión y he terminado de daros mi bien. Yo os he escogido el Islam por religión». (Contenido en la azora 5 [La Mesa], versículo 3.)

Editor digital: IbnKhaldun

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Prólogo La historia del nacimiento del islam sólo posee unas cuantas fuentes - photo 1

Prólogo

La historia del nacimiento del islam sólo posee unas cuantas fuentes coetáneas: los testimonios escritos (el Corán), algunos papiros y las referencias de autores no musulmanes —pocos— escritas en lenguas distintas del árabe (griego, armenio, pahlevi o persa medio…). Como el período del que aquí tratamos (aproximadamente hasta el 661 d.C.) está narrado con cierto detalle, el lector ha de suponer que éste ha sido extraído de las crónicas de los historiadores árabes que escribieron un par de siglos después de los hechos relatados, basándose en la tradición oral que había ido pasando desde los coetáneos de los acontecimientos a sus hijos o discípulos, y de éstos a los suyos correspondientes, durante tres o cuatro generaciones y, tal vez, de algún breve texto escrito. Por eso, lo que en el gran historiador al-Tabarí (m. 310/923) nos parece falta de sentido histórico, quizá no lo sea. Todo lo contrario: es rigor histórico. En sus Anales recoge para un determinado hecho todas las versiones —aunque sean contradictorias—, una detrás de otra, que han llegado hasta él y, siempre que puede, tiene cuidado en anotar la cadena o sucesión de transmisores del mismo. Nos da, pues, el material en bruto, tal como le ha llegado.

Un ejemplo bastará: por su crónica y por las bizantinas sabemos que tuvo lugar una gran batalla naval en que los árabes, en fecha indeterminada, pero alrededor del 650, vencieron a la flota de Constantinopla. El hecho, en sí, es indiscutible. En cambio, los detalles no. Los testimonios reunidos por Tabarí y otros autores árabes no concuerdan y el relato de los mismos dependerá del crédito que cada uno de ellos merezca al historiador (ya no cronista ni analista) de turno: se enfrenta ante un problema cuya solución conoce, pero cuyos precedentes pueden ser muy distintos, al igual que sus consecuencias. En la citada batalla, la flota árabe pudo estar integrada por naves sirias, egipcias o de ambas regiones; el jefe de las mismas pudo ser uno cualquiera de los gobernadores de esas regiones o los dos conjuntamente. No cabe duda de que los árabes vencieron. En cambio, sí puede discutirse por qué no explotaron su victoria, si fue por causas políticas, religiosas o económicas.

Cada autor es libre de escoger, dentro de la masa de noticias, aquellas que le parezcan que explican mejor la concatenación de los hechos reales que conoce con seguridad, aunque a veces tenga que recurrir a manejar detalles procedentes de distintos transmisores. Este cruce de hadices, sumamente criticable y poco riguroso, es el que se ha seguido en las páginas siguientes: era el único sistema para dar al lector una idea de qué fue el islam en sus inicios y cómo consiguió una expansión tan rápida.

Al escribirlas hemos pensado con frecuencia en fenómenos paralelos que ocurrieron a los españoles que, hace quinientos años, descubrieron e iniciaron la conquista de América, y éstos, a su vez, recuerdan la conquista de la Península Ibérica por los caudillos árabes en el siglo VIII .

En otros casos las noticias puestas por escrito dos siglos después y que sólo nos constan por un solo autor, y son probablemente falsas (primera flota árabe ante las costas de España en tiempos de Utmán b. Affán), se han incluido a título de inventario y por hacer referencia a la Península Ibérica.

Otra observación que hay que tener presente es la de las citas cronológicas que, a partir del momento de la hégira se han expresado, siempre que ha sido posible, en la forma: año hégira/año cristiano. Para las discordancias que pueden encontrarse con respecto a la fecha de un acontecimiento determinado puede verse en el texto, al tratar de Umar b. al-Jattab, lo que escribimos sobre el origen de la era de la hégira. Igualmente, en este tipo de doble fecha se puede encontrar para un mismo año de la primera dos años distintos de la segunda (año musulmán, sana, lunar, de 354 días/año cristiano, am, solar, de 365 días), lo cual motiva la progresiva retrogradación del mes de ramadán, por ejemplo, a lo largo de las distintas estaciones del año. El uso indiscriminado por los cronistas árabes de ambos calendarios para fechar acontecimientos parece haber durado aún en la época de Muawiya.

En los primeros capítulos citamos las azoras del Corán con una doble numeración, la tradicional, seguida del número de los versículos aludidos, y luego, tras el signo = (igual), el número de la misma según el orden cronológico dentro de la Revelación. Así, por ejemplo, la cita 96, 1/1-5/5 - 1 indica que nos referimos a la azora 96 considerada por Blachère y Nöldeke como la primera revelada. Hay casos en que sólo damos una parte del versículo, la que interesa al contexto. Entonces los puntos suspensivos (…) indican esta omisión y vienen a equivaler al ilà-l-aya (y el resto) de los textos árabes y de los hafizes.

I

Los árabes

El islam es hoy una religión que, como el cristianismo, se extiende por toda la superficie de la Tierra sin distinción de razas ni naciones. Pero, a diferencia de otros credos, su expansión fue muy rápida y, un siglo después de la muerte de su Profeta, Mahoma, sus fieles se encontraban ya en gran parte del Antiguo Continente, desde el Sahara y los Pirineos hasta las planicies del Asia Central y el Índico. Hasta estos territorios tan distantes del hogar en que nació —las ciudades de La Meca y Medina— la llevaron los ejércitos de sus primeros prosélitos, los árabes.

Después del primer siglo de existencia, la nueva religión continuó avanzando con más lentitud y con otros misioneros, pero siempre de manera firme y segura, hasta el punto de que los estados que actualmente tienen mayor número de musulmanes (Indonesia, Pakistán) sólo fueron rozados por la «explosión» árabe del siglo I de la hégira/ VII d.C. Los lugares alcanzados por la marea de esta religión —con excepción de España, la Palestina de los Cruzados y, tal vez, el actual Israel— jamás han conocido el reflujo. Ciñéndonos al período que hemos de considerar, podría decirse que los límites alcanzados por los árabes que introdujeron la nueva religión coincidieron con los del cultivo del olivo, de las zonas de estepas o de lluvias escasas que se extienden a uno u otro lado del paralelo 40° norte que cruza el Antiguo Continente. Igualmente se ha observado —y refiriéndonos siempre al siglo I/VII — que los ejércitos árabes quedaron detenidos ante las grandes cordilleras, como el Taurus o el Cáucaso, con que tropezaron en su avance. Sin embargo, y como ocurre a veces en este tipo de afirmaciones, ninguna de ellas, por sí sola, explica el que alrededor del 132/750 la expansión del islam perdiera fuerza y que los avances posteriores, por importantes que fueran, se realizaran a un ritmo menor. En todo caso parece claro que la primera «explosión» árabe llevó a individuos de esta etnia, en mayor o menor cantidad, hasta las regiones antes mencionadas y que éstos, verdaderos misioneros, difundieron el islam como religión y su lengua, la árabe, la misma en que está escrito su libro revelado el Corán, por los territorios que ocuparon: por eso hoy unos veinte Estados la tienen como lengua oficial y ésa es la lengua en que se escriben sus periódicos y en que se emiten sus programas de radio y televisión.

Pero ¿quiénes eran los árabes antes de Mahoma? Tres tipos de fuentes distintas nos dan noticia de ellos: 1) los textos de los pueblos de la antigüedad cuyo dominio se extendió a lo largo de las fronteras de la Península Arábiga (Asiria, Persia, Grecia, Roma, Egipto…) y tuvieron relaciones incluso con Abisinia; 2) los hallazgos arqueológicos —ruinas, inscripciones epigráficas— en la misma Península, y 3) los datos históricos que se encuentran en textos árabes, posteriores al islam, y que con frecuencia no concuerdan con los dos primeros tipos de fuentes, aunque conserven, en el fondo, ciertos residuos de vericidad, como acostumbra a ocurrir con la mayoría de leyendas (

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