Prólogo
Conócete a ti mismo .
Aforismo grabado en el pórtico del templo
de Apolo en Delfos y atribuido a varios
filósofos griegos.
El objetivo de este libro es presentar algo de lo que sabemos sobre los más pequeños, añadiendo el ingrediente de la perspectiva evolutiva. Vivimos el día a día y nos preocupa el futuro a corto plazo. Pero el presente es consecuencia de cuanto ha sucedido en nuestra evolución durante un larguísimo período de tiempo. El origen del universo se remonta a 13.500 millones de años y los expertos nos cuentan que la vida de la Tierra empezó a gestarse hace cerca de 3.900 millones. La genealogía del grupo de los homininos es muy reciente. Surgió hace tan solo unos siete millones de años. Una de las dos ramas de este grupo evolucionó hacia los chimpancés. La otra ha llegado hasta nosotros. Estamos empeñados en conocer qué ha sucedido en ese lapso de tiempo, entre otras cosas para aprender de nuestros errores y para tratar de diseñar el futuro. Nuestro presente es efímero. Se nos escapa de las manos de inmediato y se transforma en pasado en décimas de segundo. Quizá por ello hemos de mirar con más insistencia hacia el futuro. El conocimiento de la evolución humana nos ha llevado a desarrollar conciencia de que somos una especie más de la biosfera ¡No está nada mal!, un pequeño paso para avanzar en ese futuro de la humanidad, aunque a todas luces insuficiente.
La Ciencia se abre paso con no pocas dificultades presupuestarias, intentando solucionar la mayoría de nuestros problemas. Nadie sabe si los conocimientos exponenciales de los científicos llegarán a tiempo de evitar el final de nuestra existencia como especie. En cualquier caso, no podemos renunciar a seguir generando conocimiento y tratar de extenderlo por doquier. Además de ser primates curiosos, hemos dado un salto extraordinario: compartimos la información con todas las tribus del planeta. ¡Curioso comportamiento! Y en muchas ocasiones lo hacemos de manera altruista. Otro pequeño paso evolutivo de la especie. Tal vez estamos en el buen camino. Por una vez, ¡seamos optimistas!
Las tres cuartas partes de los seres humanos viven en condiciones de gran precariedad. Si está leyendo este prólogo, amigo/a lector/a, es casi seguro que pertenece a esa otra cuarta parte de privilegiados, aunque le cueste llegar a fin de mes. Para quienes apenas cuentan con lo justo para salir adelante o para aquellos que aún siguen viviendo con una cultura similar a la del Neolítico nos remitimos al primer párrafo: lo que importa es el día a día, la supervivencia. Pero si hemos llegado a formar parte de los privilegiados podemos conseguir mucho más de lo que imaginamos, simplemente atesorando más conocimiento sobre nosotros mismos. Eso nos lleva a combinar el pasado con el presente, tratando no solo de mejorar nuestro porvenir más próximo, sino de proyectarnos hacia un futuro mucho más lejano. En otras palabras, estamos convencidos de poder seguir dando pasos cada vez más firmes hacia la preservación de la genealogía humana. Sin embargo, muchos expertos son poco optimistas sobre el futuro de nuestro linaje. Basan su pesimismo en un hecho cierto: Homo sapiens es la última hoja verde del árbol evolutivo de la humanidad, otrora frondoso, que amenaza con marchitarse de manera definitiva. Nuestra extraordinaria variabilidad puede ser tan solo un espejismo, tal vez incapaz de responder ante un brusco cambio de las condiciones ambientales. Tiempo al tiempo.
Como decíamos al principio, el mejor comienzo para diseñar un futuro posible es mirar y comprender el pasado. En la década de 1980, el investigador estadounidense Timothy Bromage y su colega Christopher Dean, del University College de Londres, dieron un paso al frente y cruzaron de largo la frontera del conocimiento sobre la biología de nuestros ancestros. Poco se sabía sobre la biología de los géneros Australopithecus y Paranthropus , que habitaron el continente africano durante el Plioceno y el Pleistoceno Inferior. Sus características biológicas podían ser similares a las nuestras, como se atrevieron a formular otros colegas sobre la base de sus investigaciones acerca del desarrollo dental de estos homininos. Bromage y Dean encontraron un camino alternativo en el estudio microscópico de los dientes y formularon su hipótesis en la revista Nature : las especies de los géneros Australopithecus y Paranthropus , así como los más antiguos representantes conocidos del género Homo , compartían su biología del desarrollo con los simios antropoideos.
En uno de sus trabajos, publicado en 1987, Tim Bromage escribió: «los australopitecos eran como eran porque crecían y se desarrollaban como australopitecos» (traducción libre de los autores). Una verdadera perogrullada, pensarán los lectores. Pero hace treinta años aquella frase era una verdadera llamada de atención a los que todavía defendían hipótesis diferentes. Cada ser vivo lleva en su genoma un programa de desarrollo específico, que se va expresando de manera secuencial desde el cigoto hasta el estado de adulto. Los seres humanos, Homo sapiens , tenemos nuestro propio programa, que difiere del de otras especies de primates y del de todos nuestros ancestros. Nuestro organismo crece y se desarrolla de manera organizada, jerarquizada y ordenada siguiendo las pautas establecidas por la selección natural durante miles de años. Con toda seguridad, el programa de los neandertales era muy similar al nuestro, pero las diferencias eran suficientes como para producir adultos algo distintos aun bajo condiciones ambientales similares. Ochocientos mil años de divergencia genética entre ellos y nosotros fueron implacables y modificaron algunas de las secuencias que controlaban las vías del desarrollo.
Aun a fuerza de parecer pesados, insistiremos en una idea similar a la expresada por Tim Bromage: los seres humanos somos como somos porque nos desarrollamos como seres humanos. Pero ¿es todo tan determinista? ¿Hemos de conformarnos con nuestro destino? Bien sabemos que no es así. Cierto es que nadie confundiría un individuo de la especie Homo erectus con un humano del siglo XXI, aunque este último apareciera ante nosotros sucio y desaliñado. No obstante, y aun compartiendo casi el 100 % del genoma, las variaciones de peso, estatura, proporciones corporales, color de la piel, etc., entre todas las poblaciones del planeta son llamativas. La selección natural y lo que algunos ya denominan «selección cultural» han operado sobre nuestra especie a lo largo de los últimos 100.000 años. El resultado es una variabilidad en nuestro aspecto muy superior a la de cualquier otra especie cosmopolita.
Todos los especialistas están de acuerdo en la unicidad de Homo sapiens . De otro modo no podríamos clasificarnos como una especie distinta a las que nos han precedido y con las que hemos compartido tiempo y territorio: Homo neanderthalensis , Homo floresiensis , Homo erectus y posiblemente Homo naledi . Lo verdaderamente complicado es averiguar cómo hemos llegado a este punto y nos hemos diferenciado de esas y otras muchas especies. En ello están los expertos y no es sencillo establecer las variaciones en sus respectivos programas de crecimiento. Tan solo contamos con el genoma de los neandertales, cuyo completo conocimiento será la llave que abra las puertas de nuestro saber y nos permitirá dar respuesta a esas preguntas que nos siguen torturando sobre la extinción de nuestros primos hermanos.