Prólogo
por A KEEL B ILGRAMI
Este libro presenta las reflexiones de toda una vida de un científico del lenguaje sobre las conclusiones más amplias de su trabajo de investigación. El título de esta obra, ¿Qué clase de criaturas somos?, expresa lo amplias que se supone que deben ser dichas conclusiones. Abarcan una impresionante serie de campos: lingüística teórica, ciencia cognitiva, filosofía de la ciencia, historia de la ciencia, biología evolutiva, metafísica, teoría del conocimiento, filosofía del conocimiento y de la mente, filosofía moral y política y, aunque brevemente, el ideal de la educación humana.
El capítulo 1 presenta, con precisión y claridad, las propias ideas fundamentales de Noam Chomsky acerca de la lingüística teórica y la ciencia cognitiva (campos en los que ha desempeñado un papel absolutamente esencial), exponiendo los avances logrados a lo largo de los años, pero mucho más intensamente cómo tienen que llevarse a cabo esas tentativas de avance y cómo continúa pendiente una enorme cantidad de trabajo, incluso en los ámbitos de estudio más fundamentales. También recoge los cambios de mentalidad a lo largo de los años, y algunos de los más impactantes de ellos han tenido lugar en la última década.
El capítulo comienza planteando la pregunta anunciada en su título: «¿Qué es el lenguaje?». Nos corresponde a nosotros hacer la pregunta porque, si no tenemos claro qué es el lenguaje, no sólo no obtendremos las respuestas correctas a otras preguntas sobre diversos aspectos concretos del lenguaje (puede que ni siquiera seamos capaces de formular correctamente esas preguntas específicas), sino que no nos aproximaremos a investigar o siquiera a especular de manera plausible acerca de la base biológica y el origen evolutivo del lenguaje.
Una tradición que se remonta a Galileo y Descartes identificaba la característica más fundamental del lenguaje, cuya articulación más explícita fue posteriormente la de Humboldt: «La lengua se enfrenta en el sentido más genuino con un dominio infinito y sin fronteras, el conjunto de todo lo pensable. Eso le obliga a hacer un uso infinito de medios finitos, cosa que le es posible en virtud de la fuerza que engendra la identidad de las ideas y el lenguaje». También se cita a Darwin repitiendo esto mismo de una manera más elemental en el contexto del interés evolutivo por el lenguaje: «Los animales inferiores difieren del hombre únicamente en su casi infinita capacidad de asociar los más diversos sonidos e ideas». Vale la pena señalar que aquí hay tres características fundamentales observadas por Humboldt y Darwin. Primera, la referencia a una capacidad infinita sobre una base finita; segunda, la conexión entre ideas y sonido, y tercera, la conexión entre lenguaje y pensamiento. Todas ellas se agrupan en lo que Chomsky define al principio como la Propiedad Básica del Lenguaje: «Cada lengua presenta una serie ilimitada de expresiones estructuradas jerárquicamente que reciben interpretaciones en dos interfaces, sensoriomotora por lo que respecta a la externalización y conceptual-intencional por lo que respecta a los procesos mentales». El elemento estructural jerárquico se refiere a la primera característica; la interfaz sensoriomotora se refiere a la segunda, y la interfaz conceptual-intencional, a la tercera.
Lo que explicará esta Propiedad Básica es un proceso computacional. La importancia filosófica de esto es doble: una teoría del lenguaje es necesariamente una gramática generativa, y la teoría hace referencia necesariamente a un objeto que poseen los seres humanos, intrínseco al sujeto individual y a su mentalidad (esto es, elementos intensionales). No se trata de una teoría sobre afirmaciones externalizadas ni, por tanto, sobre un fenómeno social. La nomenclatura para plasmar esta última distinción entre lo que es individual/interno/intensional y lo que es externalizado/social es lenguaje I y lenguaje E respectivamente. Los lenguajes I son los únicos que pueden ser objeto de estudio científico; los lenguajes E, no.
Una tarea distinta y más general es la de descubrir las características comunes que subyacen en todos los lenguajes, la cual, una vez más, viene determinada por las propiedades biológicas de las cuales están dotados los seres humanos (tema cuya gran importancia para la cognición en general se trata de nuevo en el capítulo 2). Esta tarea más genérica se emprende con vistas a descubrir los atributos biológicos que determinan qué sistemas generativos pueden funcionar como lenguajes I. Dicho de otro modo, ¿cuáles son los posibles lenguajes humanos?
A continuación, Chomsky señala que, en cuanto se llevó a cabo un estudio serio de las gramáticas generativas en relación con la Propiedad Básica del lenguaje, surgieron algunos rompecabezas sorprendentes, con consecuencias trascendentales. Uno es la «dependencia estructural» de las operaciones lingüísticas: en todas las construcciones, en todos los lenguajes, esas operaciones dependen invariablemente de la distancia estructural en lugar de la idea mucho más sencilla desde un punto de vista computacional de la distancia lineal. Las personas que aprenden una lengua saben esto automáticamente, sin formación. Esto viene respaldado por la neurociencia y la psicología experimental. El resultado es consecuencia de asumir que el orden simplemente no está disponible en las operaciones que generan las expresiones estructuradas interpretadas en la interfaz conceptual internacional, para el pensamiento y la organización de la acción. Esto se desprende, a su vez, de la asunción absolutamente natural de que los lenguajes I son sistemas generativos basados en la operación computacional más elemental, la cual carece de orden. Éstas y numerosas consideraciones más proporcionan pruebas sustanciales de que el orden lineal está subordinado al lenguaje, no se encuentra en el centro de la sintaxis y la semántica. Lo mismo sucede con los diversos acuerdos del lenguaje de signos, el cual ahora sabemos que es extraordinariamente parecido al lenguaje oral en cuanto a estructura, adquisición, uso e incluso representación neuronal. Presumiblemente, estas propiedades externas reflejan condiciones impuestas por el sistema sensoriomotor. La opción de utilizar el orden lineal ni siquiera se plantea para quien aprende una lengua. El orden lineal y otros argumentos son relevantes para lo que se oye —es decir, lo que se exterioriza—, no para lo que se piensa, que es interno.
A continuación, señala que estas conclusiones cuadran con lo poco que se sabe acerca del origen del lenguaje. El sistema sensoriomotor, «al parecer existía mucho antes de la aparición del lenguaje» y parece haber muy poca adaptación específica al lenguaje. Propiedades cognitivas mucho más profundas que las poseídas por los simios, o presumiblemente por homínidos no humanos, son intrínsecas al lenguaje. Los simios poseen sistemas gestuales adecuados para hacer signos y sistemas auditivos adecuados para la percepción del habla; sin embargo, a diferencia de los bebés humanos, interpretan el habla como simple ruido y, ni siquiera tras un entrenamiento exhaustivo, pueden alcanzar los rudimentos del lenguaje de signos humano. Aristóteles dijo que el lenguaje es «sonido con significado», pero estas consideraciones que acabamos de resumir insinúan, según Chomsky, que las prioridades del eslogan pueden invertirse y que el lenguaje se entendería mejor como «significado con sonido». En caso de que esto parezca platonista (algo que fue fervientemente divulgado por Jerrold Katz), hay que recordar que, en este caso, para Chomsky, «significado» debe interpretarse como una categoría absolutamente psicológica (en definitiva biológica) y, por tanto, no puede cosificarse en absoluto en términos platónicos.