Es un extraño placer escribir una introducción para este libro, porque John Grinder y Richard Bandler han hecho algo similar a lo que mis colegas y yo intentamos hacer hace ya quince años.
La tarea era fácil de definir: crear los inicios de una base teórica adecuada para la descripción de la interacción humana.
La dificultad yacía en la palabra «adecuada» y en el hecho que lo que iba a ser descrito incluía no tan sólo las secuencias de eventos en la comunicación exitosa, sino que también las configuraciones de la incomprensión (o mala comunicación) y lo patológico.
Las ciencias de la conducta, y especialmente la siquiatría, han evitado siempre las teorías, y es fácil hacer una lista de las diversas maniobras mediante las cuales se podrían evitar las teorías: los historiadores (y algunos antropólogos) eligen la imposible tarea de producir más información, en lugar de formular teorías teniendo como base lo ya conocido, tarea para detectives y juzgados. Los sociólogos podaron a tal extremo las complejidades de las variaciones de los hechos, que sus simplezas pueden contabilizarse como limaduras de oro. Los economistas creen en preferencias transitorias. Los sicólogos, a su vez, aceptaron todo tipo de entidades explicativas internas (ego, ansiedad, agresión, instinto, conflicto, etc.) de tal forma que nos traen recuerdos de la sicoteología medieval. Los siquiatras especularon con todos estos métodos explicativos; buscaban episodios de la infancia para explicar comportamientos actuales, obteniendo nueva información en base a lo ya conocido. Trataron de crear muestras estadísticas sobre la morbosidad Se revolcaban en entidades internas y místicas, en inconscientes y arquetipos. Sobre todo, utilizando conceptos de la física y de la energía —mecánica, tensión dinámica y otras— para darle un tinte más científico.
Pero hubo algunos elementos sobre los cuales se pudo comenzar a trabajar: las «categorías lógicas» de Russell y Whitehead, la «Teoría de los Juegos» de Von Neumann, las nociones sobre formas comparables (llamada «homología» por los biólogos), los conceptos de «niveles» en lingüística, el análisis de los silogismos «esquizofrénicos» de Von Domarus, la noción de discontinuidad en genética y su correlativo sobre información binaria. Configuración y redundancia comenzaban a definirse. Y, sobre todo, existía la idea de la homeostasis y autorregulación de la cibernética.
De estos elementos dispersos aparece luego una clasificación jerárquica de los diversos órdenes de mensajes y (por lo tanto) los diversos órdenes de aprendizaje, el comienzo de una teoría sobre la «esquizofrenia» y con ello un intento, muy prematuro, de clasificar las formas en que tanto las personas como los animales codifican sus mensajes (digital, analógica, icónica, kinésica, verbal, etc.).
Quizás el mayor escollo de ese momento fue la dificultad que parecían tener los demás profesionales cuando trataban de comprender lo que estábamos haciendo. Algunos trataban incluso de contar los «dobles vínculos» en conversaciones grabadas. Aún conservo en mis archivos una carta de una agencia promotora de investigaciones en la cual me decían que mi trabajo debería ser más clínico, más experimental y sobre todo más cuantitativo.
Grinder y Bandler se han enfrentado a los problemas que nosotros tuvimos, y esta serie de libros es el resultado. Ellos tienen herramientas que nosotros no tuvimos, o que no sabíamos usar. Ellos han logrado obtener de la lingüística una base teórica y simultáneamente una herramienta terapéutica. Esto les permite un doble control sobre el fenómeno siquiátrico, y han hecho algo que, como lo veo hoy, nosotros pasamos por alto tontamente.
Nosotros ya sabíamos que las premisas de la sicología individual eran inútiles, y sabíamos que debíamos clasificar las formas de comunicación. Pero jamás se nos ocurrió preguntarnos acerca de los efectos de estas formas sobre las relaciones interpersonales. En este primer volumen, Grinder y Bandler han logrado explicitar la sintaxis sobre cómo la gente evita el cambio y, por lo tanto, cómo ayudarlos a cambiar. Aquí, el énfasis lo ponen en la comunicación verbal. En el segundo volumen desarrollan un modelo general de comunicación que utilizan los seres humanos para representar y comunicar sus experiencias. ¿Qué ocurre cuando un mensaje de tipo digital es lanzado frente a un pensador de tipo analógico?, ¿o cuando presentaciones visuales son ofrecidas a un cliente auditivo?
Nosotros no nos percatamos que estos distintos tipos de codificación —visual, auditiva, etc.— estuvieran tan lejos el uno del otro, que fueran mutuamente tan distintos aun en la representación neurofisiológica, ni que el material contenido en un tipo jamás puede ser de la misma categoría lógica que el material de cualquier otro tipo.
Este descubrimiento parece ser obvio cuando el argumento se basa en la lingüística, como aparece en el primer volumen de esta serie, pero no es obvio cuando se comienza a partir del contraste cultural y de la sicosis, como nosotros lo hicimos.
Pero, indudablemente, lo que era muy difícil de decir en 1955, es sorprendentemente más fácil decirlo en 1975.
¡Ojalá que sea escuchado!
Gregory Bateson
Kresge College
University of California, Santa Cruz
¡Caramba! ¿Qué otra cosa se puede decir cuando el trabajo de una persona es revisado minuciosamente por cuatro ojos pertenecientes a dos investigadores sumamente sagaces? Este libro es el resultado de los esfuerzos de dos hombres jóvenes, inteligentes y fascinantes, cuyo interés ha sido el descubrir y documentar cómo es que se produce el cambio en las personas. Al parecer, han producido una descripción de los elementos que hacen que el cambio ocurra en una transacción entre dos personas. El hecho de conocer estos elementos nos brinda la posibilidad de usarlos conscientemente y, por lo tanto, tener elementos útiles para inducir el cambio.
Muchas veces les digo a las personas que tengo el derecho a ser lenta en aprender, pero educable al fin. Lo que esto significa para mi como terapeuta es que tengo una sola idea en mente: ayudar a las personas que acuden a mí con su sufrimiento, a lograr cambios en sus vidas. Mi única herramienta es el modo cómo uso mi cuerpo, mi voz, mis ojos, mis manos y el modo cómo uso las palabras. Dado que mi objetivo es posibilitarle el cambio a todas las personas que lo soliciten, cada persona es un nuevo desafío.