Fruto de toda una biografía que ha tenido el pensamiento como principio, Las pasiones del alma (1649) es la última obra publicada por Descartes en vida y puede considerarse como su testamento filosófico. Escrita a instancias de la princesa Isabel de Bohemia, quien pedía reiteradamente a su «instructor» aclaraciones sobre la relación en el ser humano entre dos sustancias tan distintas como el alma y el cuerpo, en ella encontramos una serie de reflexiones que profundizan, precisan o rectifican algunas de las tesis que Descartes había sostenido con anterioridad.
La obra, elaborada con la intención de «explicar las pasiones —en palabras del autor— no como orador, ni tampoco como filósofo moral, sino solamente como físico», consta de tres partes, «de las que la primera tratará de las pasiones en general, y en ocasiones de la naturaleza del alma, etc.; la segunda, de las seis pasiones primitivas, y la tercera, de todas las demás». De hecho, Descartes inicia su explicación sobre las pasiones por una descripción de la fisiología humana, para acabarla con una reflexión acerca de la moral, tras dar cuenta de las mismas como resultado de la unión del alma y el cuerpo. Fisiología, interacción alma-cuerpo y moral son los temas que articulan el contenido de este libro.
PRIMERA PARTE:
De las pasiones en general y accidentalmente de toda la naturaleza del hombre
Art. 1. Lo que es la pasión respecto a un sujeto es siempre acción en algún otro aspecto.
Nada pone tan bien de manifiesto cuán defectuosas son las ciencias que recibimos de los antiguos como lo que éstos han escrito de las pasiones; pues, por más que se trate de una materia que siempre se puso gran empeño en conocer y que no parece ser de las más difíciles, ya que, sintiéndolas cada cual en sí mismo, no es menester recurrir a ninguna observación ajena para descubrir su naturaleza, lo que los antiguos han enseñado de ellas es tan poco, y tan poco creíble en general, que sólo alejándome de los caminos seguidos por ellos puedo abrigar alguna esperanza de aproximarme a la verdad. Por esta razón me veré obligado a escribir aquí como si se tratara de una materia que nadie, antes que yo, hubiera tocado; y para comenzar, considero que todo lo que se hace u ocurre de nuevo es generalmente llamado por los filósofos una pasión respecto al sujeto a quien ello ocurre, y una acción respecto a aquel que hace que ocurra; de suerte que, aunque el agente y el paciente sean con frecuencia muy diferentes, la acción y la pasión no dejan de ser siempre una misma cosa que tiene estos dos nombres, por causa de los dos diversos sujetos a los cuales puede referirse.
Art. 2. Para conocer las pasiones del alma es preciso distinguir sus funciones de las del cuerpo.
Considero, además, que no reparamos en que ningún sujeto obra más inmediatamente contra nuestra alma que el cuerpo al que está unida, y que por consiguiente debemos censar que lo que en ella es una pasión es generalmente en él una acción; de suerte que no hay mejor camino para llegar al conocimiento de nuestras pasiones que examinar la diferencia existente entre el alma y el cuerpo, a fin de conocer a cuál de los dos se debe atribuir cada una de las funciones que hay en nosotros.
Art. 3. Qué regla se debe seguir para este fin.
Lo cual no resulta muy difícil si se tiene en cuenta que todo aquello cuya existencia experimentamos en nosotros y que vemos que puede también existir en cuerpos completamente inanimados, no debe ser atribuido más que a nuestro cuerpo; y, por el contrario, todo lo que hay en nosotros y que no concebimos en modo alguno pueda pertenecer a un cuerpo, debe ser atribuido a nuestra alma.
Art. 4. El calor y el movimiento de los miembros proceden del cuerpo; los pensamientos, del alma.
Así pues, como no concebimos que el cuerpo piense de ninguna manera, debemos creer que toda suerte de pensamientos que existen en nosotros pertenecen al alma; y como no dudamos que hay cuerpos inanimados que pueden moverse de tantas o más diversas maneras que los nuestros, y que tienen tanto o más calor (lo que la experiencia muestra en la llama, que tiene en sí misma mucho más calor y movimiento que ninguno de nuestros miembros), debemos creer que todo el calor y todos los movimientos que hay en nosotros, en tanto no dependen del pensamiento, no pertenecen sino al cuerpo.
Art. 5. Es erróneo creer que el alma da movimiento y calor al cuerpo.
Con lo cual evitaremos un error muy considerable en el que han caído algunos, de suerte que, a mi juicio, es ésta la primera causa de que no se hayan podido hasta ahora explicar bien las pasiones y las demás cosas pertenecientes al alma. Ello consiste en que, viendo que todos los cuerpos muertos quedan privados de calor y luego de movimientos, se ha imaginado que era la ausencia del alma lo que hacía cesar esos movimientos y ese calor; y, en consecuencia, se ha creído sin razón que nuestro calor natural y todos los movimientos de nuestros cuerpos dependen del alma, mientras que se debía pensar, al contrario, que el alma se ausenta, cuando el individuo muere, a causa de que cesa ese calor y de que se corrompen los órganos que sirven para mover el cuerpo.
Art. 6. Qué diferencia existe entre un cuerpo vivo y un cuerpo muerto.
Consideremos, pues, para evitar este error, que la muerte no ocurre nunca por ausencia del alma, sino porque alguna de las principales partes del cuerpo se corrompe; y pensemos que el cuerpo de un hombre vivo difiere del de un hombre muerto como difiere un reloj u otro autómata (es decir, otra máquina que se mueve por sí misma), cuando está montado y tiene en sí el principio corporal de los movimientos para los cuales fue creado, con todo lo necesario para su funcionamiento, del mismo reloj, u otra máquina, cuando se ha roto y deja de actuar el principio de su movimiento.
Art. 7. Breve explicación de las partes del cuerpo y de alguna de sus funciones.
Para hacer esto más inteligible, explicaré aquí en pocas palabras la manera como está compuesta la máquina de nuestro cuerpo. No hay nadie ya que no sepa que hay en nosotros un corazón, un cerebro, un estómago, músculos, nervios, arterias, venas y cosas semejantes; se sabe también que los alimentos que comemos descienden al estómago y a las tripas, donde su jugo, yendo al hígado y a todas las venas, se mezcla con la sangre que éstas contienen, aumentando así la cantidad de la misma. Los que han oído hablar de medicina, por poco que sea, saben además cómo está constituido el corazón y cómo toda la sangre de las venas puede fácilmente circular de la vena cava al lado derecho del corazón, y de aquí pasar al pulmón por el vaso que se llama vena arterial, tornar luego del pulmón al lado izquierdo del corazón por el vaso llamado arteria venosa, y pasar finalmente de aquí a la gran arteria, cuyas ramificaciones se extienden por todo el cuerpo. Y todos los que no están enteramente ciegos por la autoridad de los antiguos y que han querido abrir los ojos para examinar la opinión de Hervaeus sobre la circulación de la sangre, están convencidos de que todas las venas y las arterias del cuerpo son como arroyos por donde corre la sangre continua y rápidamente, saliendo de la cavidad derecha del corazón por la vena arterial, cuyas ramificaciones se distribuyen por todo el pulmón y se unen a las de la arteria venosa, por la cual pasa del pulmón al lado izquierdo del corazón; de aquí va luego a la gran arteria, cuyas ramificaciones, esparcidas por todo el resto del cuerpo, se unen a las ramificaciones de la vena que llevan la misma sangre a la cavidad derecha del corazón; de suerte que estas dos cavidades son como esclusas por cada una de las cuales pasa toda la sangre a cada vuelta que ésta da en el cuerpo. Se sabe también que todos los movimientos de los miembros dependen de los músculos, y que éstos músculos están opuestos unos a otros, de tal suerte que cuando uno de ellos se contrae, tira hacia sí la parte del cuerpo a que va unido, lo cual hace distenderse al mismo tiempo el músculo opuesto; luego, si este último se contrae, hace que el otro se distienda y atraiga hacia sí la parte a que ambos están unidos. Se sabe, asimismo, que todos estos movimientos de los músculos, lo mismo que todos los sentidos, dependen de los nervios, que son como unas cuerdecitas o como unos tubitos que salen, todos, del cerebro, y contienen, como éste, cierto aire o viento muy sutil que se llama los espíritus animales.