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Agata Szekely - Freelance: Guía práctica para una vida sin oficinas (Spanish Edition)

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Agata Szekely Freelance: Guía práctica para una vida sin oficinas (Spanish Edition)
  • Libro:
    Freelance: Guía práctica para una vida sin oficinas (Spanish Edition)
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    Towanda! Ediciones
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    2015
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ÁGATA SZÉKELY


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FREELANCE

Guía práctica para una vida sin oficinas

FREELANCE GUÍA PRÁCTICA PARA UNA VIDA SIN OFICINAS DR 2015 Por la - photo 1

FREELANCE,

GUÍA PRÁCTICA PARA UNA VIDA SIN OFICINAS

D.R. 2015, Por la presente edición: Towanda! Ediciones.

D.R. 2015, Por la obra: Ágata Székely

Primera edición, 2015.

Ilustración de tapa: Imagen de stock.

Diseño editorial: Libros Invisibles, servicios editoriales.

- 33 1482 2765

ISBN-13: 978-1522716488 | ISBN-10: 1522716483

Disponible en

Disponible en ebook.

Esta obra se terminó de imprimir en diciembre de 2015.

Se hizo un tiraje OnDemand y ebook para Amazon y sus distribuidores.

ÍNDICE

Introducción: La canasta de los huevos de oro o porqué soy freelance.

Capítulo 1. Instrucciones para no odiar los lunes ¿Quién es feliz en su trabajo? Fluir o no fluir, that is the question. El cuerpo en el cubículo: cómo reacciona el organismo en la oficina. Los jefes son malos para la salud. Calidad de vida, ese malentendido. Downshifters, el arte de desacelerar.

*Bonus track: ¿Freelance se nace o se hace? /Guerreros lanzas libres, el origen de la palabra freelance.

Capítulo 2. Domar la incertidumbre. Lecciones del deporte extremo. ¿En qué se parecen el rafting y el freelance? Libertad versus seguridad.

*Bonus track: Soledad fructífera o aislamiento estéril. Héroes, artistas, aventureros e innovadores trabajan solos. ¿Qué podemos aprender de ellos los freelancers? Peligros y bondades. La importancia de una red.

Capítulo 3. El plan. El ABC de la transición inteligente: de “bicho de oficina” a “animal silvestre”. Lifestyle design. ¿Cómo quieres vivir? El “colchón” previsor: tu mejor amigo. Cómo ahorrar, invertir, seguros, fondos y pensiones alternativas. El momento –y el modo– perfectos para lanzarte a freelancear. Consejos útiles.

*Bonus track: Secretos de la vida simple aptos para todo público (y porqué el minimalismo conviene a los freelancers).

Capítulo 4. Manual de “caza y pesca” de clientes. Cómo “seducirlos” y mantenerlos. Cómo destacarte. La teoría del pilón. “Vender el alma al mercado” ¿Sí o no? Lo que nadie te dice sobre las redes sociales y el networking. Define tu voz, presencia online y tus prioridades.

*Bonus track: La fórmula contradictoria y ganadora: Especialízate pero diversifícate.

Capítulo 5 : No hagan esto en sus casas. El lado oscuro: los errores y problemas más comunes del freelancer. Antídotos y soluciones.

*Bonus track: Freelance rico, freelance pobre: el arte del Pricing. ¿Cuánto cobrar por tu trabajo? Guía para saber qué aceptar y qué rechazar.

Capítulo 6. El futuro es freelance (y ya está aquí). La tendencia global indica que cada vez más trabajadores decidirán ser freelancers y cada vez más empresas preferirán contratarlos. La situación freelancer en el mundo. Las nuevas reglas de la nueva era: talentismo, responsabilidad, creatividad y libertad.

Bibliografía y fuentes.

A los inadaptados luminosos que abren caminos.

A los que atrapados en el tráfico planean fugas fructíferas.

A mamá, por educar con el ejemplo para el “ tercer principio”.

A S., porque cree que Sam Gamyi merecería más reconocimiento (y tiene razón).

“Live your life,
live your life,
live your life”

Maurice Sendak

INTRODUCCIÓN

La canasta de los huevos de oro o por qué soy freelancer

M i mamá tenía una canasta de mimbre, sólida y rectangular con una trenza gruesa en el borde donde llevaba, a lo largo de los años, diferentes cosas para vender. Podían ser panes integrales, mermeladas, frascos de vidrio rellenos de granos de lavanda con una gasa y un cinta, milanesas de soja. Vivíamos en una comunidad serrana y turística, donde mansiones con jardines increíbles convivían con casas pequeñas e improvisadas de pobladores de siempre e integrantes del movimiento “back to the land” recién llegados de la ciudad que buscaban una vida más artesanal o “fuera del sistema” (whatever that means). Ella solía tocar puerta por puerta para ofrecer sus productos y en general vendía, poco o mucho, no recuerdo alguna vez en que no se vendiera “nada”.

̶ ¿Y si no hay nada para vender?, le pregunté una vez:

̶ Siempre hay algo ̶ me dijo. Por ejemplo, ¿ves esas flores? ̶ señaló en el jardín, salvaje él: diferentes plantas silvestres, especie de siemprevivas, que suelen teñirse y venderse secas para decoración. No, no dijo: “Hija mía, algún día todo esto será tuyo”. Dijo:

̶ Bueno, las acomodás en un ramo dentro de un celofán con un moño, llenás “la canasta” y salís a vender.

Un día hace 20 años, me acuerdo como si fuera hoy, y no sé a cuenta de qué, apoyó la canasta de la trenza sobre la mesa de madera y dijo:

̶ La gente te envidia los huevos. No te envidia la casa, ni la plata, te envidia que te atrevas a hacer otra cosa, que te animes a decir “no quiero” “no quiero hacer lo que todos hacen”.

¿Será? Pensé en aquel momento y después me olvidé. Era joven e intentaba sobrevivir. Mientras estudiaba, acepté cualquier trabajo que pagara universidad, casa y comida. Rellené churros a las 5 de la mañana, metí datos en computadoras, sellé papelitos en una oficina. Dormía 5 horas, tomaba sopas sintéticas y rentaba cuartos en casas de viejas chismosas. Sabía que tenía que “aguantar” hasta alcanzar la meta: graduarme. Pero no aguanté. El lugar donde trabajaba –un laboratorio de análisis clínicos donde las recepcionistas se creían Julia Roberts en Pretty Women (con todo y botas hasta los muslos) y una compañera ponía la radio de éxitos de cumbia de ocho a cuatro, había sido un recurso decente para ganarme la vida durante un tiempo pero no lo soportaba más. Una mañana antes de salir me dio una tortícolis fulminante mientras me ponía una camiseta. No podía mover el cuello para ningún lado, ni decir ni sí ni no. Faltaban unos meses para terminar la carrera. Renuncié. No fue lo más práctico que pude haber hecho (el par de meses que siguieron fueron bastante difíciles), pero, simplemente, no podía seguir. Recuerdo las críticas y el miedo. La sensación que te envuelve cuando vas y le decís a quién corresponde: “me voy”. El escalofrío que recorre el cuerpo, el temblor en las piernas. Y luego, el alivio. Oh, pensé, con esta incertidumbre enfrente no debería sentirme bien. Pero me sentía bien. ¿Será algo así lo que sienten los que hacen jumping desde un puente? Una abuela me dejó de hablar, tachándome de irresponsable. La otra, en cambio, me guardó galletas, y cajitas de mermelada –como esas que dan en el avión ̶ y largo tiempo me alimenté de esos, los carbohidratos vacíos menos vacíos de la historia. En breve conseguí otro trabajo, esta vez vinculado con los medios (claro que no presentaba un noticiero, era la que cargaba los muebles para que tomaran fotos en una revista de decoración). Pero ya más cerca del ambiente, pude hacer contactos y relaciones. Pasaron los años, trabajos en nómina –pocos y breves– colaboraciones, un país en crisis y la migración de Argentina a México. Aquí, un lugar más estable, los empleos “fijos” eran más posibles y deseables. Luego de varias vueltas, llegué al DF para el trabajo soñado. Una revista con un equipo genial, presupuesto de sobra –eso decían ellos, luego quebraron ̶ un premio Nobel en la dirección, una maravillosa Mac colorada que yo misma saqué de la caja, un lindo edificio de colores preciosamente mexicanos con una fuente en el medio, vales de despensa, etcétera. Creí estar top of the world por….dos meses. Luego, el príncipe se volvió sapo. Un sapo que nadie podía por supuesto, osar nombrar. Era lo que “todo el mundo” quería. Pero yo no. No eran las grillas o desacuerdos típicos las que me desalentaban, ni siquiera que la publicación no fuera lo brillante que se esperaba. Lo peor era…ir. Cada mañana viajaba desde Coyoacán hasta Santa Fe. (para los que no conocen el DF mexicano es un trayecto que atraviesa la ciudad) ¿Por qué esa costumbre de poner tan lejos las oficinas editoriales? ¿Les resulta glamoroso atascarse cada mañana en el tráfico? Los frenos constantes por la lentitud del tráfico y el smog de los camiones me daban ganas de vomitar. Me parecía anormal e inhumano empezar el día así, pasar –en el mejor de los casos– una hora de ida y otra de regreso en esas condiciones, y me sigue pareciendo. Trataba de leer, de pensar positivo, pero me superaban las partículas suspendidas. Exagerada, decían todos. Bueno, quizás.

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