René Descartes - Meditaciones sobre la existencia de Dios
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- Libro:Meditaciones sobre la existencia de Dios
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1641
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Meditaciones sobre la existencia de Dios: resumen, descripción y anotación
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Meditaciones sobre la existencia de Dios — leer online gratis el libro completo
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Considerado el padre de la filosofía occidental moderna, Descartes trató de mirar más allá de las ideas establecidas y crear un sistema de pensamiento basado en la razón. En su profundo trabajo medita sobre la duda, el alma humana, Dios, la verdad y la naturaleza de la existencia en sí misma.
A lo largo de la historia, algunos libros han cambiado el mundo. Han transformado la manera en que nos vemos a nosotros mismos y a los demás. Han inspirado el debate, la discordia, la guerra y la revolución. Han iluminado, indignado, provocado y consolado. Han enriquecido vidas, y también las han destruido. Taurus publica las obras de los grandes pensadores, pioneros, radicales y visionarios cuyas ideas sacudieron la civilización y nos impulsaron a ser quienes somos.
René Descartes
ePub r1.0
Titivillus 14.05.16
Título original: Méditations sur la philosophie première
René Descartes, 1641
Traducción: Antonio Zozaya
Traducción de Antonio Zozaya revisada por Francisco Javier Lorente
Editor digital: Titivillus
Aporte original: Spleen
ePub base r1.2
RENÉ DESCARTES (La Haye, Francia, 1596 - Estocolmo, Suecia, 1650). Filósofo y matemático francés. Después del esplendor de la antigua filosofía griega y del apogeo y crisis de la escolástica en la Europa medieval, los nuevos aires del Renacimiento y la revolución científica que lo acompañó darían lugar, en el siglo XVII, al nacimiento de la filosofía moderna. El primero de los ismos filosóficos de la modernidad fue el racionalismo; Descartes, su iniciador, se propuso hacer tabla rasa de la tradición y construir un nuevo edificio sobre la base de la razón y con la eficaz metodología de las matemáticas. Su «duda metódica» no cuestionó a Dios, sino todo lo contrario; sin embargo, al igual que Galileo, hubo de sufrir la persecución a causa de sus ideas.
René Descartes se educó en el colegio jesuita de La Flèche (1604-1612), por entonces uno de los más prestigiosos de Europa, donde gozó de un cierto trato de favor en atención a su delicada salud. Los estudios que en tal centro llevó a cabo tuvieron una importancia decisiva en su formación intelectual; conocida la turbulenta juventud de Descartes, sin duda en La Flèche debió cimentarse la base de su cultura. Las huellas de tal educación se manifiestan objetiva y acusadamente en toda la ideología filosófica del sabio.
Ya he tratado estas dos cuestiones de Dios y del alma humana en el discurso que publiqué en francés en el año 1637 acerca del método para dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias. No tuve entonces el propósito de estudiarlas a fondo, sino sólo de pasada, con el fin de colegir, por el juicio que merecieran, de qué modo debía tratarlas luego, pues me han parecido siempre de tanta importancia que pensaba que era conveniente hablar de ellas en más de una ocasión; y el camino que emprendo para explicarlas es tan poco frecuentado y tan apartado de los comunes derroteros que no he creído fuera útil declararlo en francés y en discurso que pudiese ser leído por todo el mundo, temiendo que los ingenios débiles no fueran a creer que les era permitido caminar por la misma senda.
Ahora bien; habiendo yo rogado, en ese discurso del método, a todos los que hallasen en mis escritos algo digno de censura que me hicieran el favor de advertírmelo, nada importante se me ha objetado, sino sólo dos cosas, acerca precisamente de estas dos cuestiones.
Y quiero contestar ahora en pocas palabras, antes de entrar en explicaciones más exactas.
La primera objeción es que, aunque el espíritu humano, al hacer reflexión sobre sí mismo, no se conoce sino como algo que piensa, no se infiere de ello que su naturaleza o esencia sea solamente pensar; de tal manera que la palabra «solamente» excluye todas las demás cosas, que acaso pudiera decirse pertenecen también a la naturaleza del alma.
A esta objeción respondo que no era mi intención, en aquel lugar, excluirlas según el orden de la verdad de la cosa (de la cual no trataba por entonces), sino sólo según el orden de mi pensamiento; de manera que mi sentido era este: que nada conocía como perteneciente a mi espíritu, sino que yo era una cosa que piensa o una cosa que tiene en sí la facultad de pensar. Pero explicaré más adelante cómo es que, puesto que no conozco otra cosa que pertenezca a mi esencia, se concluye que, efectivamente, nada más le pertenece.
La otra objeción es que, aunque yo tengo en mí la idea de una cosa más perfecta que yo, no se sigue que esa idea sea más perfecta que yo, y mucho menos que lo representado por esa idea exista.
Pero respondo que en el vocablo idea hay aquí un equívoco, pues o puede tomarse materialmente por una operación de mi entendimiento, y en este sentido no puede decirse que sea más perfecta que yo, o puede tomarse objetivamente por la cosa representada en esta operación, cosa que, aun cuando no se suponga existir fuera de mi pensamiento, puede, sin embargo, ser más perfecta que yo en razón de su esencia. Empero, en el curso de este tratado demostraré ampliamente cómo por sólo tener yo la idea de una cosa más perfecta que yo, se sigue que esta cosa existe verdaderamente.
Además, he revisado otros dos escritos, bastante extensos, sobre esta materia; pero combatían no tanto mis razones como mis conclusiones, empleando argumentos sacados de los lugares comunes de los ateos. Mas como los argumentos de esta especie no pueden hacer ninguna impresión en el ánimo de los que entiendan bien mis razones, y como también los juicios de algunos individuos son tan endebles y poco razonables que las primeras opiniones que oyen acerca de una cosa, por falsas y alejadas de la razón que sean, suelen persuadirles mejor que una sólida y verdadera aunque posterior refutación de sus opiniones, por eso no quiero contestar aquí, temiendo verme obligado a exponer primero aquellos argumentos.
Sólo añadiré que, en general, todo cuanto dicen los ateos para combatir la existencia de Dios depende siempre o de que fingen en Dios afectos humanos, o de que atribuyen a nuestros ingenios tanta fuerza y sabiduría que tenemos la presunción de querer determinar y comprender lo que Dios pueda y deba hacer; de manera que todo cuanto aleguen no nos ofrecerá dificultad alguna, con tal de que recordemos que debemos siempre considerar nuestros espíritus como cosas finitas y limitadas, y a Dios como un ser infinito e incomprensible.
Y ahora, después de haber analizado los sentimientos de los hombres, voy a tratar de Dios y del alma humana y asimismo echar los fundamentos de la filosofía primera; mas no espero alabanzas del vulgo, ni presumo que mi libro sea leído por muchos. Al contrario, a nadie aconsejaré que lo lea, sino a los que quieran meditar en serio conmigo y puedan desligar su espíritu del comercio de los sentidos y librarlo por completo de toda clase de prejuicios; y de sobra sé que tales hombres son poquísimos en número. Pero los que, sin cuidarse del orden y enlace de mis razones, se enreden en discurrir sobre cada una de las partes, como hacen muchos, estos tales, digo, no sacarán gran provecho de la lectura de este tratado; y aun cuando acaso encuentren ocasión de utilizar varios puntos, mucho trabajo ha de costarles objetar nada que sea importante y digno de respuesta.
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